NoticiaTestimonios Antonio J. Carrasco: «Nuestra casa fue su casa, y su hogar nuestro hogar» Antonio Jesús Carrasco Bootello, sacerdote diocesano Publicado: 03/02/2022: 14997 Antonio Jesús Carrasco Bootello es sacerdote diocesano y párroco de Santo Domingo de Guzmán, en Málaga. Natural de Álora, explica cómo la vinculación de Madre Petra con su familia viene de los inicios de la obra de Madre Petra cuando, de camino a Álora, se hospedaba en casa de su bisabuelo materno. La vinculación de la beata Petra de San José con mi familia nace cuando ella visitaba nuestro pueblo natal, Álora (Málaga), en los comienzos de su Fundación, y se hospedaba en casa de mi bisabuelo materno, Miguel Bootello Morales, joven entonces profundamente religioso, cuya madre, Josefa Morales Sánchez, hacía que su casa fuese un hogar para aquella religiosa, de forma que le proporcionaba alimento y hospedaje. Así lo describe en sus crónicas recogidas en el libro “Sobre la Piedra”. Ciertamente, en aquel entonces se inculcó el cariño a san José en mi familia, cuyo devocionario se rezaba continuamente y el amor a la Virgen, por el trato continuo con el Señor, la confianza en la Divina Providencia, el servicio y la fortaleza en las adversidades. Esta casa, habitada por una generación familiar anterior, todavía existente frente a la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación de Álora, ya había sido bendecida años antes por acoger al beato Fray Diego José de Cádiz, fallecido en Ronda a principios del Siglo XIX. Nos hace pensar que fue un domicilio frecuentado por clérigos, frailes, religiosas y sacerdotes, por la cercanía al templo y por el clima espiritual que allí se respiraba. En todo momento, hemos llevado muy a gala que Madre Petra visitara y conviviera con nuestros antepasados, y su amistad fue tal que después, durante años, las hijas de Madre Petra, las Madres de Desamparados, cuando iban en bestias y carros desde el Valle de Abdalajís hasta Álora con el fin de pedir limosna y alimentos para los ancianos, sabían que encontrarían en casa de mis abuelos, hasta mediados del siglo XX, un hogar, un techo, comida y calor humano. Veía desde pequeño a las religiosas de esta congregación visitar mi pueblo y la casa donde a Madre Petra se le apareció San José, y donde rezaban ante la imagen del Santo que existe en el patio de dicho domicilio, en calle Santana, número 10. Hemos tenido mucha relación de amistad con las Madres que residieron, vivieron y siguen viviendo en el Valle de Abdalajís, casa que visitábamos mis hermanos junto a mis padres, con frecuencia, desde nuestra infancia. En la parte antigua de la residencia, por la casa natal de Madre Petra, recorríamos cada rincón de aquellas dependencias y encontrábamos mucha paz y sosiego. Todo era muy familiar, como si nos evadiésemos de esta época y viviésemos contemporáneos a la santa fundadora. En Álora, siempre hemos vivido en casa de una hermana de mi abuela materna, Lola García Téllez, que, además de conseguir el fondo económico, pidiendo o cobrando cuotas por los hogares del pueblo para que los seminaristas cursaran sus estudios, fue la responsable, desde la postguerra, hasta la década de los 80 de recaudar los donativos de los benefactores que depositaban en las capillas itinerantes de san José de la Montaña, destinados a la congregación. Siempre se veneró en casa la Imagen de este gran santo, patrono del Seminario. Las estampas de la beata con su reliquia y del patriarca de la Iglesia fueron siempre muy numerosas en los breviarios familiares. Providencialmente, cuando fui ordenado sacerdote me enviaron a mi primer destino, Arriate, a 5 kilómetros de Ronda (Málaga). Allí serví a la comunidad de Madres de Desamparados durante once años de mi ministerio en la capellanía de la residencia. Esto hizo que, no sólo cuando llegué (durante más de un año), residiera en aquella comunidad por motivos de las obras que se estaban llevando a cabo en la casa parroquial, sino que durante el periodo 2000-2011 conviví a diario con la comunidad de religiosas, de forma que compartíamos nuestros anhelos y preocupaciones. Comprendí entonces que, de la misma forma que “mi casa fue su casa, su hogar era mi hogar”. Las Madres se hacían muy presentes en la parroquia, en la catequesis y en la pastoral de la salud. Tuve el privilegio de celebrar los 100 años de la “Benjamina” (sobrenombre de esta residencia por ser la última que fundó Madre Petra), cuando se procesionó por vez primera la imagen de la beata por las calles del pueblo arriateño tras una Eucaristía solemne que ofició el Obispo D. Antonio Dorado Soto (RIP). Se preparó y se “vivió” el Centenario con mucha información y formación para los feligreses y foráneos, incluso escribí las letras de unas sevillanas que se difundieron por toda la Congregación, cuyo estribillo decía: “Madre Petra es el nombre tan querido de Ana Josefa Pérez Florido”. Durante mis once años de estancia en este pueblo, viví la muerte de varias religiosas muy de cerca quienes, cogidas de mis manos y acompañadas por mis rezos, que invocaban a san José, marcharon a la Casa del Padre. En el transcurso de esos años bendije el Área de Estancia Diurna de dicha residencia y las instalaciones nuevas para las Madres Mayores. En los momentos de incertidumbre y de prueba fueron claves en mi vida las palabras de Madre Petra: “Siempre he esperado en Dios y nunca he quedado confundido”. Antonio Jesús Carrasco Bootello, Sacerdote Párroco de Santo Domingo de Guzmán en Málaga