NoticiaStma. Virgen ¡Santa Madre de Dios! Publicado: 05/05/2023: 8158 Día de la Madre El profesor de Mariología del Centro Superior de Estudios Teológicos “San Pablo”, José Manuel Llamas, reflexiona sobre el dogma de María, Madre de Dios, con motivo del inicio del mes mariano por excelencia, el mes de mayo, y la celebración del Día de la Madre El primer domingo del mes de mayo, mes de la Virgen, celebramos el Día de la Madre. Con este motivo, el profesor de Mariología de los centros teológicos diocesanos, José Manuel Llamas, reflexiona sobre la maternidad de María: «Se puede decir –afirma– que es un misterio. Sin embargo, hay algo que está claro, y que nunca se ha puesto en duda: María es la madre de Jesús. Entonces, ¿en qué sentido es un misterio?» La gran pregunta en torno a la maternidad de María es ¿quién es Jesús? Es decir: dependiendo de quién y de cómo creamos que es Jesús, podremos entender, o negar, lo que el pueblo de Dios tenía como verdad clara desde muy pronto: que María es la Santa Madre de Dios. Cuando leemos los evangelios nos damos cuenta de que ya las primeras comunidades mostraban un gran respeto por la Virgen. Esto se ve claro especialmente en Lucas, donde aparece María como «la madre de mi Señor» (Lc 1, 43); lo curioso es que las 17 veces que encontramos la palabra «Señor» en este capítulo, siempre está referida a Dios. Podemos concluir, sin darle demasiadas vueltas a la cabeza, que Isabel se refiere a la divinidad de Jesús cuando pregunta: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?». Respecto a la Virgen María, el pueblo de Dios, desde su piedad popular, se adelantó al menos un par de siglos a los teólogos y estudiosos a la hora de afirmar que María es Madre de Dios: ya en el siglo III encontramos la oración más antigua en la que se dice esto, el «Bajo tu amparo», pero tendremos que esperar a Calcedonia (año 451) para verlo ratificado oficialmente por la Iglesia. Es curioso que en aquel encontronazo entre Cirilo y Nestorio, a comienzos del siglo V, el primero, el alejandrino, no se distingue por su piedad mariana: afirma, por ejemplo, que María se escandalizó y sufrió una crisis de fe al pie de la cruz, porque «la mente frágil de una simple mujer se deja llevar a pensamientos más débiles» (In Iohannem, 12). Esto, en fin, es una muestra de su manera de pensar en general. Entonces, ¿por qué el “malo de la película” es el bueno de Nestorio? Porque él no servía para mover hilos en la sombra, algo que hacía extremadamente bien su oponente, y porque erró el tiro al intentar describir la personalidad de Jesús. Nestorio no ve acertado el título de «Madre de Dios» para María, porque temía que se la confundiera con una diosa (el politeísmo estaba muy vivo todavía); pero no tenía reparo en aceptarlo, si se explicaba bien. Prefería «Madre de Cristo», porque pensaba que en Jesucristo convivían, con una unión “moral”, su naturaleza humana y su naturaleza divina; es decir, que en Cristo había, más o menos, dos personas en comunión. Y esto desató la tormenta. ¿Y entonces? ¿Por qué el concilio de Éfeso (año 431), que, como concilio, resultó muy vergonzoso (obispos peleados, condenándose unos a otros, incapaces de dialogar), es tan importante para nosotros? Porque fue el pueblo de Dios quien dio una lección de eclesialidad asombrosa. Esto nos dice el papa Francisco (homilía del 1/1/2015): «Os propongo que juntos saludemos a María como hizo aquel pueblo valiente de Éfeso, que gritaba cuando sus pastores entraban en la Iglesia: “¡Santa Madre de Dios!”. Qué bonito saludo para nuestra Madre... Os invito a todos a poneros en pie y saludarla tres veces con este saludo de la primitiva Iglesia: “¡Santa Madre de Dios!”».