DiócesisHomilías

Funeral del Rvdo. Fernando Gil Carapeto (Residencia Buen Samaritano-Churriana)

Publicado: 06/07/2016: 5389

Homilía pronunciada por el obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el Funeral del Rvdo. D. Fernando Gil Carapeto, en la residencia Buen Samaritano-Churriana, el 6 de julio de 2016.

FUNERAL DEL RVDO. FERNANDO GIL CARAPETO

(Residencia Buen Samaritano-Churriana, 6 julio 2016)

 

Lecturas: Os 10,1-3.7-8.12; Sal 104,2-7; Mt 10,1-7.

 

1.- La infidelidad a Dios lleva a la destrucción

El Señor nos ha convocado para celebrar las exequias de nuestro hermano Fernando. Una oración por él de toda la Iglesia y una acción de gracias también por su vida y su ministerio.

Hemos escuchado como el profeta Oseas nos presenta la imagen de una viña. Los profetas tienen esas imágenes simbólicas tan preciosas. En este caso es una viña bien cuidada, orgullosa de sí misma que produce frutos. Al producir frutos y creerse ella enriquecida y autónoma va prescindiendo poco a poco de Dios. Al final se aparta del verdadero Dios y se va a los altozanos; la imagen del Pueblo de Israel, la imagen nuestra, de cualquier cristiano, de cualquier alma.

«Una viña arrasada es Israel, el fruto es como ella. Por la abundancia de sus frutos, multiplicó sus altares. Cuanto más rica era su tierra, más adornaban sus estelas» (Os 10,1).

El Señor nos ha cultivado, nos ha regalado su vida en el bautismo, nos ha adornado de facultades, nos ha dado todo: la vida cristiana, la fe, la esperanza, el amor. Y cuando van bien las cosas, a veces, nos olvidamos de quién hemos recibido los bienes, las riquezas.

Entonces, el profeta dice que esa viña orgullosa será arrasada, será aniquilada, se hará pedazos incluso los altares de los ídolos a los que se había dedicado y había adorado. «Él mismo hará pedazos sus altares, demolerá sus estelas» (Os 10,2). «Serán destruidos los altozanos de la iniquidad, ¡pecado de Israel! Espino y maleza crecerán sobre sus altares» (Os 10,8).

En nuestra sociedad también hay gente, y somos también nosotros, propensos de poder olvidar a Dios y de marchar detrás de lo que creemos que es la felicidad, detrás de los ídolos.

Pero en este ambiente de Residencia, de personas mayores, vuestra sabiduría y vuestra experiencia nos dice que, a estas alturas de la vida, las riquezas, los honores, los grandes éxitos de juventud y de madurez cuentan poco.

Desde la experiencia de personas mayores, cuando ya nos acercamos al final de nuestra vida por muchos éxitos y honores que hayamos podido tener en la juventud o en la época madura, el Señor nos hace vivir de otra manera.

Os animo a que, siendo viñas cultivadas por el Señor, no nos vayamos tras los ídolos, tras otras cosas que al final no dan felicidad.

En el bautismo Dios sembró en nuestro corazón la llama de la fe y de la inmortalidad que ilumina el camino de nuestra vida y la de nuestro hermano Fernando. Somos peregrinos en tierra extraña, no hay que detenerse aquí. Lo importante es la fidelidad a Dios y apartarse de aquello que nos aleja de ese Padre Bueno que es el Señor.

 

2.- Es tiempo de volver al Señor y buscar su rostro

El Salmo que hemos rezado, también con texto del profeta Oseas, nos invita a la alabanza, a cantar a Dios, a darle gracias. «Cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas» (Sal 104,2).

Hoy queremos dar gracias por nuestro hermano sacerdote Fernando, por todos los hermanos sacerdotes que están aquí presentes y todos los de nuestra Diócesis, como un regalo del Señor. Y también por todos los fieles que viven su fe en fidelidad y en alegría. También por las religiosas.

Hagamos de esta Eucaristía un himno de alabanza y de acción de gracias a Dios. Todo depende de Él, toda nuestra vida. Las cosas que pensamos éxitos nuestros son dádivas del Señor, son regalos del Señor.

En el proceso de nuestra vida, estamos invitados a buscar siempre el rostro de Dios (cf. Sal 104, 3). Desde que nacemos y desde nuestro bautismo se nos invita a seguir el rostro de Dios. «Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro» (Sal 104,4).

A veces, vamos a tientas, a oscuras. No descubrimos siempre qué quiere Dios de nosotros. No descubrimos siempre su presencia por nuestro pecado, nuestros egoísmos, las tinieblas que llevamos dentro. Pero es todo un proceso entre claro-oscuros para llegar a poder vislumbrar la luz de Cristo.

Nuestro hermano Fernando en su peregrinación ha buscado el rostro del Señor y ahora lo ha encontrado definitivamente. Ha encontrado el rostro auténtico de Dios, sin velos, sin oscuridades, sin tinieblas. Lástima que no pueda decirnos cómo es ese rostro amoroso de Dios que él ya está contemplando.

Se nos invita a cada uno a buscar el rostro verdadero de Dios, el que Jesucristo nos mostró como rostro misericordioso y paterno del buen Padre Dios.

Ahora, nuestro hermano ya se ha encontrado definitivamente con ese rostro misericordioso que Jesús nos mostró.

 

3.- Llamados por el Señor a la misión

En el Evangelio de Mateo Jesús «llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 10,1).

Estos son los nombres de los doce apóstoles que hemos escuchado muchas veces (cf. Mt 10,2-4). Pero el Señor, pasado el tiempo apostólico, a través de la Iglesia y del Espíritu Santo ha ido llamando a los sucesores de los apóstoles: obispos, presbíteros y diáconos. Y nos envía con la misma fuerza a predicar el mismo Evangelio.

No nos llamamos Pedro, Santiago, Juan o Judas, pero nos llamamos Alfonso, Francisco, Salvador, Amalio… el Señor nos ha enviado como envió a los apóstoles con estas instrucciones: «Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos» (Mt 10,7).

Como a Fernando también lo envió y le dio la misión de anunciar el Evangelio, de vivirlo, de aceptarlo en su corazón y después de hacerlo llegar a los demás.

Queridos hermanos presbíteros y queridos: fieles no desfallezcamos en esta tarea que el Señor nos ha dado: descubrir el rostro de Dios, descubrir el Reino de los cielos y anunciarlo en nuestra sociedad, a nuestros paisanos. Igual que, a veces, no resultaba fácil descubrir el rostro de Dios, no resulta fácil dar testimonio de la verdadera fe, porque no se quiere aceptar, porque se rechaza, porque como dice el profeta Oseas: «las viñas orgullosas no quieren saber nada de su dueño» (cf. Os 10, 3). Pero nosotros hemos de mantener con constancia y con fidelidad la misión que el Señor nos confía: anunciar el evangelio del Reino, anunciar la resurrección de los muertos y la vida eterna.

Somos, pues, enviados a predicar ese Reino, como lo fue nuestro hermano Fernando que ahora ya se ha encontrado cara a cara con Dios.

Pedimos a la Santísima Virgen María, fiel discípula y misionera, que nos ayude a caminar, aunque a veces sea a tientas, buscando esa luz y ese rostro de Dios. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo