NoticiaSantos La enfermedad con los ojos del Padre Arnaiz S.J. Leticia Montero, directora general de las Misioneras de las Doctrinas Rurales Publicado: 04/05/2020: 14110 La hermana Leticia Montero, directora de las Misioneras de las Doctrinas Rurales, profundiza en las enseñanzas del beato P. Tiburcio Arnaiz pues «los santos siempre nos ayudan con su intercesión y, con su ejemplo, nos enseñan cómo afrontar situaciones difíciles como la pandemia que estamos sufriendo». El Beato P. Tiburcio Arnaiz, con su vida y sus palabras, nos puede ayudar a mirar con paz, esperanza y fruto espiritual, tres realidades que se nos han hecho muy cercanas en las últimas semanas: la enfermedad, la pobreza y la muerte. Él venció el miedo a los enfermos contagiosos con un hecho heroico, seguramente ocurrido en el Hospital Civil de Málaga, que contó a una religiosa para quitarle sus temores: Le dijo que él sentía temor a la tuberculosis y que un día, estando en el hospital, para vencer su repugnancia, limpió con su pañuelo las flemas que despedía un enfermo tísico, frotándose él las manos después con el mismo pañuelo. Lo vemos después visitando a los enfermos por los barrios de Málaga infestados con fiebres bubónicas (seguramente en el año 1923), donde nos cuenta uno de sus colaboradores que cuando le advirtió de que allí había peligro de contagio el Padre le contestó: "No tenga usted cuidado" y siguió adelante sin arredrarse. Cuando alguien temía morir por causa de alguna enfermedad, le argüía: "¿Qué más da morir de esto o de lo otro? Lo importante es salvarse, ganar el cielo, ir allá a cobrar los trabajos de acá" Ante la enfermedad Todavía siendo seminarista en Valladolid, el capellán del convento de las MM. Dominicas, donde él hacía de sacristán, tenía un hermano que estaba muy grave. Tiburcio se convirtió en su enfermero y despertó tal admiración que el enfermo le decía: "Si fueses una mujer, no me admiraría tanto, porque suelen estas tener corazón maternal; pero que esto lo hagas tú, hombre y joven, ¡no he visto caridad semejante!¡Dios te pagará lo que haces conmigo!" Esta ternura maternal la vemos reflejada en muchos testimonios de sus correrías apostólicas, como cuenta Mª Dolores, una señora malagueña que pedía limosna en las puertas de las iglesias, y que un día al volver a casa quedó conmovida, al ver el cariño con que el P. Arnaiz daba una yema a su madre anciana y enferma. Ya como párroco en Poyales del Hoyo, se valió de su amistad con el médico para conocer los enfermos de su parroquia y, como un padre lo haría con sus hijos, con su carácter bondadoso, las frecuentes visitas, el interés que mostraba en conocer las penas de todos y su escucha paciente, se le abrían todas las puertas. Tiempo después confesaría él mismo que no se le murió nadie sin que recibiese antes los sacramentos. Siendo jesuita, en sus misiones, si había hospital dedicaba siempre un tiempo para atender a los convalecientes. En Málaga así lo hacía y aprovechaba cualquier rato en que no le ocuparse otra cosa. Se ganaba el afecto de los enfermos con su compañía e interés y éstos comprendían que sólo quería su bien. Era una característica suya la ternura con que lo hacía, ya antes citada, la constancia, el empeño que ponía para que a nadie faltase quien le ayudase a bien morir y, si curaban, procuraba que saliesen del hospital con el consuelo de haber recuperado la fe, si la habían perdido, o recibido los sacramentos y una orientación para el resto de su vida. Para esta labor se valió siempre de buenas auxiliares que preparaban el terreno y continuaban la asistencia, cuando él estaba de misiones fuera de Málaga. La dedicación que mostró a los enfermos en sus hogares fue también proverbial, en Málaga, en cuanto llegaba de sus misiones, dejaba el maletín en la portería y se iba a recorrer la ciudad para visitarlos. Y en las misiones no solo iba a ver a los del pueblo o aldea, sino que andaba por los campos y las casas aisladas para auxiliar a los que vivían desperdigados. El Corazón del Señor, de cuya "con-pasión" se alimenta la de los santos, movido por la oración del P. Arnaiz, obró por su medio muchos milagros entre los enfermos que visitaba: -En el Hospital Civil, fue sonada la curación repentina, al ponerle el P. Arnaiz la mano en la frente, de un joven que fue recogido en la calle y llevaba una semana sin dar señales de vida. O la de un señor al que iban a cortarle una pierna al día siguiente, y el P. Arnaiz, le pasó la mano y le dijo: "Si Dios quiere la pierna se curará." -En Nerja, durante una misión, admiró la curación de una madre joven a la que, por su gravedad, el P. Arnaiz fue de noche a administrarle los sacramentos; y por la que el Padre, arrodillado, pidió al Señor, mirándolo en su crucifijo y diciéndole: "¡Señor, cúrala que le hace mucha falta a sus hijos!" Pero tenía él tan asimilado el valor del sufrimiento si se lo ofrecemos unido al de Jesucristo en la Cruz, que nos dicen muchos testimonios que a los enfermos les animaba a sobrellevarlos así, y si estaban graves, les hablaba muy claro para disponerlos a dar el paso hacia el Cielo, y sabía hacerlo con tal bondad que quedaban profundamente consolados. En su correspondencia encontramos consejos preciosos, que nos descubren cómo él recibía los sufrimientos, con verdadero deseo de padecer unido a Jesús. Escribía: "Bendito sea el Señor que tan generoso es con usted. La enfermedad tiene entre otras ventajas el poder descansar de la gente y estar con el Señor". Y hasta parecía que le provocaba santa envidia quien podía ofrecer sus penas: "Muchas veces la he dicho que la tengo envidia por las muchas penitas con que el Señor la prueba; el sufrir pasa y el mérito y el premio será eterno". A otra joven de Murcia que le decía: "¡Qué dulce es sufrir algo por amor a Jesús! ¡Qué envidia le tendrían los Ángeles, si pudieran tener envidia como yo la tengo!". Y a la Madre Nieves: "¡Qué hermoso es padecer cuando se tiene la vista puesta en Jesús!" y en otra: "Le quiero recordar que a los que algo, siquiera, amamos a Jesús, nunca nos ha de parecer grande la cruz".