No obstante, hay algo que, en esta incertidumbre propiciada por los enfrentamientos, aporta cierta dosis de esperanza: la tarea que, silenciosa y eficazmente, hace la gente buena.  Labor que se fragua a diario y en los lugares más insospechados. Pasa desapercibido, con demasiada frecuencia, el silencio de los buenos, el silencio de quien con su bondad y delicada manera de hacer las cosas, lleva a cabo múltiples acciones que consolidan el bien común.

Paradójicamente su silencio es fecundo. Mucho más que los estériles enfrentamientos parlamentarios, dardos lanzados en redes sociales o posicionamientos violentos que se viven a diario por doquier, incluidos centros de salud.

Es recomendable descubrir el valor de las cosas hechas en silencio y que, la mayor de las veces, es el tejido oculto que favorece mejor vida.  Hay motivos para la esperanza porque hay infinidad de historias que llevan el sello del silencio fecundo.  El que escribe no siempre está de acuerdo con el dicho “el que calla otorga”, a veces, el silencio es prudencia, educación o comprensión; de lo que sí está convencido es que el que calla no siempre es cobarde; puede ser humilde y entender que todo no hay que ir por ahí publicándolo. O es la mejor manera de conducirse en la vida para que tenga la efectividad deseada lo que pretende. 

Cuando ocupamos el sitio que nos corresponde descubrimos que somos inquebrantables, quizá sea tan simple, en este empeño de mejorar la vida que nos ha tocado vivir, saber ocupar en silencio nuestro sitio; sin estridencias y convencidos que lo que hacemos es lo que hemos de hacer desde la bondad.