NoticiaVerano «Sentí la libertad a través de la gratuidad del servicio por amor» Eva María Bonilla Fernández Publicado: 27/07/2020: 11056 ÁNGELES DE LA GUARDA Eva María Bonilla Fernández es técnico administrativo en Cáritas Diocesana. Durante el tiempo de confinamiento se ofreció como voluntaria en la Casa del Sagrado Corazón (Cottolengo) para echar una mano en la limpieza e intendencia. «Doy gracias a todas las personas que forman Cottolengo por saciar mi hambre y sed de encuentro con el divino maestro» «Al recordar la experiencia, vuelven a mi memoria y a mi corazón sentimientos y emociones que experimenté y que me han dejado una profunda huella en el alma», afirma Eva, «no tuve miedo cuando acepté la propuesta de Cáritas Diocesana, donde trabajo como Técnico administrativo, para colaborar allí donde se necesitara asistencia. En aquel momento, y según las informaciones oficiales, en mi familia no había personas de riesgo. Pedí, eso sí, tener el mínimo contacto posible con los residentes. No tenía miedo por mí, pero me sentí responsable de un posible contagio a mi marido o mi hijo». Cuando lo consultó con su familia, su hijo le preguntó: «mamá, ¿por qué tienes que hacerlo? Aún hoy sigo muy bien sin saber qué contestar. En aquel momento la respuesta fue: “porque vivir la vida intensamente, a veces supone tener que arriesgar”. Vivir intensamente fue lo que hice durante aproximadamente el mes que duró aquel bendito voluntariado que me sirvió como refugio, de “normalidad” ante la “anormalidad”, de la situación que estábamos viviendo y, además, me mantuvo físicamente activa debido a las tareas de limpieza que realizaba. Intensamente se me encogía el corazón y el alma mientras conducía (vivo en Vélez Málaga) por carreteras vacías, sin rastro de vida. Nunca imaginé que lloraría por no encontrarme retenciones. Intensamente contemplaba el rostro de cada persona que allí reside. Me preguntaba qué historia, qué circunstancias las habían llevado hasta un lugar así y si estaba haciendo yo algo por ellas o ellas lo hacían por mí. Intensamente sentí la sensación de libertad a través de la gratuidad del servicio por amor», asegura con rotundidad Eva. La Casa del Sagrado Corazón, Cottolengo, fue el segundo hogar de Eva durante un confinamiento que se alargaba y se apoderaba de su corazón: «empecé a conocer nombres y vislumbrar situaciones. Aquel contacto, que en un principio solicité no mantener, se convirtió en conversaciones, canciones, paseos, un mechero y la fotografía pequeña que acompaña a este testimonio». Mirando hacia atrás, Eva da gracias a Dios por muchos motivos pero, sobre todo, porque «servir a Cristo es ser uno con Él donde están los hambrientos y los sedientos. Doy gracias a todas las personas que forman Cottolengo por saciar mi hambre y sed de encuentro con el divino maestro».