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Diario de una adicta (XXXV). Vuelta a casa

Publicado: 18/11/2016: 2912

Al pisar el portal, y luego al entrar en el piso y cerrar las puertas, como un aire de viento fresco y limpio penetró en todo mi cuerpo y una sensación de paz inundó mis pensamientos. No podía creer que me encontraba a salvo y segura.

¿Era un sueño o una realidad? Mi madre conservaba la habitación casi igual a como la dejé, y mi hermano la había llenado con mis muñecas y juguetes preferidos. Los cuadros de las paredes, el armario, el olor y el espacio físico tan lleno de vivencias, despertaron en mí un deseo de vida que tenía desde mucho tiempo hipotecado.

Mi madre tenía colocado un sillón cama para dormir a mi lado todo el tiempo que hiciera falta, pues le había contado mis terrores e inquietudes que me asaltaban de pronto, incluso en un estado totalmente consciente, pero por las noches aumentaban y se magnificaban.

No sabía cómo darle las gracias, ni cómo expresarme, pues el agradecimiento que sentía estaba muy por encima de las siniestras pesadillas que ocupaban mi dormir y mí despertar. Esa noche, al traerme el vaso de leche calentita, como siempre lo hacía antes, le quité el vaso, lo puse en la mesilla y le cogí impulsivamente las manos y se las llené de besos con un sentimiento que no conocía y que jamás pensé tener. Ella dejó hacer y después, con delicadeza y muy lentamente, mirándome con ojos de ternura (¡Dios, cuánto amor despedían!), encerró mis manos en las suyas y suavemente las hizo recorrer su cara, sus mejillas hasta llegar a su boca: sus labios se pegaron a mis manos y así estuvo mucho tiempo pero, ¡tan corto, tan corto! Cuando se fue separando, sus labios no cesaban de repetir, “mi niña, mi niña, mi niña...” Entonces pegué mi cara con la suya, las lágrimas, arroyo sobre sus mejillas, se confundieron con las mías y me abandoné, me dejé ir y experimenté un sentimiento hondo, inefable y ¡así de grande!; deseaba con toda mi alma, y un poco más, perpetuar la situación.

¿Será esto el verdadero amor?, ¿el que ofrece el sentido total a la vida?, ¿el que hace surgir espontáneamente la felicidad? Con estos pensamientos me eché en la cama y el sueño que disfruté fue como hacía siglos que no conseguía: repleta de paz, sin sobresaltos y con un despertar no deseado, pero la cara sonriente de mi madre con la bandeja del desayuno me hizo valorar la realidad y creí ver a un ángel. El corazón se me encogió. ¿Qué me pasaba?, ¿estaba sensible o sensibilizada? De manera espontánea, salieron de mi profundidad y pasaron a mi lengua unas palabras que jamás pensaba podría decir, pero lo hice con intensidad, pasión, fuerza y sinceridad.

-¡Mamá, cuánto te quiero! ¡Por favor!, perdóname, perdóname, gracias, gracias...!- No me dejó terminar pues con un abrazo, de esos que no se saben explicar sólo sentir, me retuvo entre sus brazos: perdí la noción del tiempo.

La noticia que ella había pedido en el trabajo sus vacaciones anuales y unos meses de permiso sin sueldo para no apartarse de mi lado, me provocó un fuerte sentimiento de culpabilidad. Me sentía tan mal, que se lo dije y me contestó que todo el tiempo que hiciera falta y además, mi padre y hermano habían aplaudido la decisión, y ellos se manifestaron dispuestos a lo que hiciera falta.

José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

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