Tras la Segunda Guerra Mundial, en aquel régimen comunista de la órbita soviética, se alzó una gran persecución hacia los cristianos, poniendo a los responsables diocesanos en el punto de mira. La fidelidad de este obispo a la verdad del Evangelio frente a los delirios ideológicos, hizo que en 1950 fuera arrestado y encarcelado sin juicio. Posteriormente, fue enviado a un campo de concentración en Budapest donde, tras ocho meses de crueles torturas sin renegar de su fe, falleció.

Varios regímenes mundiales siguen tratando todavía hoy de acallar la voz profética de los obispos. El último caso, el de Mons. Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa, en Nicaragua, a quien la dictadura de Daniel Ortega condenó el pasado 10 de febrero a 26 años y 4 meses de prisión acusado de ser “traidor a la patria”. Antes de ingresar en prisión, el prelado manifestó haber preferido ser encarcelado a ser deportado del país para no «abandonar al resto de sacerdotes de su jurisdicción que están sufriendo asedio, persecución y amenaza».