NoticiaStma. Virgen Juan Manuel Parra, rector de la Basílica de la Esperanza: «Siempre tenemos una cita pendiente con la Madre» Publicado: 21/06/2013: 2056 María Santísima de la Esperanza recorrió las calles de Málaga este sábado en una salida extraordinaria, dentro de los actos celebrados con motivo del XXV aniversario de su coronación canónica. La procesión se inició al término de la Eucaristía, celebrada en la parroquia de Santo Domingo, y pasadas las 20.30 horas, el trono de María Santísima de la Esperanza, salió de su casa hermandad. Hizo estación en el convento de las Hermanas de la Cruz en la plaza de Arriola, y posteriormente se encaminó hacia la plaza de la Constitución, donde fuera coronada el 18 de junio de 1988. Allí, el secretario general de la corporación, Manuel Bueno, procedió a la lectura de un texto conmemorativo de la coronación de la Virgen y se procedió al rezo de la Salve. La procesión se encaminó a la plaza del Obispo, donde llegó pasadas las doce de la noche, para celebrar una liturgia de la Palabra. Ante el templo mayor, se hizo protestación pública de fe, con el rezo del Credo, a cargo del rector de la basílica, Juan Manuel Parra, y el canto de la Salve a la Virgen de la Esperanza. Palabras pronunciadas por Juan Manuel Parra, rector de la Basílica de la Esperanza: XXV ANIVERSARIO DE LA CORONACIÓN CANÓNICA DE MARÍA SANTÍSIMA DE LA ESPERANZA María es coronada como reina del cielo y la tierra «Una gran señal apareció en el cielo: una mujer envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza» (Ap 12,1). Esta visión del profeta del Apocalipsis nos adentra en esta imagen de María, que corona los misterios de gloria. María, la Madre del Señor, recibe el homenaje de sus hijos. El Hijo de Dios y de María, la contempla coronada de doce estrellas; y nos la presenta como la Reina del corazón de todos los hombres. Y cada uno de nosotros, reconocemos en Ella la Madre y abogada nuestra, Reina de nuestro corazón. Coronar a María es cantar sus glorias. Gloria que pasa por Belén, alcanza el Calvario y culmina en la Asunción junto a su Hijo. Celebrar el XXV aniversario de la coronación canónica de María Santísima de la Esperanza, es simplemente una manera peculiar de honrarla. La corona que lleva sobre sus sienes es un compromiso de amor. Ella amó más que nadie. Amó a Dios y se dejó amar por Él. Y en este amor de entrega nos amó a todos nosotros. Por ello, también el amor cristiano es la corona del más fino oro que podemos entregar a la Madre. “La mejor corona de la Virgen es el amor de sus hijos” El 18 de junio de 1988, el Hijo quiso dejar el primer puesto a la Madre. El sabe que el mejor camino de llegar a Él es a través de su Madre. Quién ama a María ¿no va a amar a su Hijo? Contemplar a María coronada, bajo la mirada sonriente de su Hijo, es una invitación a que también nosotros, como hermanos, nos cedamos unos a otros el puesto, como Cristo a su Madre, y dispongamos nuestro corazón para hacer construir una auténtica hermandad: que depongamos cualquier desavenencia y la convirtamos en encuentro, cualquier posible error humano lo olvidemos mirando a los únicos ojos que pueden soportar la mirada de Dios: los ojos de María. “María, evangelio vivido, es también maestra del evangelio de su Hijo”. A ella le pedimos que nos enseñe a Jesús, la Buena Noticia para los hombres. Rememorando el episodio del Cruz, queremos acoger a la Madre en nuestra casa y abrirle nuestro corazón. Que la Archicofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno del Paso y María Santísima de la Esperanza, sea un hogar abierto a la Virgen María. Siempre tenemos una cita pendiente con la Madre. Ella nos espera cada día para hablarnos de lo mejor que tiene: su Hijo, el Señor. También espera de nosotros conversación: que le contemos de nuestra vida, alegrías y preocupaciones. Esto es orar: «traer a Dios a mi vida y llevar mi vida a Dios». Y María nos va a acompañar como una Maestra excelente. Pido al Padre del cielo por todos vosotros con la sencilla oración que San Ignacio, le dirigía a la Virgen María, cuando releía su propia vida delante de Dios: «Madre, ponme junto a tu Hijo». Autor: Ana María Medina