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«Juan de Ávila y la predicación»

Publicado: 21/06/2011: 2897

El sacerdote Lorenzo Orellana nos ofrece en estas líneas un certero e interesante retrato del patrón del clero secular español. Aunque, como él mismo afirma, el título es «todo un mundo al que sólo se puede acceder desde la modestia.»

 

Introducción

 

         El título, Juan de Ávila y la predicación, es todo un mundo al que sólo se puede acceder desde la modestia. Por ello, iniciemos esta reflexión recordando las circunstancias que rodearon la vida del Apóstol de Andalucía, pues, como dice el aforismo árabe: "los padres nos dan la vida y los contemporáneos el modo de vivirla".

         Juan de Ávila pertenece a la primera generación del siglo XVI. Generación marcada por los procesos últimos de la reconquista y el descubrimiento de América; por la unidad política de España y el cambio cultural y espiritual producido por el humanismo renacentista; por la ruptura de la unidad religiosa en Europa y las discusiones conciliares.

         Los procesos últimos de la reconquista acontecen cuando se halla en el trono Isabel la Católica. Su ejemplo fue tan decisivo que el pueblo acuñó la siguiente letrilla:

  "Jugaba el rey, éramos todos tahúres;     

estudia la reina, somos agora todos estudiantes."

         Este "agora todos estudiantes" fue un deseo, pero un deseo que comenzó a cuajar. El cambio supuso que España pasara de cuatro universidades a comienzos del siglo XVI a tener 30 a finales del mismo siglo. Siglo en el que "la vida y obra de Juan de Ávila constituye uno de los paradigmas mejor logrados de reforma personal y eclesial."[1]

         Mas si en la vida del padre Ávila hay algo a lo que él se entrega de cuerpo entero es a la predicación. Así consta en la portada de la primera edición de sus Obras: Obras del Padre Maestro Juan de Ávila predicador en el Andalucía. Así consta en la biografía de Luis Muñoz: Vida y virtudes del venerable varón el Padre Maestro Juan de Ávila predicador apostólico. Así consta en el subtítulo que Fray Luis de Granada pone a la vida que escribe sobre él: Vida del Padre Maestro Juan de Ávila y partes que ha de tener un predicador del evangelio.

         En ese subtítulo, y sobre todo en el prólogo de la obra, se indica lo que ha movido a fray Luis en la composición de la misma:

       "Que aproveche a los hermanos, y especialmente a los que están dedicados al oficio de la predicación: porque en este predicador evangélico verán claramente, como en un espejo limpio, las propiedades y condiciones del que este oficio ha de ejercitar."[2]

         Hagamos caso al padre Granada y acerquémonos ya a ese espejo limpio que es el Maestro Ávila. Para ello, hagámoslo con las preguntas que, según los estudiosos de la homilética, ha de responder la predicación: ¿Quién predica? ¿Qué predica? ¿Para qué predica? ¿Cómo predica?

 

         ¿Quién predica?

 

         Hoy está claro que la homilía la predica el ministro ordenado. Los documentos de la Iglesia así lo señalan:

         Es a los obispos a quienes compete en primer lugar el deber de predicar la fe como maestros auténticos de la misma (LG 24-25; CD 13); después a los presbíteros en el grado propio de su ministerio (LG 28; PO 4); y, finalmente, a los diáconos que sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia de la Palabra y de la caridad (LG 29; SC 35, 4; CD 15).

         Y aunque el Vaticano II habla de sacerdotes y diáconos, en los comienzos de la Iglesia predicaban casi exclusivamente los obispos. Es verdad que, con el tiempo, se fue imponiendo la necesidad de que predicaran los presbíteros. Necesidad que se convierte en objetivo de los grandes reformadores de la Edad Media y del siglo XVI. El Padre Ávila reconoce

    El oficio de la predicación está muy olvidado del estado eclesiástico, y no sin daño de la cristiandad.[3]

         Tan olvidado estaba el oficio de la predicación que la mayoría de los obispos y sacerdotes no predicaban, peor aún, no sabían predicar, pues no estaban preparados para ello.[4]

         Esta falta de curas predicadores le duele tanto a Juan de Ávila que cuando don Pedro Guerrero, Arzobispo de Granada, le invita para que vaya con él a la segunda sesión del Concilio de Trento, él, que ya se encuentra achacoso, le remite el Memorial Primero en el que escribe:

    Cosa muy cierta es que, si quiere la Iglesia tener buenos ministros, que conviene hacellos.

         Y añade:

    En todos los oficios humanos el oficial bueno no nace hecho, sino que hase de hacer.[5]

         Y por eso pide que los candidatos al sacerdocio reciban una formación durante ocho años, para que 

         sean educados primero que ordenados.[6]

         Que sean educados, es decir, formados. Y aconseja que en cada diócesis haya un colegio desglosado en dos centros: uno para curas y confesores, y otro para predicadores, para que de allí salgan

     hábiles para ser abogados por el pueblo de Dios... Y aprendan principalmente bondad, y después letras, para que puedan ser sin peligro maestros y edificadores de ánimas.[7] 

         Pero el padre Ávila no se queda en recomendaciones sino que pone su vida al servicio de este ideal, y por ello, instruye y ayuda a los sacerdotes, mantiene correspondencia con obispos, redacta memoriales, funda una universidad, dos colegios mayores, once escuelas y tres convictorios. 

         Y no sólo quiere que los predicadores tengan estudios teológicos, sino que, una vez ordenados, desea que tengan una formación continua, especialmente en el estudio del Nuevo Testamento. Y él mismo es ejemplo del estudio continuo de la Sagrada Escritura, porque en sus escritos aparecen citados casi todos los libros canónicos.

         Todavía más, él quiere que los que se inician en el arte de la predicación asistan a una especial escuela de oratoria: la de los buenos predicadores, para que esa escuela de oratoria y el estudio les ayuden en su misión, ya que letrado ha de ser el predicador.                             

         Con estos juncos levanta el armazón intelectual y pastoral del futuro predicador, al que el padre Ávila le pide que lo primero que aprenda sea bondad:             

                   Aprendan principalmente bondad.[8]

         Bondad, es decir, santidad de vida. Eso es lo que recomendó a un virtuoso teólogo que le había preguntado qué necesitaba para hacer fructuosamente el oficio de la predicación. Y en el Primer Memorial escribe:

    El oficio de predicador... pide mayor santidad de  vida.[9]

         Santidad de vida, ser santo. Y para ser santo "amar mucho a nuestro Señor”, esto dijo -cuenta fray Luís de Granada- “como quien tenía experiencia de cuántas ayudas nos da este amor para ejercitar este oficio”. Y añade fray Luís que "no sabía si el padre Ávila ganó más almas para Dios con sus palabras o con su caridad".[10]

         Todo esto fue posible porque Juan de Ávila vivió el oficio de la predicación como un don de Dios. Un don que le hacía gozar del título de padres del espiritual ser, porque el predicador quisiere ser padre y traer almas al conocimiento de su Creador.[11]

***

         Resumiendo este primer punto: podemos afirmar que el padre Ávila quiere que predique un sacerdote con formación remota y permanente, con santidad de vida y con gozo por haber sido escogido por Dios para este oficio.

 

 

         ¿Qué predica?   

 

         El Vaticano II recomienda que los fieles tengan un amor vivo a la Sagrada Escritura.

         Hoy, no hay duda: la Sagrada Escritura escogida para cada tiempo litúrgico marca la pauta de la predicación. Aunque es verdad que eso no siempre fue así. Baste recordar que a la pregunta: ¿qué se predica?, un predicador medieval respondía:

   "Predica los diez mandamientos, los artículos de la fe, los sacramentos, los novísimos, reconfortando a los buenos y tratando de infundir temor a los malvados". [12]

         Pero eso que se contestaba en la Edad Media sólo ocurría en el mejor de los casos, pues se predicaba poco y con una predicación "demasiado humana, enredada en sutilizas escolásticas, ininteligible e inútil."[13]

         ¿Qué se predica?.

         El padre Ávila predicaba la Palabra de Dios, como recomienda a sus discípulos:

    Sed amigos de la Palabra de Dios, leyéndola, hablándola, obrándola.[14]

         Predicaba la Palabra de Dios acomodada al tiempo litúrgico. Basta cotejar sus sermones para comprobar cómo recorren el año litúrgico.

         Predicaba la Palabra de Dios hasta el punto que el Dr. Castán dice que el número de citas que tiene de ambos testamentos asciende a 5.298. Y el doctor Carrillo, tras anotar los testimonios paulinos citados por Juan de Ávila, escribe:

   "Hemos tenido la curiosidad de anotar todos los  testimonios paulinos citados explícitamente por  Juan de Ávila y encontramos que casi toda la Epís tola a los Romanos y gran parte de las Epístolas a  los Colosenses y Efesios pueden rehacerse en sus obras."[15]                 

         El padre Ávila predicaba la Palabra de Dios pero antes se acercaba a ella con fe, se alimentaba constantemente de ella, la estudiaba sin descanso, y la repartía con fidelidad y generosidad. Con fidelidad, porque se trataba de la Palabra de Dios, no de unos saberes humanos o de unas opiniones particulares.[16]

         ¡Qué buen lema a la hora de preparar una homilía! Acercarse a la Palabra, estudiarla amorosamente y vivificarse por ella.

         La Exhortación PastoresDabo Vobis recuerda que el sacerdote debe ser el primer gran creyente de la Palabra, con la plena conciencia de que las palabras de su ministerio no son suyas, sino de Aquel que lo ha enviado (n. 26).

         Y en la Presbiterorum Ordinis leemos: "Es deber de los presbíteros enseñar, no su propia sabiduría sino la Palabra de Dios" (n. 4).

         El Maestro Ávila parece un adelantado del Vaticano II, pues dice:

    "Algunos quieren entender la Palabra de Dios como a ellos parece y no de otra manera... y vienen a querer que reine su propio sentido, pues ellos quieren ser los que den el sentido a la Palabra de Dios" [17]

    "Porque si el entendimiento de ella queda a lo  que el hombre dice, ya no es Palabra de Dios, sino  Palabra de los hombres." [18]

         Por tanto, el primer empeño del predicador debe ser el conocimiento y amor de la Palabra de Dios.

         En carta a un discípulo le traza el programa para el estudio de la Sagrada Escritura. Le aconseja que estudie, en primer lugar, el Nuevo Testamento y si es posible que lo sepa de "coro", es decir, de memoria. Y añade:

    Yo llamo estudiarlo el mirar el sentido propio de él, el cual algunas veces está claro y otras es menester mirar algún doctor. Y de estos sean los principales Jerónimo y Crisóstomo; y también puede mirar la Paráphrasis de Erasmo, con condición que se lean en algunas partes con cautela...; y para el estudio del Nuevo Testamento aprovecha mucho un poco de griego.[19]

         Estudio directo de la Palabra de Dios, pero para lograrlo recomienda una serie de Padres, doctores y autores, que él conoce y cita profusamente. A san Agustín lo cita más de 200 veces, a S. Jerónimo unas 90 y a S. Juan Crisóstomo más de 30. También cita a 11 autores de la patrística griega, siete de la latina y 15 entre teólogos escolásticos y escrituristas. Todo esto para que el estudio y conocimiento de la Sagrada Escritura se haga de forma segura.[20]

         Más aún, al conocimiento de la Sagrada Escritura hay que añadir el estudio de la materia que se va a predicar. Y estamos tocando lo que en las retóricas se llama invención o composición del sermón. Ávila quiere que además de la preparación bíblica se estudie el sermón, es decir, se sepa qué se va a predicar y se busquen los materiales y trabajen.  

    Que se estudie el sermón durante tres o cuatro  días antes sin congoja. [21]   

         Uno de los grandes predicadores del siglo XVI fue fray Tomás de Villanueva.  

         Francisco de Quevedo cuenta que su Majestad el Cesar Carlos V le había ordenado a fray Tomás que le avisase dónde predicaba. Y que un día ocurrió lo que sigue:

   Avisó (Fray Tomás) que predicaba en su casa en Valladolid; y el Cesar, cudioso de oír al santo, fue muy temprano; y a esperar la hora del sermón se entró con los grandes en el claustro, diciendo al portero:

  -Decidle a fray Tomás que estoy aquí que baje.

   Fue el portero, y respondió con él el Santo a la majestad cesárea que estaba estudiando el sermón; que si había de predicar, que no podía bajar; y que si bajaba no predicaba.[22]

         Con qué libertad actuaban estos santos y con qué seriedad trabajaban y preparaban sus predicaciones. La preparación o estudio del sermón es tan importante que San Jerónimo dice: "Aprende lo que has de enseñar"; San Francisco de Sales exclama: "El estudio es el octavo sacramento de la jerarquía eclesiástica"; el cardenal Saliege sentencia: "Si no estudiáis, ¡callaos!"; el teólogo Bonhoeffer recomienda: "Nadie puede explicar la Biblia en el púlpito si ésta no se le ha hecho familiar en la mesa de estudio y en el reclinatorio"; y don Ángel Herrera escribe: "Lo que da valor perenne a la literatura sagrada es la inspiración directa de la Escritura, que el sacerdote ahonde cada día más en ella".

         Que el sacerdote ahonde, que el sacerdote ame y estudie cada día más la Palabra de Dios.

         Juan de Ávila conocía y amaba la Sagrada Escritura, hasta tal punto que el padre Luís Alonso Schökel pone como modelo de pensar y expresarse en lenguaje bíblico a San Agustín, y añade:

         Nuestros predicadores clásicos del siglo XVI continúan esta tradición bíblica: baste citar el nombre de Juan de Ávila.[23]     

 

***

 

         En resumen, a la pregunta ¿qué se predica?, el Maestro Juan de Ávila responde: en primer lugar, la Palabra de Dios que hay que estudiar, conocer y amar.

 

         ¿Para qué se predica?

       

         Antes de responder al "para qué", digamos que lo primero que el padre Ávila pide es que se predique. Que se tenga fe en la predicación.

         Por eso dirá a un predicador:

    Su principal intento querría que fuese predicar,  que mucho hará si bien lo hace.[24]

         Desde luego, si no hay nubes no llueve y si no se predica no se recogerá ese fruto. Que se predique, porque no hay bien sin Dios, ni hay hermosura sin Dios.[25]

         No hay bien ni hermosura sin Dios. Y parece que se estuviera adelantando a la célebre frase de Dostoievski: "la belleza salvará al mundo", la belleza, la hermosura de Cristo es la que salva al mundo.

         Que se predique, pero ¿para qué se predica? En primer lugar la predicación ha de pretender la gloria de Dios. 

    El verdadero predicador, de tal manera tiene de tratar de Dios y sus negocios, que principalmente pretenda la gloria de Dios.[26] 

         Principalmente, la gloria de Dios. Que se predique para gloria de Dios, para inculcar el amor a Cristo que es la mejor forma de dar gloria al que nos lo envió.

         Por eso, la predicación del Maestro Ávila es cristocéntrica, e invita constantemente a abrirse al amor del Padre manifestado en Cristo. Su predicación no reflexiona a nivel informativo, sino a nivel persuasivo. Está al servicio de la fe como palabra de salvación. Es kerigmática. De ahí, que siendo tan bíblica -como recordaba Schökel- no se distrae en exégesis, sino que el texto se hace anuncio de salvación para unos oyentes concretos. Podríamos decir que su doctrina pretende, como dice San Pablo, recapitular todas las cosas en Cristo.

         Mas para que la predicación alcance la gloria de Dios y gane almas para Cristo, ha de dirigirse al corazón del hombre buscando su conversión, pues, como dice el P. Rodriguez: "predicar no es estar razonando una hora sobre Dios, sino que venga el otro hecho un demonio y salga hecho un ángel".[27]

         Y el Maestro Ávila da una receta para conseguirlo, que se suba al púlpito templado. Fray Luís de Granada explica este término diciendo:  

    "En la cual palabra quería significar que, como los que cazan aves procuran que el azor o el falcón con que han de cazar vaya templado, esto es, vaya con hambre, porque ésta le hace ir más ligero tras de la caza, así él trabajaba para subir al púlpito, no sólo con la actual devoción, sino también con una viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo".[28]      

         El mismo padre Ávila subía al púlpito tan templado que los que oían sus sermones no los olvidaban. Por ejemplo, Francisco Terrones del Caño le escuchó predicar en Granada siendo colegial y, siendo obispo de Tuy, escribió una Instrucción de Predicadores en la que dijo a sus sacerdotes: 

    "En nuestros tiempos hemos conocido al Padre Maestro Juan de Ávila y otros santos varones, que no revolvían muchos libros para cada sermón, ni decían muchos conceptos, ni ejemplos y otras galas; y con una razón que decían y un grito que daban abrasaban las entrañas de los oyentes".[29]

         Todavía más, Juan de Ávila desea que la predicación renueve la Iglesia:  

    Los que predican reformación de la Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender.[30]      

         Pero si se predica para gloria de Dios, ganar ánimas para Cristo y reforma de la Iglesia, antes, el corazón del predicador ha de rebosar de amor, porque 

    La Palabra que es viva y eficaz por sí misma se enriquece ante los demás, ¡oh misterio!, según las cualidades de la fe y la caridad del que la anuncia. 

         El Maestro acaba de decirnos que la fe y caridad del predicador influyen en su palabra. Y, ante esto, confiesa:      

  ¡Pobre de mí y de otros como yo, que tenemos el oficio de San Juan Bautista y no tenemos su santidad! [31]  

         Así de claro se manifiesta, mas porque se sabe colaborador de Dios nunca escurre el hombro. Recordemos que en la octava del Corpus en Montilla, tras las vísperas que el pueblo y el clero han rezado, se le acerca el Vicario Gaitán y le dice que predique una plática al pueblo antes de la procesión:  

    "Y la hizo el dicho Maestro Ávila con tanto espíritu, aconsejando y diciendo con la reverencia que se había de ir en la procesión, acompañando a Cristo nuestro Señor sacramentado en la Hostia de Pan, que, acabada la plática, salieron todos los oyentes llorando de alegría..., y acompañaron la procesión con tanta modestia y compostura que fue cosa notable". [32]

         El efecto que produjo aquella predicación en los fieles recuerda lo que dice la Presbiterorum Ordinis en su número 5:

    "Que en la Sagrada Eucaristía se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del hijo de Dios".

         "Para auxilio y solaz". Y el padre Ávila no sólo sube al púlpito templado sino que pone en juego toda su fe y amor, y toma al otro tan en serio que sus oyentes acompañan a Jesús llorando de alegría.

         Más aún, como él se sabe colaborador de Dios y que a Dios le importa el contacto con su ministro, desea que una vez compuesta la prédica se lleve a la oración.

    El día antes del sermón ocúpelo en gustar lo que ha de decir, y no predicar sin estudio ni sin este día de recogimiento particular.[33]     

         Y es que este sosiego y oración tienen para él tanta importancia que llega a afirmar:

    Mas imprime una palabra después de haber estado en oración que diez sin ella.[34]

         Y nos está recordando lo que afirma San Agustín en su libro De Doctrina Cristiana:

    "Si el predicador logra algo y en la medida que lo logra es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias".

 

***

 

En resumen, Juan de Ávila quiere que se predique para gloria de Dios y renovación de la Iglesia ganando almas para Cristo. Por ello, quiere que se predique con fe, con trabajo, humildad y oración.

-Con fe, porque la predicación es un testimonio de la Palabra de Dios y los oyentes no creerán en Dios si no ven la fe en el predicador.

Con trabajo, porque se trata de entregar la Palabra con fidelidad.

Con humildad, porque el predicador es siempre un vehículo imperfecto.

Con oración, porque el predicador es un colaborador de Dios al que ha de transparentar lo mejor posible.

         ¿Cómo se predica?  

         Nadie ignora que la herramienta de la predicación es la palabra. Juan de Ávila utiliza las palabras con tanto acierto, que sus sermones producen verdadera conmoción en los oyentes. Las numerosas conversiones así lo atestiguan. Es tal la expectación que levanta el Maestro que a veces tiene que predicar en las puertas de los templos y en las plazas públicas.   

         ¿Mas cómo se predica para que las palabras alcancen la mente y el corazón de los oyentes?

         En primer lugar, no olvidemos que según somos, así actuamos, es decir, que el ejemplo influye en la predicación. Eso lo tenía tan claro Juan de Ávila que lo primero que se pide a sí mismo y a los predicadores es santidad de vida.       

         En segundo lugar, se ha de predicar con ciencia y elocuencia. Así lo expone Fray Luís de Granada:

    "La ciencia y la elocuencia para este oficio son necesarias: la una para saber las cosas que se han de predicar, y la otra, para saber cómo se han de explicar".[35]

         Ciencia y elocuencia para que el mensaje alcance el entendimiento y mueva la voluntad de los oyentes. Y eso se logra cuando al conocimiento de la materia se une el  dominio del lenguaje y el arte de la comunicación.

         Primero, conocimiento de la materia, es decir, ciencia. Ya hemos tratado de esto al hablar de lo que predicaba el Maestro Ávila. Su conocimiento y amor a la Sagrada Escritura eran tales que, según se cuenta, el mismo Ignacio de Loyola llega a decir:

    "Quisiera el santo Maestro Ávila venirse con nosotros, que lo trujéramos en hombros, como el Arca del Testamento, por ser el archivo de la Sagrada Escritura, que si esta se perdiere, él solo la restituiría a la Iglesia".[36]              

         Y toda esa ciencia la pone el padre Ávila al servicio de sus oyentes para que conozcan el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

         ¿Pero qué más se necesita para que las palabras muevan la voluntad de los oyentes?

         El que fuera Director de la Biblioteca Nacional, don Luis Morales Oliver, decía que las palabras de Juan de Ávila eran aire herido, ¿y qué hiere a las palabras? Las hiere el amor -decía. [37]

         El amor que tenía el padre Ávila a Dios y a los prójimos, hería sus palabras. Y, por ello, sus palabras eran, allá en Granada, capaces de convertir a un Juan de Dios.

         Ciencia, amor y elocuencia forman el trípode. ¿Mas qué es la elocuencia? Tomemos un ejemplo de la predicación del Maestro:

 

    ¡Oh caza bendita! ¿Con qué te cazaremos? ¿Con ballesta o con qué falcón? ¿Con qué lazo te tomaremos, Dios mío, para que no te nos vayas? No hay fuerza, no hay manera, no hay dones, no hay consejo, no sabiduría, no basta cielo, no basta tierra, finalmente, no basta, hermanos, toda la industria humana para tomar a Dios, si no es con amor. Este es, hermanos, el señuelo, a que Dios se abate; este es el cebo con que Dio se pesca: amor, hermanos, amor.[38]

         Si releemos atentamente estas palabras -¡qué no sería oírlas en boca del Apóstol de Andalucía!-, notaremos su elocuencia. Arrancan sembrando en nosotros el deseo de Dios:

         ¡Oh caza bendita! ¿Con qué te cazaremos? ¿Con ballesta o con qué falcón? ¿Con qué lazo te tomaremos, Dios mío, para que no te nos vayas?

         Y tras provocar en nosotros el deseo de dar caza a Dios, declara que eso es imposible:

         No hay fuerza, no hay manera, no hay dones, no hay consejo, no sabiduría, no basta cielo, no basta tierra, finalmente, no basta, hermanos, toda la industria humana para tomar a Dios.

         Y entonces, cuando parece que nos ha quitado la ilusión, exclama:

         Si no es con amor. No basta, hermanos, toda la industria humana para tomar a Dios, si no es con amor.

         Y, en ese momento, nos indica el camino y aumenta el deseo de dar caza a Dios:

         Este es, hermanos, el señuelo, a que Dios se abate; este es el cebo con que Dio se pesca: amor, hermanos, amor.

         Los que escuchaban a Juan de Ávila notaban que dentro de ellos crecía el deseo de Dios.

         Y este es el fin de la elocuencia: persuadir, mover la voluntad y el deseo.

    "De donde se sigue -confiesa Fray Luis-, que como aquel será mejor médico que más enfermos sanare, así aquel será más elocuente que con mayor eficacia persuadiere".

         Sí, dirán, pero si la ciencia se consigue con el estudio, ¿cómo se consigue la elocuencia? Comencemos recordando que la comunicación debe ser un círculo que fluya, sin interferencias, entre el que habla y los que le escuchan. Mas para que no haya interferencias ni rechazos la primera condición de todo predicador es la naturalidad. El predicador ha de mostrarse tal como él es, sin enmascarar su personalidad, siendo él mismo.

    Pobre de mí y de otros como yo, que tenemos el oficio de San Juan y no tenemos su santidad... Somos mensajeros de Dios, aposentadores de la persona real, y no sé si por no saber nosotros representar este oficio... [39]

         Juan de Ávila es y se sabe un gran orador, pero confiesa con naturalidad la grandeza del ministerio y la pobreza del ministro.

          Además de mostrarse como es, con naturalidad, al predicador se le exige simpatía. Simpatía que no es ser gracioso, sino que se ha de entender en su mejor sentido etimológico, sympatheia: sentir con.

         Es verdad que hay una simpatía natural que no todo el mundo posee, pero lo que hay que evitar, lo que no tolera el pueblo es la antipatía. Por eso, si no se tiene una simpatía natural hay adquirirla. ¿Cómo?

         Juan Antonio Vallejo Nájera dice: "siendo amable".[40] Siendo amable, y la amabilidad comienza cuando uno está atento a los demás. Tan atento está el Maestro Ávila a los prójimos que, según Fray Luis: "amaba a todos, como si para cada uno tuviera un corazón."

         Además de la naturalidad y simpatía, la elocuencia del predicador brota del conocimiento de la materia y del idioma, necesarios para traducir claramente lo que se quiere enseñar. Sólo así se cumple una condición imprescindible que exigen los oyentes: que la predicación se comprenda. Eso ya lo decía San Pablo:  

    "Si con el don de lenguas no proferís un discurso inteligible, ¿cómo se sabrá lo que decís? Seríais como quien habla al aire.... En la asamblea prefiero hablar media docena de palabras inteligibles, para instruir también a los demás, antes que diez mil en una lengua extraña" (lª Cor 14, 9 ss.). 

         Todavía más, el lenguaje del predicador ha de ser claro y concreto, vivo y sacado de la vida del pueblo, como hacía Jesús.

         El P. Ávila habla así del Espíritu Santo:

    Entendedme que, si viene el Espíritu Santo en vosotros, tendréis amor a vuestros prójimos como a vuestros hermanos y aún más. ¿Por qué? Porque más fuerte es el engrudo y liga del Espíritu Santo que el de la sangre.[41]

         Esto lo entendían todos, pues les resultaba un lenguaje claro, concreto y cercano.

         Es más, Juan de Ávila hablaba con palabras y giros vivos, populares:

    Para hallar a Cristo, buscad al enfermo, y al pobre, y al olvidado del mundo... El amor en las obras es el meollo, el tuétano.[42]

         Hablaba con belleza:

    Mirad, pues, a Cristo, porque os mire Cristo a vos.[43]

   Mirad, pues, a este hombre en sí y miradle en vos. En sí, para ver quien sois vos; en vos, para ver quién es él.[44]

         Estamos ante el tema de las miradas que tanta influencia tuvo en la escuela sacerdotal francesa del siglo XVIII.[45]

         Y el Maestro Ávila también echaba mano de los refranes:

    No se dejan tomar esas truchas sin que se moje el pescador.[46]

    Quien el padre tiene alcalde, seguro (confiado) va a juicio.[47]

    Quien quiere a Beltrán, bien quiere a su can.[48]

    Cabra coja no tiene siesta.[49]

         Es verdad que el vocabulario del padre Ávila se resiente de la tosquedad del castellano de su tiempo; no obstante, en ocasiones, alcanza una belleza extraordinaria: [50] Hay una página en el Tratado del amor de Dios en la que alcanza verdadera emoción poética. Contemplando a Cristo en la cruz exclama:

    ¿Que le falta a esa tu cruz para ser espiritual ballesta?

    La ballesta se hace de madera y una cuerda estirada, y una nuez al medio de ella, donde sube la cuerda para disparar la saeta con furia y hacer mayor la herida.

  Esta santa cruz es el madero;

y el cuerpo tan extendido y brazos tan estirados son la cuerda;

y la abertura de ese costado, la nuez donde se pone la saeta de amor para que de allí salga a herir el corazón desarmado.

  ¡Tirado ha la ballesta y herido me ha el corazón!

  Ahora sepa todo el mundo que tengo el corazón herido.[51]

 

         En resumen, el padre Ávila, con ciencia, elocuencia y amor, hizo posible que sus palabras iluminaran la mente, el corazón y la voluntad de sus oyentes y lectores.

 

***

 

         Termino. Quizá la mejor conclusión que puedo dar a estas líneas se halla en el cántico que el Apóstol de Andalucía hace de la Palabra de Dios:  

    Su Palabra, mantenimiento de alma es y agua con que se lave, fuego con que se caliente, arma para pelear, cama para reposar, lucerna para no errar. [52]

 

         De ahí que San Juan de Ávila dijera de los predicadores:

    Dichoso oficio, por el cual Dios es engendrado en los corazones humanos.

[53]

                                   

                  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1]Melquíades Andrés Martín, San Juan de Ávila, BAC Popular 1997, p. 29.

[2]Fray Luis de Granada. Vida del Padre Maestro Juan de  Ávila. Edibesa. 2000 p. 28..

[3]O.C., Edición de Sala Balús-Martin Hernández (BAC 1970) T. VI. Memorial Primero al Concilio de Trento, p. 42,

[4]Baldomero Jiménez Duque, El Maestro Juan de Ávila, Bac Popular  1988, p. 157.

[5]O.C. T. VI. Memorial Primero, p. 39.

[6]Idem p. 41.

[7]Idem p. 41.

[8]Ïdem p. 41.

[9]Ídem p 44.

[10]Fray Luis, Idem c. II p 50.

[11]O.C. T.V. Carta primera. p. 18.

[12]Francisco .J. Calvo Guinda, Homilética. BAC. 2003. p. 17.

[13]Baldomero Jiménez Duque, El Maestro Juan de Ávila, BAC popular 1988, p. 157.

[14]O.C. T. V. Carta 87, p. 404.

[15]Francisco Carrillo Rubio. El Misterio de Cristo en el Beato Maestro Juan de Ávila. Málaga 1946. Introducción, nota 2ª. D. Francisco Carrillo  fue profesor y Vicerrector del Seminario de Málaga.

[16]  Juan Esquerda Bifet - Baldomero Jiménez Duque, Juan de Ávila escritos sacerdotales,BAC minor, p. 407

[17]O.C. T. V. Carta 9, p. 68.

[18]O.C. T. II. Sermones del Stmo. Sacramento, Jueves Santo, p. 482.

[19]O.C. T. V. Carta 225, pp 749-750..

[20]Tarsicio Herrero del Collado en Pastoral Bíblica del Maestro Juan de Ávila. Imprenta  F. Román. Granada, p. 36 ss.

[21]O.C. T.V. Carta 5, p. 56.

[22]Quevedo. Obras Completas. Prosa E.Agular Madrid. 1941 p.1037.

[23]Luís alonso Schökel, La Palabrade Dios en la historia de los hombres. E. Mensajero p 641. Y Luis Morales Oliver dice que en Juan de Avila había un hilo conductor que le llevaba al modo de ser cándido y efusivo del obispo de Hipona.

[24]O.C. T. V.  Carta 4, p. 46.

[25]T. V  Carta 167 p. 596, n. 25.

[26]T. IV. Lecciones sobre la Epístola a los Gálatasp. 36 n. 385.

[27]A. Rodriguez, Ejercicios de perfección y virtudes cristianas, p.3ª, tr.1, c.8.

[28]Fray Luis Oc.. p.42

[29]O.C. Nueva edición crítica de Sala Balús-Martín Hernández (BAC maior  2.000) T,1. Estudio biográfico, p. 250, nota 281.

[30]O.C. T. III, Plática 4ª,p. 409.

[31]O.C. T.II. Sermón del 3 domingo de Adviento, pp. 52-53.

[32]O.C. T. I, Introducción biográfica, p. 278.

[33]O.C. T.V. Carta 5, p.56.

[34]O.C. T.V. Carta 4, p.46.

[35]Fray Luis, Oc. p. 52

[36]Proceso de Beatificación , f. 1016,b.

[37]Luis Morales Oliver, El Beato Maestro Padre Juan de Ávila. Conferencias celebradas en la semana nacional avilista. Madrid, 1952, p. 23.

[38]O.C. T. II. Dom. 17 de Pentecostés p. 333.

[39]  O.C. T II, Dom 3 de Adviento, p. 52

[40]Juan A. Vallejo Nájera, Aprender a hablar en público hoy. Planeta, 1990.

[41]O.C. T. II , Martes de Pentecostés, p. 451,

28 O. C. T. II,Sermón de Epifanía,p. 111,

[43]O.C. T. I.  Audi Filia. p 845. n.11640.

[44]Ídem, p. 846, n.11670

[45]El P. Bourgnoint, segundo sucesor del cardenal Berulle, el fundador del Oratorio en Francia, dice en el prólogo de las obras del fundador: “Yo recuerdohaber oído decir a nuestro venerable Padre (Berulle) que esta reforma del clero había sido la única meta que se había propuesto el P. Juan de Ávila, predicador apostólico; añadiendo después que si Juan de Ávila hubiera vivido en nuestros días, él hubiera ido a postrarse a sus pies, y lo habría escogido por maestro y director de su obra reformadora, porque le tenía en singular veneración”.

[46]O.C. T, V, Carta 2, p35, n.215.

[47]O.C. T. II. Sermón 58, p. 934, n. 405

[48]O. C. T. V. Lecciones sobre S. Juan p. 218, n. 3235

[49]O. C. T. V. Carta 30, p. 207, n. 25.

[50]Baldomero Jiménez Duque, Oc. p. 166-167.

[51]  O. C. T. VI. Tratado sobre el amor de Dios.p. 388, n.435.

[52]  O.C. T. III, Tratado sobre el sacerdocio. p. 535,

Autor: diocesismalaga.es

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