NoticiaColaboración "Auxiliodades" Imagen de María Auxiliadora venerada en Málaga Publicado: 31/05/2023: 5869 Artículo del Doctor José Rosado. Médico especializado en drogodependencias El día 21 de diciembre de 2011 tenía programada la visita a un enfermo de la droga que estaba en proceso de desintoxicación domiciliaria. Camino de su casa me sorprendió un joven, que por detrás me arrebató de las manos el maletín médico. Cuando quise reaccionar, ya había desaparecido de mi vista. El contenido era de un fonendoscopio, aparato de tensión, laringoscopio etcétera, pero de manera especial un talonario de recetas firmado y con mi número de colegiado.; alarmado por los conflictos que podían originarse por la manipulación que de ellas se podía hacer, informé a la policía del suceso. A los cinco meses aproximadamente, el día 15 de mayo, iniciaba la novena en la Basílica Santuario de María Auxiliadora. Desde el primer día me sorprendía una señora y su hijo que siempre me saludaban con una sonrisa y un gesto de cabeza. El último día, vinieron a darme el saludo de paz y se quedaron a mi lado. Cuando terminó la misa, la señora me pidió que les atendiera durante unos minutos. Como no había nadie en la iglesia, nos sentamos en el último banco. Carmen, que era la madre, quería explicarme, no para justificar a mi hijo, sino para que usted tenga conocimiento de nuestra situación en la que se encontraba mi “Rafalito” cuando le robó el maletín. Desde que mi hijo lo reconoció el mes pasado entrando en el Santuario, quiere hablar con usted y pedirle disculpas por todas las molestias que le ha causado. Doctor Rosado, en ese mes de diciembre, mi marido Antonio había terminado la quimioterapia y el cáncer no tenía curación; ya no podía hacer nada más, por lo que le firmaron el alta hospitalaria y se vino a la casa, donde el médico de cabecera y los cuidados paliativos lo seguirían atendiendo. La situación económica era muy difícil pues yo tuve que abandonar mi trabajo para cuidar y atender a mi marido todo el tiempo que le quedara de vida. No teníamos a nadie que nos pudiera ayudar, solo a mí hijo que era y es, lo más bueno que existe, pero la droga lo había cambiado: conseguir la droga y consumir era la única ocupación y preocupación de todos los días…y así llevaba un tiempo que para mí era una eternidad. Desde pequeña, mi madre me infundió y alimentó la devoción a María Auxiliadora, y siempre he tenido en mi casa una mesita con su imagen, una vela encendida y una fotografía grande. Todos los días le rezo por la mañana y antes de ir a dormir…y siempre la tengo a la vista, pues en muchas ocasiones es como un refugio donde ponerme a salvo ante problemas y dificultades. Ella me consuela, fortalece, anima y llena de esperanzas mi corazón. El día anterior al del “tirón” que le hizo a usted, le habían amenazado de muerte por la deuda que tenía con el “camello”, y esa tarde sufrió un síndrome de abstinencia que creí que se moría; yo no podía hacer nada, solo abrazarlo y llorar con él. A las 3 de la mañana me dijo que se iba a la calle para “buscarse la vida”. Regreso a media mañana; había vendido todo y le había llevado el dinero al camello, y éste le anticipó una dosis “a cuenta”. A mi hijo, la muerte de su padre, lo dejó desamparado y desorientado, y la idea de suicido le obsesionaba. Dejó de salir, apenas comía y siempre estaba silencioso y triste. El duelo lo llevaba en su corazón y sus consecuencias podían ser muy traumáticas. En este escenario, el rezar a la María Auxiliadora era lo mejor que yo podía hacer, y con ella pasaba muchos ratos en el “altar de mi casa”. Al analizar esta historia, es fácil descubrir la intervención de María Auxiliadora, que ya empezaba a notarse el primer auxilio, pues la madre señalaba que su hijo, de vez en cuando, se acercaba a la mesita donde estaba la imagen y, en silencio, se pasaba un tiempo ancho, mirándola y contemplándola. A las dos semanas, llegó un segundo auxilio, pues “su Rafalito” tuvo conciencia de su estado y solicitó cita en el centro provincial de drogodependencias. En dos meses de tratamiento, el consumo había disminuido y los tiempos de abstinencia eran cada vez más prolongados y controlados, y fue cuando se hizo presente el tercer auxilio, pues le contrataron a tiempo parcial de camarero en un bar que servían comidas. El cuarto auxilio no tardó mucho, pues todo lo que ganaba se lo entregaba a su madre, le ayudaba en todas las tareas de la casa y se recuperaron una singular relación afectiva que nunca hubieran imaginado: madre e hijo se hicieron amigos inseparables. Con cierta frecuencia, me comentaba Carmen, yo me acercaba al Santuario y mi hijo siempre me acompañaba. Claro que yo escogía los días y las horas en las que él libraba en el bar. Nada más entrar, se arrodillaba delante de María Auxiliadora, y con los ojos fijos en su rostro, “dejaba pasar el tiempo”. El quinto auxilio se hizo muy evidente, pues originó una muy especial “querencia” para estas visitas, y ahora era el hijo, el que le recordaba con ganas, que le acompañara a saludar a la Auxiliadora. Cuando terminamos la consulta en la iglesia, repleta de emociones y sentimientos, Rafael, mirándome a los ojos, en presencia y bajo la mirada de María Auxiliadora, me abrazó… y nos abrazamos. Este sexto auxilio también lo recibí yo, pues experimenté una sensación de paz, armonía y alegría, tan real como inefable. Carmen, con amor, pasión y orgullo de madre, me decía: mi hijo se sabe de memoria el himno de la Auxiliadora, y aunque la música no es su fuerte, sí que lo canturrea a su manera, sobre todo las estrofas “Guíame al puerto salvo y feliz. Virgen Santísima, ruega por mí. En las horas de la lucha sé mi consuelo, y al dejar esta vida llévame al Cielo”… y siempre con los ojos humedecidos. -Con María Auxiliadora no existen casualidades sino Auxiliodades pues, por ser la Madre de Dios, es la Omnipotencia Suplicante- José Rosado Ruiz. Médico de adicciones