Pascua, volver a casa

No podemos llegar a la resurrección sin pasar por la cruz. Esta frase, escuchada tantas veces, la he visto esta Cuaresma en los ojos de mi padre. Ingresado en el hospital durante cuarenta días, me ha permitido recorrer junto a él, a su sombra, el camino de la cruz. El hospital ha sido una larga guerra, asolada, además, por la amenaza del virus. Pero como buen padre, ha vuelto a darme un preciosa lección del amor que describía san Pablo: ese que es “paciente, que no se irrita, no lleva cuentas del mal, todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo soporta”. Así es el “buenazo” de mi padre. Además de la vida, no para de darme Vida con su sola presencia, con su solo amar y confiar. Gracias, papá, por tanto regalo.

Y luego está mi otro Padre, el que nos amará siempre a los dos, el que acompañó hace seis años nuestro mayor dolor, y ha atravesado ahora a nuestro lado este mar en tempestad. Él ha puesto, sin parar, ángeles a nuestro paso. Ángeles con nombre, como Chelo, Carmen, Constan, Antonio, César, Nacho, Jorge, y ángeles anónimos con grandes y pequeñas gestas de amor. Cirineos que han acompañado nuestro caminar. #ProntoenCasa se volvió la etiqueta de sus mensajes. Y ya ha llegado. Eso es la Pascua.