NoticiaCoronavirus San Juan de la Cruz: cárcel y cántico San Juan de la Cruz Publicado: 17/03/2020: 24198 CRISIS CORONAVIRUS Artículo del sacerdote Pedro Villarejo, especialista en san Juan de la Cruz y autor, entre otras obras, de "Que voy que vuelo", biografía literaria de San Juan de la Cruz. «El amor de Dios nos enseña a interpretar la vida y hacer con ella una obra grandiosa. Que esta vez, de la cárcel del coronavirus, nos permita salir limpios a la libertad» A partir de 1577, muerto el nuncio Ormaneto, que favorecía a los Descalzos, el padre Jerónimo Tostado queda libre para hundir la Reforma Teresiana con Felipe Sega, el nuevo nuncio, que tiene debilidad por los Calzados… A Teresa de Jesús no le queda otro remedio que manchar con lágrimas su breviario mientras acordona su coraje para seguir en la lucha. Los Calzados tienen los ojos puestos en fray Juan, que fue elegido por la Madre para confesor de La Encarnación y vive en una casita junto al monasterio en compañía del padre Germán. El 2 de diciembre de 1577, de noche, cuando el santo aprovecha su soledad más rica, los Calzados, haciendo ruido con cadenas, llenando la noche de gritos, se echan encima de los indefensos y, en nombre del Vicario General padre Tostado, se los llevan prisioneros al Carmen de Toledo, donde es prior el padre Maldonado, que ya tiene instrucciones para un procedimiento de castigos. Al padre Germán lo trasladaron al convento de San Pablo, de la Moraleja. Teresa de Jesús está en su monasterio de San José cuando le avisan del rapto. Conoce de sobra a aquellos Calzados como para temer un desenlace trágico y se dispone a escribir al rey Felipe II, relatándole cómo fueron los hechos, qué hay detrás de esta prisión injusta: -Por amor a Nuestro Señor suplico a vuestra majestad mande con brevedad que rescate a este fraile tan siervo de Dios, que está tan flaco de lo mucho que ha padecido que temo por su vida… En el convento toledano de El Carmen hay alrededor de 80 frailes. Allí también le aguarda el padre Tostado, lleno de decretos, atribuciones y falacias que justifican una prisión indefinida si no abjura de la Reforma Teresiana y regresa a los conventos de los padres de la Antigua Observancia. Juan de la Cruz escucha serenamente los cargos y deletrea en silencio las palabras: rebelde, contumaz, desobediente, vulgar… Penas, censuras, plazos y castigos… -¿Puedo hablar? -¿Acaso puede defenderse? -Desde luego: Si Vuestras Reverencias llaman vulgaridad al ser nacidos del corazón y la inteligencia de la Madre Teresa de Jesús, de su reconocida santidad, acepto el término. ¿Rebeldes, desobedientes?... nuestro conventos han sido erigidos desde la autoridad legítima, nuestros superiores cumplieron con la obediencia al nuncio. Yo mismo fui nombrado asó para confesor de la Encarnación, ¿qué penas pueden alcanzarme si vengo de repartir misericordia? Los padres de Toledo, conocedores que fray Germán ya se ha escapado de su cárcel, le preparan una cárcel más segura, más apartada y hermética de llaves y candados: parece una tumba por lo estrecha: -Por piedad le dejamos el breviario. Y no olvide que lunes, miércoles y viernes vendrá al refectorio donde tendrá en el suelo su trozo de pan, su sorbo de agua y su sardina. A los postres, para que sirva de ejemplo, azotaremos su espalda con varillas de mimbre. Y no sea tan hipócrita: los santos, para llegar a serlo, pasaron por la obediencia… Para la sepultura, únicamente muerto saldrá de esta cárcel. ¿Será posible que nadie se ocupe de este hombre? ¿Adónde está Gracián? ¿Por qué el padre Antonio de Jesús, Ambrosio Mariano, Juan de Jesús Roca… no levantan su voz? Sólo Teresa de Jesús sigue temerosa e inquieta buscando ayuda por doquier sin encontrarla a tiempo. Ella y los religiosos jóvenes del convento de El Carmen --novicios y estudiantes—que perciben en el prisionero alarmas de santo. Ven cómo conquista la calma, cómo su fatiga cansa más a los perseguidores; cómo se destapa el misterio, a chorros, en su mirada. Y comienzan a creer que el equivocado tiene la libertad que ellos desean. Después de pedirle al carcelero algunas hojas de papel y algo de tinta para que no se queden en el olvido coplillas de devoción, el santo escribe: ¿Adónde te escondiste, Amado, Y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste habiéndome herido; Salí tras ti clamando y eras ido. … Así, sucesivamente, va llenando las hojas de papel con las ascuas de su Cántico: -Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura… Morir otra vez si ése es el camino para verte, si la ofrenda de mi vida es lo que quieres para que no haya velos. Porque yo bien conozco de dónde viene el agua que me recrea, la fuente de la pasión calmada. Es de noche, pero el río no necesita la luz para llegar, tampoco el corazón para el deseo… Mi Amado, las montañas… ¡Cuántas vueltas da la noria del beso hasta encontrar los labios! … De la cárcel, de aquella cárcel salió la maravilla literaria de la que hoy gozamos, como una lluvia incesante salida del pecho colmado de fray Juan: Dios lo había elegido para que su música no se quedara en el silencio. Ni su ejemplo en la trastienda de los olvidos. …Nos ha tocado vivir la cárcel del coronavirus, como una especie de noche oscura donde parece lejana la esperanza. En Toledo, encontró San Juan de la Cruz a un Dios de intimidades que aún no se había descubierto. De esta cárcel nuestra que se llena de sombras con la epidemia, en la que hay hermanos sin comer y sin vivir, padres de familia sin trabajo, profesionales enjaulados en una vacuna incierta; sueños, de pronto, destruidos… busquemos dentro al Dios que nos habita y construyamos con Él el alto edificio de una vida nueva. Mauricio Wiesenthal, hablando de Skakespeare, escribía: Creo que para la educación de un niño no hay nada como el teatro. Quizá porque, en la vida, cada uno tiene que aceptar su propio papel. Y, como el escenario está ya ocupado cuando llegamos al mundo, tenemos que asumir nuestra parte entre los personajes poco brillantes, como aquellas que en las obras dramáticas se indican con referencias genéricas: un sepulturero, dos soldados, una doncella, un caballero y un cura. Sólo un buen actor puede salvar un papel insignificante. El amor de Dios nos enseña a interpretar la vida y hacer con ella una obra grandiosa. Que esta vez, de la cárcel del coronavirus, nos permita salir limpios a la libertad. Pedro Villarejo