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Diario de una adicta (VI). INTENTO DE LIBERTAD

Publicado: 13/04/2016: 3475

El doctor José Rosado, experto en drogodependencias, nos acerca cada semana un fragmento del diario de una de sus pacientes, víctima de la droga. El deseo de su autora es que su experiencia sirva de ayuda a otros jóvenes y familias que pasen por una situación similar.

Un fin de semana conseguí el permiso para ir a pasarlo en la casa de una amiga del colegio, y como sus padres se marcharon el sábado por la mañana, decidimos organizar una fiesta con dos o tres amigas y amigos. Pensando lo que nos íbamos a poner, se nos ocurrió teñirnos el pelo, y así lo hicimos. Mi pelo moreno se transformó en rubio-platino y me encontré muy atractiva. Pasamos una buena tarde-noche y fue la primera vez que probé unas pastillas; no sentí nada especial, ni agradable ni desagradable, sólo que el corazón se me puso más acelerado, me puse un poco más nerviosa y con más ganas de marcha, pero nada más. A pesar de lo tarde que nos fuimos a dormir, no tuve un sueño tranquilo, aunque me levanté totalmente recuperada. Menos mal, porque mi madre me había, casi exigido, que el domingo teníamos que comer juntos.

Cuando llegué a casa, no me acordaba de mi pelo y al verme mi madre, la escenita que me montó fue apoteósica.

- Pareces una p., y no terminó la palabra. Mañana a primera hora voy a llamar a la peluquera para pedirle cita  lo más pronto posible, y arregle la porquería que te han hecho. No tienes remedio ni solución. A saber con quién habrás estado esta noche. Pero con las amigas que tienes no sé lo que vamos a esperar de ti -.

Sus gritos y su histeria no me dejaban contestarle, hasta que puede hablar y fui, por primera vez con mi madre, radical y tajante.

- Mamá, no pienso ir a ningún sitio. Mi pelo es mi pelo y hago con él lo que quiero -.

La discusión aumento de intensidad y volumen, en la que ella apelaba a mi edad y a la responsabilidad que ella tenía. La dejé con la palabra en la boca y con un fuerte portazo, me encerré en mi habitación. Mi padre llegó un poco más tarde y recibió la información magnificada de mi madre. Tocó en la habitación pero, al no escuchar ruido, dejó de insistir, creyendo que estaba dormida. A la mañana siguiente, con gesto serio y mirándome con gravedad, me soltó un discurso en que me culpabilizaba de muchas de las discusiones con mi madre y casi de su actual posición de enfrentamiento que tenían. Me habló hasta de un posible divorcio. ¡Otra vez la manipulación afectiva!

Desde entonces, las pobres muestras de afecto que de vez en cuando me manifestaba, desaparecieron por completo y, excepto los saludos verbales y alguna pregunta sin sentido, dejé de existir para él, pero no para mi madre que era martillo pilón y no paraba. Salir de casa era coger aire fresco y limpio. Volver a ella, era desear no encontrar a nadie hasta llegar a mi habitación, aislarme, y proyectar el día siguiente para intentar estar en casa el menor tiempo posible.

Diócesis Málaga

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