NoticiaEntrevistas Pedro Leiva: «En la vida eterna seremos plenamente humanos» Pedro Leiva, director de los Centros Teológicos de la Diócesis de Málaga Publicado: 11/04/2022: 17014 Resurrección Pedro Leiva Béjar (Málaga 1965) es doctor en Teología por la Facultad de Teología de Granada y, entre otras responsabilidades, director del Centro Superior de Estudios Teológicos (CESET) “San Pablo”, en Málaga. En este tiempo pascual en que celebramos la resurrección del Señor reflexiona sobre su promesa de resucitar con Él En esta octava de Pascua, en la que continuamos celebrando la Resurrección del Señor, reflexionamos, con la ayuda de Pedro Leiva, sobre este acontecimiento extraordinario que transformó la historia de la humanidad abriendo un camino de vida al que todos estamos llamados. Como recuerda Leiva, «la resurrección de Cristo es la base de la fe en nuestra propia resurrección. Pero, ¿cómo fue aquella resurrección? ¿Y cómo será la nuestra? «El mismo Catecismo –recuerda el profesor– dice que ese “cómo” sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento. San Pablo, para explicar la resurrección corporal, recurre a la parábola de una semilla, que muere para que surja una planta. Nos basta con confiar en que, al resucitar, nuestra corporeidad tendrá todas sus potencialidades, pero además será liberada de todas sus limitaciones. Nuestro cuerpo muere, como la semilla, pero resucita como una planta. Es la misma planta que ya era la semilla, pero transformada y plena». Dicen que si hiciéramos una encuesta a pie de parroquia entre los feligreses de Misa de 12, un alto porcentaje manifestaría no creer en la resurrección, o al menos no tener nada claro en lo que consiste. ¿Qué estamos diciendo cuando proclamamos en el credo: “creo en la resurrección de la carne”? Para el teólogo malagueño, «la fe cristiana no entiende la vida resucitada en el sentido de que una parte de nosotros perdura en una existencia puramente espiritual: el alma. La fe cristiana tiene sus raíces en la revelación contenida en la Escritura, que tiene una concepción unitaria del ser humano. No somos alma más cuerpo. Esto sería un dualismo, más propio de filosofías gnósticas, que del pensamiento judeo-cristiano. Somos almas con existencia corpórea, o cuerpos animados. Cuerpo y alma son una unidad. Se utilizan dos conceptos para expresar dos dimensiones del ser humano, pero que no son separables. Por tanto, lo que significa la resurrección de la carne es que en la vida resucitada no nos faltará esa dimensión corporal, mediante la que poseemos una identidad y mediante la que establecemos nuestra relación con los demás y con el mundo. La resurrección no es la amputación de una parte de nosotros, sino una transfiguración de todo nuestro ser, con todas sus potencialidades. La promesa es que en la vida eterna no seremos menos humanos, sino plenamente humanos». Pero, esa transfiguración, ¿es solo un privilegio del ser humano? Leiva reconoce que, «aunque el término resurrección se aplica normalmente al ser humano, la fe cristiana en la vida eterna incluye la esperanza en un Cielo nuevo y una Tierra nueva. Toda la creación será renovada, transformada, consumada. Ahora espera con dolores de parto, dice San Pablo. Lo bueno es que en la vida resucitada no seremos seres vagando en el mar de la nada, sino seres en un mundo renovado y llevado por Dios a su plenitud». Frente a quienes piensan que la mirada hacia el final de los tiempos nos aliena de los problemas del presente, el profesor incide en la importancia que Dios da al hoy: «Dios ha querido que ese mundo que él renovará definitivamente llevándolo a la plenitud, sea también obra nuestra. No sustituye nuestra responsabilidad histórica, solo la lleva a una plenitud que a nosotros no nos es posible dar. Por eso, la vida eterna es un don, pero un don que implica nuestro compromiso en la historia. Nuestra fe en la vida eterna nos muestra el sentido final y pleno de la vida histórica, pero no le resta ni un ápice de su valor. La historia no es un juego pasajero intrascendente, sino el reino en semilla que va creciendo hasta que Dios le dé su plenitud última».