DiócesisHomilías

Jornada de la Vida Consagrada en la Fiesta de la Presentación del Señor (Catedral-Málaga)

Publicado: 02/02/2013: 5203

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Jornada de la Vida Consagrada celebrada en la Fiesta de la Presentación del Señor en la Catedral de Málaga el 2 de febrero de 2013.

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

EN LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

(Catedral-Málaga, 2 febrero 2013)

 

Lecturas: Ml 3, 1-4; Sal 23; Hb 2, 14-18; Lc 2, 22-40.

Signo vivo de la presencia de Cristo en el mundo

1.- En el presente “Año de la fe”, convocado por el papa Benedicto XVI, celebramos la Jornada de la Vida Consagrada dando gracias a Dios por las personas de especial consagración en la Iglesia; por cada uno de vosotros, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas.

Se nos brinda como tema de reflexión “la vida consagrada como signo vivo de la presencia de Jesucristo resucitado en el mundo”; expresión tomada de la carta apostólica Porta fidei del papa Benedicto.

El Papa nos anima a descubrir los signos de los tiempos y a “convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin” (Porta fidei, 15).

La fe recibida en el bautismo iluminó nuestra vida, abrió nuestra mente y nos encaminó hacia la vida verdadera. El apóstol Pablo pidió a su discípulo Timoteo que buscara la fe (cf. 2 Tm 2, 22) con la misma constancia de cuando era niño (cf. 2 Tm 3, 15). En la actualidad el Señor nos invita a vivir la fe, a profundizar en ella, a mantener este hermoso don del Espíritu Santo en nuestro corazón.

2.- El fundamento y la clave interpretativa de esta vida de fe es Jesucristo; nada ni nadie debe ocupar este puesto; ni siquiera las actividades que las diversas congregaciones o familias religiosas realizáis. La actividad no es el fundamento de la vida consagrada. El apóstol san Pablo nos recuerda: «La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2, 20).

Es necesaria, queridos consagrados, una relación vital, personal e intransferible de cada consagrado con Jesucristo, aceptándolo como único Señor y Salvador. No es suficiente una simple relación de amistad, como se da entre iguales, entre personas. Cristo es quien da sentido a mi propia vida, el horizonte donde todo adquiere valor, el fin último de mi existencia y, al mismo tiempo, el principio de donde arranca todo.

Las personas de especial consagración viven esta fe existencial, personal, que nace del encuentro con Dios en Jesucristo; que se alimenta del amor recibido y de la confianza en su persona, hasta involucrar la propia vida entera; no debe quedar ninguna dimensión fuera de la influencia benéfica de la relación personal y confiada de fe del consagrado con Jesucristo.

Cuando la fe se queda en un asentimiento intelectual de las verdades sobre Dios, corre el peligro de tambalearse cuando entra en contraste con otras ciencias profanas. Y cuando la vocación consagrada se fundamenta solo en la actividad socio-caritativa, sin experiencia personal de fe, corre el riesgo de perder su fuerza y su norte.

La fe es un acto de confianza filial en Dios, que es Padre y me ama; y cuyo amor ha sido manifestado a los hombres en su Hijo Jesucristo (cf. Rm 8, 39) hasta la entrega total de sí mismo en la cruz (cf. Hch 2, 23). La fe es creer y vivir este amor de Dios, que no decae frente a la maldad del hombre, sino que es capaz de transformar todo tipo de esclavitud. El papa Benedicto nos exhorta a ser testigos de esa fe: “Esta certeza liberadora y tranquilizadora de la fe debemos ser capaces de anunciarla con la palabra y mostrarla con nuestra vida de cristianos” (Benedicto XVI, Audiencia general, 24 octubre 2012).

3.- La fiesta de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén (cf. Lc 2, 22-40) es la conmemoración litúrgica llamada popularmente “La Candelaria”, porque en ella bendecimos las “candelas”, los cirios, las velas, que son símbolo de la Luz de Jesucristo, que alumbra a todo hombre (cf. Jn 1, 9). «Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2, 32), canta la liturgia de hoy.

La Virgen María entró en el Templo con Jesús-Niño; llevaba la Luz en sus brazos. La vida consagrada muestra la belleza de esa Luz, como un arcoíris: Cada una de las familias religiosas, cada uno de los carismas, es una luz, que brilla y alumbra en nuestra sociedad; cada uno de vosotros, queridos consagrados, sois una luz en medio del mundo. Cuando volvamos a encender ahora las velas, como hemos hecho al inicio en la procesión de entrada, vivamos la experiencia de riqueza y belleza de la Iglesia, representada en cada uno de vuestros carismas y en cada una vuestras personas. Entre todos formamos ese bello arcoíris, que desgrana la Luz blanca y única de Cristo.

Desde el año 1997, por iniciativa del beato Juan Pablo II, se celebra en este día la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Las personas de especial consagración, con su modo de vivir el seguimiento de Jesucristo, sois testigos del Evangelio, haciendo brillar en vosotros la Luz de Cristo, para dar gloria al Padre, que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

Los religiosos, las vírgenes consagradas, los miembros de los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica, los contemplativos, y cuantos han sido llamados a cualquier forma de especial consagración, transformados por el amor de Dios e iluminados por su luz, sois signo vivo de la ternura de Dios y de la presencia de Cristo en el mundo, haciendo del misterio pascual cristiano la razón de vuestra existencia y de vuestro quehacer. Antes que el quehacer es la existencia; antes que el actuar es el ser. A veces se ha hecho demasiado hincapié en lo que hacen los religiosos y religiosas; pero es mucho más importante lo que son.

En este mundo tantas veces vacío de amor, de libertad, de verdad, de confianza, podéis ser la presencia amorosa de Dios entre los niños, jóvenes, adultos y ancianos, enfermos y necesitados. A través de las obras de vuestras congregaciones y familias religiosas ejercéis la caridad en casas, hospitales, cárceles, geriátricos, parroquias, claustros monásticos, asilos, escuelas y universidades. Sois luz en medio de las tinieblas del desamor, de las tinieblas de la ignorancia, de las tinieblas de la incomprensión, del desprecio de los otros por causa de su etnia, religión, color o condición social.

Asamblea del Sínodo de los Obispos, celebrada en octubre del pasado año 2012, decía sobre la vida consagrada: “En este momento de la Nueva Evangelización, el Sínodo exhorta a todos los religiosos, hombres y mujeres, y a los miembros de institutos seculares, a vivir radicalmente y con alegría su identidad de consagrados. El testimonio de una vida que expresa la primacía de Dios y que, por medio de la vida colectiva, expresa la fuerza humanizadora del Evangelio, es una poderosa proclamación del Reino de Dios” (Proposición 50).

4.- Para ser signo de la presencia de Cristo resucitado es necesario participar asiduamente en su misterio pascual; ello implica identificarse con la actitud oblativa de Jesús, seguirle de cerca como buenos discípulos, hacerle presente en nuestra vida y en la de los demás.

Los diversos carismas y las distintas formas de consagración son expresión de la múltiple gracia, con que Dios embellece a su Iglesia.

Hoy renovaréis, queridos consagrados, vuestro compromiso de seguir a Cristo pobre, casto y obediente. Jesucristo, «siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2 Co 8, 9). ¡Que Él os conceda vivir la pobreza evangélica, trabajando siempre por su Reino!

La virginidad consagrada es expresión de la total entrega a Dios, en cuerpo y alma. Le pedimos al Señor que nos permita vivir un amor total y exclusivo a Él, renovando en nosotros la llama de su Amor, y la alegría de vivir la verdadera castidad y virginidad consagrada.

Dios ha querido asociar a la Virgen María al misterio de obediencia filial de Cristo. Ella es la Sierva obediente, que nos precede y nos acompaña. Pedimos su intercesión en esta tarde, para renovar nuestro voto o promesa de obediencia, que un día profesamos.

¡Que Dios nos conceda ser, en medio de este mundo en que vivimos, “signo vivo de la presencia de Cristo resucitado”. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo