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Aquellos Reyes Magos

Publicado: 04/01/2011: 1517

Vivimos unas de las más bellas etapas del nuevo año. Sigue vivo el fulgor de la Navidad en que, desde el Portal, el Niño llena de Paz los corazones de tantas personas de “buena voluntad” que como los pastores, cuando acudimos a adorarle, lo encontramos “envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”.

Cuando, con humildad, esfuerzo y sencillez acudimos como los Reyes Magos para ofrecerle el oro de nuestra cooperación generosa en las causas nobles con quienes tienen serias carencias y dificultades para llegar a fin de mes; personas con nombres y caras que lo están pasando mal… El incienso de nuestra adoración sincera, nacida del corazón, al Dios que se hace Niño por Amor a nosotros… La mirra de nuestros sufrimientos, limitaciones, contradicciones… Estamos seguros que el Niño, desde el regazo de María y la presencia de José, sonreirá complacido de nuestra actitud y nuestros deseos.

Son días llenos de amables y simpáticas sugerencias que, invitan a sembrar en los pequeños, desde muy pronto, las semillas de generosidad personal que evite el despilfarro y que combata el egoísmo; la gratitud por la esplendidez de Melchor, Gaspar y Baltasar; que aprendan a compartir con otros.

Y en todo momento, el gozo, en la mañana del día seis, cuando después de un sueño inquieto en el que se oyeron "pisadas" de camellos y apagado rumor de voces, aún indefinida la luz del día se percibe el correr atropellado de pequeños pies descalzos que cruzan velozmente las habitaciones y en medio de una gran algarabía, se apoderan de los paquetes asignados a cada uno. Gritos, carreras a la búsqueda precipitada de padres, abuelos, hermanos mayores. Felicidad compartida por toda la familia. Alegría de los pequeños con sus regalos y de los mayores al contemplar esa explosión de júbilo, esos ojos dilatados, que ven alborozados, cómo sus sueños se han hecho realidad.

La mañana del seis de enero, limpia y transparente, cuado el frío prende agujas de hielo en el paisaje austero del invierno, cada hogar donde hay niños, es una fiesta que desborda calor, entusiasmo y alegría sencilla y tangible, es el rastro que ha dejado el paso de sus Majestades de Oriente.

¿Y cómo no? Es un día al que inevitablemente acuden los recuerdos de cómo se han vivido antes. Por supuesto que los regalos eran pocos y sencillos, pero la ilusión era idéntica y una alegre gratitud que se traducía en el esmero al cuidarlos y conservarlos… También acuden los recuerdos de muchas mañanas de Reyes, cuando, ya acompañada por la enfermedad mi habitación se veía invadida por numerosos niños de la familia y sus amiguitos, los hijos de los vecinos y amigos, que venían presurosos a compartir su ventura conmigo, mostrándome sus juguetes, sus regalos, invadiendo mi cama con ellos y la casa con su contento.   En el lugar en que se reclinaba en su cunita, Jesús Niño, sin duda sonreiría al ver la alegría del dolor aceptado y el júbilo compartido.

Autor: diocesismalaga.es

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