NoticiaHistoria de la Iglesia Los Concilios de Toledo (II) Publicado: 25/06/2014: 5102 De gran interés dogmático fue el Concilio XI toledano (675) por su exactitud en la exposición del misterio de la Trinidad, de la Encarnación y de la resurrección universal en conexión con la de Cristo. La insistencia en estos concilios a redactar símbolos o profesiones de fe sobre el misterio de la Trinidad y de la Encarnación, era la de combatir los restos que áun quedaban del priscilianismo y del arrianismo. Los temas tratados en estos concilios son muy variados: dogma, liturgia, sacramentos, moral, cánticos religiosos, idolatría, judaismo, leyes civiles, penas a los transgresores, administración del reino e incluso la deposición de los reyes. A través de los concilios, los reyes piden orientación para la reforma de las leyes, e incluso la corrección de las mismas o la redacción de leyes nuevas. Todo ello después de discutido, será finalmente aprobado por los presentes y firmado por el rey. Actualmente, llama la atención el mensaje del rey Egica al Concilio XVII de Toledo sobre lo referente al tema de los judíos a los que considera traidores por el intento de facilitar a los árabes del norte de África la invasión de la Península. Añade otro motivo, pues los judíos «pretenden arruinar la misma fe cristiana». Los reyes visigodos buscaron siempre el apoyo de la Iglesia a la hora de gobernar, dada la categoría pastoral e intelectual de los obispos de la época. Hubo ciertamente colaboración y ayuda mutua entre Iglesia y Estado en orden a conseguir cada institución sus propios fines. El rey desempeña un papel importante, los laicos también y lo mismo hay que decir de los obispos y de los clérigos. Pero es necesario señalar que esta vinculación Iglesia-Estado, nunca fue ni teocracia, ni cesaropapismo. La Iglesia era la depositaria de la cultura. Los reyes aceptaban su consejo y sus leyes. Los concilios toledanos muestran que la colaboración y cooperación Iglesia y Estado es posible y a su vez favorece a los creyentes que también son ciudadanos y a los ciudadanos que también son creyentes. Tal actitud sirvió de ejemplo a los gobernantes de otros pueblos germánicos en los comienzos de la Edad Media.