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Predicación de la novena a Santa María de la Victoria. Día 8º.

Publicado: 16/09/2014: 11148

NOVENA A SANTA MARÍA DE LA VICTORIA. DÍA 8º.

Catedral de Málaga (6 septiembre 2014)

Lecturas: Ez 33,7-9; Sal 94,1-2.6-7.8-9; Rom 13,8-10; Mt 18,15-20

María, madre y modelo de misericordia

1. Introducción

Queridos hermanos concelebrantes y miembros de la Junta de Gobierno de la Hermandad de Santa María de la Victoria, queridos fieles de los arciprestazgos e instituciones que venís hoy a venerar a nuestra patrona.

Estamos reunidos bajo la mirada maternal de la Virgen María para venerar a la que es Madre y modelo de misericordia.

2. La palabra de Dios

San Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma, afirma: “a nadie debáis nada, más que amor”.  Nos invita a que nuestras relaciones personales con los demás estén motivadas y sean expresión de amor. Y es que a los demás sólo les debemos amor, porque el amor es la síntesis de la voluntad de Dios, el resumen de todos los mandamientos: “amar es cumplir la ley entera y los profetas”. Pero eso, hemos de estar atentos para no dejarnos llevar por una caridad mal entendida que pueda hacernos vivir una situación de complicidad con el mal, bien porque seamos partícipes del mal que hace el otro o porque nos callemos o nos desentendamos del hermano. El “que ama a su prójimo no le hace daño”; todo lo contrario, se preocupa de su bien, sabe que es corresponsable de la situación y suerte de su de los otros.

Por eso no es de extrañar la invitación al profeta Zacarías, que hemos oído en la primera lectura. El profeta debe hacer que el malvado se dé cuenta de su maldad, de su situación real. Y debe hacerlo buscando su bien, buscando que cambie de conducta. Enmudecer, no hacerle caer en la cuenta, le hace cómplice y responsable de su suerte. Es verdad que el malvado es responsable del mal que hace y que, en última instancia, responderá del mismo, pero si el profeta no le advierte para que cambie de conducta, si se desentiende y no le habla, tendrá que responder ante Dios de la suerte de su hermano.

El evangelio proclamado nos indica cómo proceder en el ejercicio de la corrección fraterna. El primer paso es corregir a solas, de manera que no quede deteriorada la imagen del hermano ante los demás, ni se menoscabe su dignidad. Pero si no hace caso, si piensa que es un invento o una manía del que quiere corregirle, hay que llamar a otro o a otros dos, para que vea que no es una cuestión personal, quedando el asunto confirmado por boca de dos o tres testigos. Solo si sigue sin hacer caso hay que comunicarlo a la comunidad. Y si no hace caso a la comunidad, habrá que considerarlo como a un pagano o un publicano, es decir, como un pecador público.

Con este modo de proceder queda salvaguardada lo más posible tanto la imagen y fama de la persona que hay que corregir como su dignidad. En todo caso, la corrección fraterna hay que hacerla y recibirla conscientes de la presencia del Señor, porque donde dos o tres se reúnen en su nombre, el Señor está en medio de ellos.

3. La Virgen María, madre y modelo la Misericordia

La invitación a la corrección no es más que una manifestación de la misericordia que hemos de vivir y practicar unos con otros.

Volvamos nuestra mirada a la Virgen María, que es experta en misericordia. Ella es la madre del Señor, que es misericordioso con todos. Ella experimentó de manera extraordinaria la misericordia de Dios, que la preservó de todo pecado desde el momento de su concepción. Ella es la llena de gracias. Ella conoció a lo largo de su vida la misericordia de Jesús, a la que se asoció al pie de la Cruz. En el momento culminante de nuestra redención, a los pies del crucificado, María renueva su sí, asociándose a la entrega redentora de Jesús.

Ella proclamó en el Magníficat la misericordia de Dios: Anuncia que su elección es fruto de la misericordia divina, porque el Poderoso se ha fijado en la humildad de su esclava. Ella es consciente, y así lo manifiesta en su canto de alabanza, que la misericordia de Dios llega a sus fieles de generación en generación; es decir, siempre, incansablemente: Dios no se cansa nunca de perdonar y dar nuevas oportunidades. Ella proclama que todo lo que el Señor ha hecho en favor de su pueblo y de todos los hombres, es porque Dios se acuerda de la misericordia que había prometido a nuestros padres, a Abrahán y su descendencia.

Ella actuó con entrañas de misericordia en las bodas de Caná, contribuyendo a salir de aquel mal momento a los esposos. Ella fue especialmente misericordiosa con los discípulos que traicionaron al  Hijo de sus entrañas: No se limitó a perdonarlos, manteniéndose discretamente distante de ellos, sino que accedió a la voluntad de Jesús en la cruz y los acogió como hijos. María, permaneció cercana a los discípulos, compartiendo su oración y su espera, cuando ellos, por temor a los judíos, estaban encerrados.

La Virgen María, Madre de misericordia, es testigo que anuncia y canta la misericordia de Dios para con todos. Ella es para nosotros modelo de misericordia.

4. Nosotros

La Palabra de Dios proclamada y el ejemplo de la Virgen María nos invitan a la conversión, en la que el hermano y la comunidad tienen una parte determinante: hacer caer en la cuenta del mal, animar a salir del mismo y propiciar un cambio de vida. Pero, desgraciadamente, no siempre hacemos lo que nos pide el Señor.

A veces no nos importa mucho la situación del hermano; otras por un falso respeto o manera de entender la caridad no le decimos nada, dejándolo en su situación, sin intentar que se dé cuenta de la misma, sin animarle y ayudarle a cambiar.

Tampoco es infrecuente que demos los pasos del proceso en sentido contrario, que empecemos por comentar la situación con alguien distinto del interesado que pensamos es más cercano al mismo por si nos ilumina o puede ayudarle, y este lo hace con otro y así sucesivamente, de manera que cuando viene a saberlo el interesado, muchos conocen la situación. Por el camino ha quedado deteriorada su imagen y herida su dignidad.

En este sentido es muy importante tener en cuenta dos cosas. En primer lugar la motivación. Sólo debemos animarnos a corregir cuando lo que nos preocupe y mueva sea el bien del otro y de la comunidad; nunca cuando sea un desahogo o para quitarnos la espina. Quizá un buen criterio para discernir cuando debemos corregir sea que nos cueste más hacer la corrección que callar. Sólo debemos corregir si somos capaces de hablar personalmente con el interesado. En caso contrario casi siempre es mejor callar. Pero también es necesario abrirnos a la corrección fraterna, no endurecer el corazón como dice el salmista.

Buena escuela para aceptar o hacer una corrección fraterna es tener experiencia de la infinita misericordia del Padre y de su fuerza difusiva (EG 24). Nuestra capacidad para abrirnos a la corrección fraterna y al perdón sólo puede ser adecuada cuando lo hacemos como respuesta a la misericordia de Dios con nosotros: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados (…) Con la medida con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38)” (EG 179). Es decir, cuando tenemos experiencia del perdón recibido y de nuestra propia debilidad. Y saber, como nos recuerda el Papa, que “el camino de la conversión siempre está abierto” porque “Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (EG 3).

5. Conclusión

El Señor nos invita a buscar siempre el bien de los demás, a no desentendernos de los otros, mantener unas relaciones fraternas presididas por la caridad: “a nadie debáis más que amor”. Abrámonos a la misericordia de Dios y desde esta experiencia, con conciencia de nuestras propias debilidades y del perdón tantas veces recibido, seamos misericordiosos con los demás, sintiéndonos corresponsables de su suerte.

Ojalá que nuestro corazón nunca se endurezca y esté siempre abierto a la corrección fraterna, al perdón y a la misericordia.

Santa María de la Victoria, Madre y modelo de misericordia, danos un corazón misericordioso como el tuyo, siempre dispuesto a acoger y perdonar.

Amén.
 

Gabriel Leal

Sacerdote diocesano

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