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Ordenación de diácono (Catedral-Málaga)

Publicado: 21/12/2008: 20004

ORDENACIÓN DE DIÁCONO

(Catedral-Málaga, 21 diciembre 2008)

Lecturas: 2 S 7, 1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Rm 16, 25-27; Lc 1, 26-38.

Servir a la Iglesia, a ejemplo de María

 

1. Muy querido Don Antonio, hermano en el episcopado. Estimados sacerdotes y diáconos. Querido Antonio, que hoy, por gracia de Dios, vas a recibir el ministerio diaconal. Muy amados fieles, os invito a participar con gran fruto en esta celebración, pidiendo por el nuevo diácono que nos regala hoy el Señor.

La Iglesia nos ha propuesto, durante el Adviento, que contemplemos a la Virgen María, para que sepamos esperar la venida de Jesús, como lo hizo Ella.

Teniendo en cuenta esta contemplación y teniendo en cuenta el Evangelio de la Anunciación, que hoy ha sido proclamado, podemos ver en María una serie de actitudes, que nos pueden ayudar a prepararnos mejor a la gran celebración de la Navidad, ya cercana; y a celebrar esta Eucaristía, en cuyo marco ordenaremos diácono a nuestro querido Antonio.

2. En la oración colecta del cuarto sábado de la semana cuarta de Adviento, dirigíamos a Dios unas peticiones, siguiendo el ejemplo de María. Quisiera parafrasear esta oración colecta, que ayer toda la Iglesia dirigió al Señor.

En la oración le decíamos: Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada. María supo renunciar a sus planes propios y personales, para someterse a la voluntad de Dios. El Señor también nos pide a cada uno de nosotros que renunciemos a nuestros propios planes, para someternos a la voluntad de Dios.

Querido Antonio, has sido llamado al ministerio diaconal. Supongo que el Señor tiene sus planes sobre ti y te lleva por caminos suyos, que tal vez no eran los tuyos, antes de responderle tu sí.
Vamos a pedirle a María que nos ayude a todos y a cada uno a renunciar a la propia voluntad y a someterse, de modo humilde y sencillo, a la voluntad de Dios. Uno podría someterse “a regaña dientes” o de forma orgullosa. La Virgen, sin embargo, aceptó la voluntad de Dios de una forma sencilla y graciosa, porque estaba llena de gracia y porque agradecía el plan de Dios en su vida, aunque no lo entendiera.

¡Cuantas veces no entendemos los planes del Señor sobre nosotros! A veces le queremos preguntar: ¿Por qué Señor haces esto? ¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Por qué ocurre esto a mi familia? El Señor sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Nuestro sometimiento a su voluntad debe ser de buen grado, con sencillez y humildad, como lo hizo la Virgen.

3. María aceptó encarnar en su seno al Hijo de Dios. María abrió sus entrañas a la obra divina. Dios no realizó su obra independientemente de María, sino que Ella quedó totalmente implicada en la venida del Señor.

Dios tampoco realiza su obra independientemente de nosotros, sino que nos invita a aceptar en nuestros corazones al Hijo de Dios; nos invita a hacerle espacio dentro de nosotros mismos. Pero Él no puede venir a nosotros, si estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe Él.

María se vació de sí misma. Jesús también se vació y se despojó de sí mismo (cf. Flp 2, 6-8); éste es el verdadero significado del término. Jesús se hizo hombre, sin dejar de ser Dios; pero se vació de sí mismo, para tomar forma humana; de otro modo, no hubiera podido ser hombre y vivir como hombre.

También a nosotros se nos pide que nos vaciemos de nosotros mismos, para llenarnos de la presencia salvadora de Jesús. Hemos de dejar que Él se encarne en nuestra vida, a través de la fe y de las obras. María concibió por fe y vivió por obras. Jesucristo pudo encarnarse en el seno de María por su fe y por la confianza plena y total en Dios.

Una forma de aceptar a Cristo y dejar que se encarne dentro de nosotros es mantener nítida la imagen de Cristo, que hemos recibido en el bautismo. Hemos sido hechos cristianos o “cristi-formes”. La imagen de Jesús se nos ha impregnado como la luz impregna una imagen en la fotografía. Somos fotografías de Jesús; somos imagen del Hijo. Dejemos que esa imagen de Cristo, recibida en el bautismo por obra del Espíritu, se mantenga clara sin borrarse; no la eliminemos de nuestra vida. Hemos de ser “imágenes andantes” de Cristo. Y María fue imagen de Cristo, su Hijo.

4. María se fío de un mensajero. Dijo que sí a las palabras del mensajero divino. Dios no comunicó directamente su mensaje a la Virgen María, sino que lo hizo a través de un “ángel” o mensajero.

A ti, estimado Antonio, también te ha comunicado un mensajero de Dios lo que Él quiere de ti. Esto es lo que llamamos la “mediación eclesial”. No tengo constancia de que Dios te haya llamado directamente. Me dijiste que tu reflexión sobre la llamada del Señor partió de la experiencia en el Seminario Menor, viendo a los seminaristas mayores; después maduró contemplando a los sacerdotes.

El Señor se sirve a través de un joven seminarista, de un sacerdote, de un catequista, de los propios padres; lo hace de mil maneras, para llamarnos a realizar una misión eclesial.

A través de esta mediación, te llama hoy la Iglesia; o mejor, la mediación eclesial hoy se hace efectiva: en nombre de Dios y de la Iglesia, te voy a elegir para el ministerio diaconal.

Queridos sacerdotes, conviene recordar que las mediaciones valen para todo momento de nuestra vida; no solamente para recibir las órdenes sagradas, sino para ejercer el ministerio cada día. También yo he recibido, por mediación eclesial, la llamada de venir aquí a Málaga; y aquí estoy.

5. Le pedíamos al Señor en la oración, referido a la Virgen: Tú que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu divinidad.

María fue el gran templo del Espíritu. Y pudo acoger de manera plena la Palabra eterna del Padre. Nosotros somos templos del Espíritu. Hemos sido transformados en hijos “adoptivos de Dios”, mediante la gracia sacramental del bautismo.

En nosotros, por tanto, habita la divinidad. El Señor nos pide que mantengamos su presencia en nosotros. Él nos ha trasformado; nos ha cambiado, porque su presencia es transformante y benefactora. El Señor, igual que a María, nos invita a que nos dejemos trasformar por el Espíritu, llamado “Dedo de Dios”, por los santos Padres. El Espíritu realiza la obra redentora en cada uno de nosotros. ¡Dejemos que el Espíritu nos cambie y nos trasforme, como lo hizo con María!

A la Virgen le dijo el ángel: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35). A nosotros el Señor nos regala el Espíritu Santo, de forma especial en el bautismo y en la confirmación. Esa es la fuerza que tenemos para seguir a Jesucristo y para mantener la imagen de Jesús en nosotros; para encarnarlo en nuestra vida; para hacerlo presente; para testimoniarlo en la sociedad en la que vivimos.

Querido Antonio, ábrete a la acción del Espíritu Santo y déjate trasformar por Él, como lo hizo María, la Virgen.

6. También decíamos en la oración colecta: Concédenos la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón. María contestó al ángel: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Lo hizo con sencillez, con humildad, sin orgullo y sin pretensiones. El Señor nos llama a realizar una misión a todos y cada uno. No se trata de comparar qué misión es más importante; sencillamente hay diferentes misiones.

¿Cuál va a ser tu respuesta, Antonio, cuando el mensajero de Dios, el ángel de Dios, en este caso tu Obispo, te pregunte, dentro de unos momentos: quieres consagrarte al Señor?

¿Cuál será vuestra respuesta, queridos jóvenes, cuando el Señor os llame, para enviaros a una misión concreta en la Iglesia?

¿Cuál será nuestra respuesta, estimados fieles, laicos y religiosos, cuando el Señor nos pida dar testimonio del Evangelio en el mundo en el que vivimos?

Contemplemos a María; contemplemos cómo ha respondido Ella. Ella puede ser ayuda nuestra y modelo de nuestro obrar. El supremo modelo de todos es Jesucristo, que ha obedecido al Padre de manera total y plena. Pero hoy venimos a la celebración acompañados de la mano de María y la contemplamos como Madre que nos acompaña. Ella nos es cercana y nos puede ayudar y animar en nuestra respuesta.

La oración concluye animándonos a seguir el ejemplo de María. Pedimos a Dios que nos conceda responder con humildad, con prontitud, con obediencia filial, como lo hizo la Virgen María. Y que nuestra vida cristiana se desarrolle a ejemplo de la “Esclava del Señor”.

7. Pablo, en su carta a los Romanos, nos ha explicado el contenido de su predicación; es decir, del Evangelio que profesa y proclama. Jesucristo ha sido el núcleo y la clave de la predicación de Pablo: «A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo» (Rm 16, 25). Se refiere «al misterio escondido y mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente por las Escrituras que lo predicen por disposición de Dios eterno» (Rm 16, 25-26).

¿Qué predica Pablo? Predica a Cristo y Éste crucificado. Pablo no se predica a sí mismo.

El Papa Benedicto XVI, comentando el servicio de la Palabra, a la que te vas a dedicar a partir de hoy, querido Antonio, decía: “¡Qué maravilla reviste nuestra actividad al servicio de la divina Palabra! Somos instrumentos del Espíritu; Dios tiene la humildad de pasar a través de nosotros para sembrar su Palabra. Llegamos a ser su voz después de haber vuelto el oído a su boca. Ponemos su Palabra en nuestros labios para ofrecerla al mundo. La ofrenda de nuestra plegaria le es agradable y le sirve para comunicarse con todos los que nos encontramos. En verdad, como dice Pablo a los Efesios: "Él nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales" (1, 3), ya que nos ha escogido para ser sus testigos hasta los confines de la tierra y nos ha elegido antes de nuestra concepción, por un don misterioso de su gracia” (Benedicto XVI, Homilía a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y diáconos, Catedral de Notre-Dame – París, 12 Septiembre 2008). Dios nos ha elegido desde la eternidad, para confiarnos este ministerio.

8. Por el servicio diaconal te corresponde ser pregonero de la Palabra de Dios, a la que debes dedicarte con asiduidad; para estudiarla, meditarla y poder proclamarla con fruto.

El misterio de Cristo, que debes vivir y anunciar, como nos dice el Ritual de la Ordenación, debe ser proclamado “de palabra y obra, según el Evangelio y la tradición de la Iglesia”. Nos corresponde anunciar con fidelidad e integridad la Palabra revelada, que la tradición de la Iglesia vive y enseña; somos simples servidores de ella, no dueños ni intérpretes. Sólo corresponde interpretar al carisma del magisterio eclesial.

¡Mantente servidor de la Palabra y no pretendas en erigirte en intérprete de la misma! El Diácono tiene la misión de proclamar y anunciar el Evangelio. Anuncia a Jesucristo. ¡Anúncialo a esta generación, pero sin anunciarte a ti mismo!

Como dicen los textos bíblicos en estos días de Adviento, Juan Bautista era la “voz”; pero no se consideraba digno de desatar si quiera la correa de las sandalias de Aquél que era la “Palabra” (cf. Jn 1, 27).

San Agustín tiene un comentario precioso sobre la “voz” y la “Palabra”. No se puede confundir el mensaje (palabra) con la transmisión del mismo (voz). La voz es un simple instrumento; y se pierde, dice San Agustín, cuando el mensaje ya ha sido dicho. ¡Que seamos “voz” de la Palabra Eterna, que es Jesús! ¡Que seamos voceros del Evangelio!

Demos gracias a Dios, que nos regala hoy un nuevo ministro del Evangelio, un nuevo diácono. Hemos cantado en el Salmo interleccional las maravillas del Señor: “Cantaré eternamente tus misericordias Señor”.

¡Que nuestro corazón en esta tarde, unido al de María, la Virgen, cante las alabanzas y las misericordias de Dios! ¡Demos gracias a Dios por el regalo de sus ministros y por el regalo de un nuevo diácono!

Termino como San Pablo: «A Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos!» (Rm 16, 27).

¡Que la Virgen, Santa María de la Victoria, Patrona de la Diócesis, nos acompañe en nuestra vida y te acompañe, querido Antonio, en este nuevo ministerio que hoy la Iglesia te confía! Amén.

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