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Jueves Santo: Misa de la Cena del Señor en la Catedral

Publicado: 18/04/2014: 21732

La Catedral de Málaga acogió en la tarde del Jueves Santo la celebración de la Misa de la Cena del Señor, una de las celebraciones litúrgicas más importantes de la Semana Santa. La misa estuvo presidida por el cardenal Mons. Sebastián y fue concelebrada por el obispo de Málaga, D. Jesús Catalá.

                                                                       JUEVES SANTO

                                       Homilía del Cardenal Fernando Sebastián Aguilar


La fe cristiana alcanza en este día una intensidad difícil de superar. Hoy es el día de Jesús. El día de la gran confidencia, de los grandes secretos de su corazón. Hoy es el día en el que debemos sentirnos más cerca del Jesús real y verdadero. En esta celebración tenemos que ir más allá de todas las imágenes, de todas las procesiones y llegar a tocar con los deseos del alma la realidad oculta del  Jesús viviente.

Los evangelistas nos han contado cómo fue aquella última Cena de Jesús con sus discípulos. Poco antes de morir Jesús se sienta a la mesa con sus discípulos, que son también sus amigos, su familia del alma. En el ambiente está el recuerdo de la Pascua del Señor. Dios liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto con la sangre de un cordero.

Jesús sabe que su muerte está cercana, sabe que él es el verdadero cordero de la alianza entre Dios y los hombres, el Cordero del perdón y de la liberación. Delante de sus discípulos, pensando en la humanidad entera, la humanidad de todos los tiempos y de todos los lugares, Jesús vive su muerte por anticipado y ofrece su vida por nosotros. “Tomad y comed”, “tomad y bebed”,  “esta es mi vida entregada por vosotros.” El lleva sobre sus hombros todos los pecados y  los dolores del mundo. Y entrega su vida para librarnos del dominio del demonio. La piedad de Jesús, su amor a Dios y su obediencia hasta la muerte nos abren el camino para que los hombres podamos vivir en paz con Dios, para que podamos alcanzar el perdón de nuestros pecados y recibir los dones de la vida eterna y gloriosa.

En esta noche santa, Jesús no solamente ofrece su vida por nosotros, sino que nos la entrega, nos deja la verdad interior de su muerte, como un tesoro de  piedad y de  obediencia, como un camino de encuentro permanente con el Padre, “Haced esto en memoria mía”. Su muerte es fuente de vida para todos nosotros.  Cada vez que celebramos estos misterios  nos alimentamos con su amor, con su confianza, con su obediencia, su piedad y su fortaleza. Gracias a este sacrificio de Jesús podemos acercarnos a  Dios llevados por el torrente de su piedad y de su  amor.

Aquella misma tarde, en el lavatorio de los pies,  el alma de Jesús, comenzó a ser a ser ejemplo y fuente de una manera nueva de vivir en este mundo. Reconciliados con Dios, podemos también reconciliarnos entre nosotros. “Me llamáis maestro y decís verdad porque lo soy.” “Haced entre vosotros lo mismo que yo hago con vosotros”. Jesús lavando los pies a sus discípulos es el maestro y el principio de una forma diferente de vivir. La figura del Obispo lavando los pies a doce hermanos nos hace ver que en la Iglesia todos tenemos que ser servidores unos de los otros, que el principal valor de nuestra vida tiene que ser la humildad, el servicio, la misericordia.

De esta manera, en el lavatorio de los pies se abre el misterio de la Eucaristía como un fruto maduro, y nos descubre la fuerza y la riqueza de cada eucaristía que celebramos,
Cada Eucaristía que celebramos y que vivimos entramos en el misterio de aquel primer Jueves Santo. Nos acercamos con Jesús amoroso y obediente hasta el corazón de Dios. Entramos en comunión con la santa Trinidad. Recibimos el don del Espíritu de Dios, que es amor, misericordia, unidad y gozo de vida eterna. Y este amor de Dios que viene a nosotros nos hace hijos suyos, nos hace hermanos y nos deja el encargo de cambiar el mundo y construir una sociedad nueva de verdad, de amor y de justicia.

Cuando veamos a nuestro Obispo lavando los pies de los hermanos, pidamos al Señor que cure nuestras almas y nos haga humildes, servidores unos de otros, con el amor y la mansedumbre de Jesús.  Cuando recemos esta tarde el Padrenuestro sintamos dentro de nosotros la oración de Jesús, que reza con nosotros, y nos hace vivir en comunión de amor y de obediencia con Dios que es nuestro Padre verdadero. Cuando recibamos la comunión sacramental dejemos que Jesús tome posesión de nosotros y nos haga verdaderos hijos de Dios, hijos por el amor, por la gratitud, por el crecimiento y la eficacia de su amor en nuestra vida.

Y antes de marcharnos pidamos al Señor que haga de nosotros, mensajeros fieles de la bondad de Dios para todos nuestros hermanos, constructores valientes de un mundo nuevo según el corazón de Dios.

Que la Virgen María, madre de Jesús y madre de la Iglesia, que acompañó y guió a los Apóstoles en las primeras eucaristías nos acompañe ahora con su fe maternal,  para que crezcan  en nuestros corazones y en nuestra vida la verdad y la eficacia de estos misterios.

 

+ Fernando Sebastián

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