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Congreso andaluz de Cofradías de la Pollinica (Parroquia de la Encarnación-Marbella)

Congreso andaluz de Cofradías de la Pollinica, celebrado en Marbella en febreo de 2019
Publicado: 09/02/2019: 4924

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la celebración del Congreso Andaluz de Cofradías de la Pollinica, en la parroquia de la Encarnación (Marbella), el 9 de febrereo de 2019.

CONGRESO ANDALUZ

DE COFRADÍAS DE LA POLLINICA

(Parroquia de la Encarnación-Marbella, 9 febrero 2019)

Lecturas: Is 6,1-8; Sal 137,1-8; 1 Co 15,1-11; Lc 5,1-11.

(Domingo Ordinario V-C)

1.- Las lecturas de este domingo nos presentan la actitud de algunos personajes ante la llamada de Dios en sus vidas. Veamos cómo responden estos personajes bíblicos y pongámonos nosotros a la escucha de la llamada de Dios en nuestras vidas.

En primer lugar, el profeta Isaías, al contemplar la visión del trono de Dios teme una desgracia y exclama: «¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!» (Is 6,5).

Pero el poder del Señor supera toda debilidad humana. El ángel con una brasa de fuego en la mano purifica al profeta y le asegura el perdón: «He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado» (Is 6,7).

Cuando el profeta escucha la voz del Señor, que pregunta a quién enviará de su parte, responde: «Heme aquí: envíame» (Is 6,8). Una purificado el profeta es capaz de proclamar después la buena nueva de parte de Dios.

Los cristianos, y por ende los cofrades, reconocemos que somos pecadores y que no somos capaces de dar testimonio con nuestras propias fuerzas; pero el Señor, como al profeta, nos purifica y nos capacita para anunciar su Reino de amor y de paz. Si un cristiano, un cofrade o un sacerdote tuviéramos que ser primero santos para poder proclamar la Palabra de Dios, no lo haríamos nunca, porque la Palabra nos sobrepasa; y al predicar a los demás, nos lo aplicamos también a nosotros, porque todos necesitamos conversión.

2.- Queridos cofrades, celebramos el XVIII Congreso Andaluz de Cofradías de la Entrada de Jesús en Jerusalén, llamadas cariñosamente “de la Pollinica”. Vuestro titular es un Rey, aclamado por el pueblo como Mesías o Ungido de Dios. Pero es un Rey divino que se humilla y que elige un pollino para hacer su Entrada triunfal en Jerusalén como Rey (cf. Mt 21, 5); un Rey que se rebaja de su dignidad para vivir entre los más pobres. Este es un gran ejemplo.

Su actitud humilde nos invita a servir al necesitado, a estar a favor de los más pobres. ¡Cuidad siempre la dimensión socio-caritativa de vuestras cofradías! Forma parte de vuestro ser cofrade; y me consta que las cofradías potenciáis esta dimensión caritativa. Ya se ha dicho en la monición de entrada que hoy es la Jornada de “Manos Unidas” y que nuestra colecta irá destinada a esta institución eclesial, que pretende paliar el hambre en el mundo.

Los que aclamaban a Jesús en su entrada en Jerusalén extendían sus mantos por el camino y cortaban ramas de los árboles para tenderlas a su paso (cf. Mt 21, 8). Vosotros, en cambio, no habéis puesto mantos, ni habéis cortado ramas de árboles; pero vosotros habéis tendido vuestros corazones ante este Rey divino, que paseáis las calles de nuestras ciudades. Él es nuestro Rey y lo aclamamos como tal, aunque tenga la apariencia de un hombre cualquiera.

La celebración del Domingo de Ramos, que solemnizáis con vuestras procesiones, es el “Pórtico” de la Semana Santa. Es una celebración festiva y alegre, que tiene el sabor agridulce de la pasión inmediata de Nuestro Señor.

Celebrar la Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén implica estar dispuestos a acompañarlo hasta la cruz y esperar su resurrección. No podemos quedarnos en el Domingo de Ramos, ni en el Viernes Santo; hemos de llegar hasta el Domingo de Pascua.

3.- En el evangelio del presente domingo aparece Simón Pedro, quien, después de haber estado pescando toda la noche sin coger nada, se fía del Maestro y echa de nuevo las redes (cf. Lc 5,5). Su gesto de confianza trae un buen fruto, pescando «gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse» (Lc 5,6).

Ante este hecho Pedro queda sobrecogido, lleno de asombro y de estupor y cae de rodillas ante Jesús, diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5,8).

Pedro confiesa su falta de fe y su debilidad, como confesará su pecado de haber renegado de Cristo, su Maestro, en la noche de la pasión, cuando el gallo cantó por segunda vez (cf. Mc 14,72).

4.- Dios construye su Iglesia, contando con la vulnerabilidad de personas débiles. La Iglesia es “santa” y “pecadora” a la vez, por estar formada por personas santas que viven ya en la eternidad y por personas pecadoras que aún vivimos en este mundo.

Los cristianos y los cofrades somos tan pecadores como cualquier otro. Si Jesús nos preguntara: “El que esté libre de pecado, que lance el primer insulto”. ¿Cuántos podríamos hacerlo? Nadie; empezando por mí.

No debemos escandalizarnos de los pecados, porque el Señor ha entregado su vida para perdonarnos y salvarnos. Los cristianos, los cofrades, los religiosos, los sacerdotes, todos somos personas pecadoras, pero redimidas y salvadas por Cristo, como dice el Papa. ¡Que nadie se rasgue las vestiduras a causa de nuestros pecados!

Desde hace tiempo aparecen en los medios de comunicación noticias sobre sacerdotes o religiosos, acusados de actos graves. Eso nos apena y condenamos enérgicamente toda conducta reprobable. Pero también hemos de ser objetivos y verificar que esas conductas impropias se dan en otros muchos ámbitos de nuestra sociedad: familia, educación, deportes, actividad

cultural. El ámbito eclesial es el menos contaminado y donde menos casos se dan, aunque no aparezca así en los medios. Según los datos publicados, los casos ya juzgados en España son más de 45 mil; y los casos de sacerdotes y religiosos unos cuarenta. Y con esto no se quiere justificar ni siquiera un solo caso. Pero los católicos, ante el ataque de los medios de comunicación, tenemos que decir al menos una palabra al respecto.

Al igual que el apóstol Pedro podemos exclamar ante Jesús: «Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5,8). A pesar de nuestros pecados y traiciones al Señor, él nos llama para ser testigos de su amor y de su Evangelio; nos llama para hacernos “pescadores de hombres” (cf. Lc 5,10), evangelizadores, que compartimos la fe y la alegría de sentirse salvados y perdonados por Jesús, quien, entrando solemnemente en Jerusalén entrega su vida en la cruz el Viernes Santo por toda la humanidad y resucita el Domingo de Pascua.

Los apóstoles «llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron» (Lc 5,11). Hagamos como ellos y sigamos a Cristo. Hagamos como ellos y sigamos a Cristo.

5. Queridos cofrades, no dejéis de proclamar que Jesús es el Señor de la vida y vencedor de la muerte, dando siempre testimonio de esta fe de la Iglesia. Cantad, como los hebreos al paso de Jesús: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Mt 21, 9).

Anunciad la Buena Noticia a todo el mundo, como nos enseña san Pablo: «Que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras» (1 Co 15,3-4). No dejéis de anunciar esta noticia de salvación y apropiaros de ella. Al celebrar en el Domingo de Ramos la Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, recordad que al domingo siguiente celebramos la Pascua de Resurrección. ¡Que Cristo llene siempre vuestro corazón!

La vida y la muerte del hombre están asociadas al misterio pascual de Cristo. El vivir o el morir no debe marcar nuestro rumbo, ni nuestra preocupación; no es importante vivir o morir, sino, como dice san Pablo, vivir en Cristo y morir en Cristo; tener los mismos sentimientos de Cristo (cf. Flp 2,5). Muchos de nuestros contemporáneos están muy preocupados por vivir a toda costa en este mundo y no querer morir, porque no creen en la resurrección, ni esperan en la otra vida. Pero nosotros, queridos fieles y cofrades, debemos ser testigos de esta fe en la resurrección.

Pedimos a la Santísima Virgen María que nos acompañe, nos proteja y nos cuide, para que no desfallezcamos en la misión que Cristo nos ha confiado de ser testigos valientes de su Evangelio y de vivir como buenos cofrades el misterio pascual. Amén.

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