NoticiaColaboración

Cuatro mujeres proclamadas Doctoras de la Iglesia, por Pedro Jiménez Villarejo, sacerdote diocesano

Publicado: 11/10/2012: 8418

Hace cuarenta y dos años que la Iglesia concedió a santa Teresa de Jesús el título de doctora. El 19 de octubre de 1997, el papa Juan Pablo II ofreció la misma dignidad a otra carmelita que murió en Lisieux con veinticuatro años llena de Dios y asombrada de sí misma: santa Teresa del Niño Jesús.

Este reconocimiento de magisterio inalterable y profundo que la Iglesia destaca en mujeres -Catalina de Siena también es doctora- que no estudiaron en Salamanca ni en París indica que la Iglesia no discrimina a la mujer, ni espanta méritos o laureles a quienes, llevando falda y en estos casos falda larga, tuvieron el arte de enseñar sin obligaciones y supieron permanecer sin publicidades.

Cada día se abren más cátedras con el nombre sublime de santa Teresa. Cada año se presentan variadísimas tesis doctorales que desarrollan su obra o ajustan su claridad a nuestros ojos. En cada tiempo surgen vocaciones o arrepentimientos --como en la impecable judía Edith Stein-- por haber encontrado en sus libros la verdad. La Iglesia manifiesta con estos otorgamientos de doctorado que la sabiduría sigue escondida a los preclaros de este mundo y abierta al paladar de los sencillos. Lleva quien deja y vive el que ha vivido, refería el poeta de Soledades a la muerte de un amigo. Lleva y es maestro quien aprende a convivir con el misterio, lo luce por los paseos de la sombra y se costumbra a ver en él las esperanzas. Lleva, y es doctor o doctora de la Iglesia, quien sabe enseñar lo que no tiene explicación.

TERESA DE JESÚS

Teresa de Jesús es doctora por el Libro de su Vida, unas riquísimas memorias que olvidan sólo lo necesario, lo que no reluciría como Dios o como ganancia de Dios sobre ella tras largos combates de enamorados. Pues en la vida no hay que temer sino que desear. La princesa de Éboli (tuerta, disparatada y poderosa) se llevó este libro a la Inquisición, tratando de hacer daño a quien no quiso decir amén a sus caprichos. 

Doctora es por Fundaciones, otro libro, esta vez casi una novela, adonde dibuja circunstancias y caminos, afanes y diplomacias esta santa del hilo más largo, de la seducción más precisa reflejada en los lunares de sus labios y en el encantamiento natural o en el que le venía de la oración. Pero aquí santa Teresa dibuja, sobre todo, la porfía, el empeño en fundar: El ánimo no desfallecía, ni la esperanza, que pues el Señor había dado lo uno, daría lo otro. 

En Camino de Perfección el doctorado de santa Teresa se hace de diamante, o de muy claro cristal. Cualquier libro es para Borges un instrumento sin el cual no puede vivir, ni menos íntimo que sus manos o sus ojos... sin Camino de Perfección no se puede soñar, ni dar feliz alcance a un Dios que paga extremosamente el acto sólo de mirarle. En él santa Teresa advierte que creer que admite Dios a su amistad estrecha a gente regalada y sin trabajos, es disparate: vincula la amistad al esfuerzo, la santidad al músculo y al deseo que reclama la gracia.

Doctora es santa Teresa por Moradas, ese castillo repartido en habitaciones que conserva alfombras y tapices sólo para una, la más central, adonde el Rey aguarda el encuentro con el alma que llega jadeante, porque viene de recorrer a oscuras el trabajoso laberinto de vivir. Aunque marchita, el alma ha conservado intacto su deseo de llegar al sitio donde el Esposo duerme con todos los ojos abiertos. Moradas es precisamente lo que con mucha insistencia reclama la psicología moderna: ya habéis oído en algunos libros de oración aconsejar al alma que entre dentro de sí, pues eso mismo es. En la última habitación del íntimo castillo, Dios cuenta las madrugadas mientras afila los dedos de la misericordia. Al alcance del hombre, a un paso de su esfuerzo está la verdad del gran recreo: estamos dentro de nosotros, y nosotros buscándonos afuera... 

Teresa de Jesús es doctora también por lo que calla, pero eso es parte de su juego, zalamerías de mujer, guiños de candela y asombro para que no perdamos más tiempo en alcanzar el gozo que buscamos. Doctora es porque aguarda la libertad de nuestras propias experiencias. Ahora, a sus 42 años de doctora, únicamente nos dice: pasaba por aquí... pero no os fiéis, viene a quedarse, viene a barrer las puertas del castillo, viene como viniendo de vuelta. Aunque, a la espera de que cada uno borde el propio, no ha querido enseñarnos todavía el traje de su fiesta.

HILDEGARD VON NINGEN, NUEVA DOCTORA DE LA IGLESIA

El domingo 7 de octubre, Benedicto XVI nombró a Hildegard von Bingen (1098-1179) doctora de la Iglesia junto al español Juan de Ávila. Hildegard von Bingen pasa a engrosar la lista de doctoras de la Iglesia que hasta la fecha está compuesta por santa Teresa de Jesús, santa Teresa de Lisieux y santa Catalina de Siena. El papa Juan Pablo II dijo de ella: «Enriquecida con particulares dones sobrenaturales desde su tierna edad, santa Hildegarda profundizó en los secretos de la teología, medicina, música y otras artes, y escribió abundantemente sobre ellas, poniendo de manifiesto la unión entre la Redención y el Hombre».

Por su parte, Benedicto XVI le ha dedicado dos audiencias generales en septiembre de 2010, en las que destacó que «las visiones místicas de Hildegarda se parecen a las de los profetas del Antiguo Testamento: expresándose con las categorías culturales y religiosas de su tiempo, interpretaba las Sagradas Escrituras a la luz de Dios, aplicándolas a las distintas circunstancias de la vida [...] Las visiones místicas de Hildegarda son ricas en contenidos teológicos. Hacen referencia a los principales acontecimientos de la historia de la salvación, y usan un lenguaje principalmente poético y simbólico».

Fue compositora, poeta, naturalista, fundadora de conventos, teóloga, predicadora, taumaturga y exorcista; desveló los secretos de la Creación y la Redención y la mutua relación entre todas las obras creadas. Dio guías de conducta para alcanzar la vida eterna y se ocupó del funcionamiento del cuerpo humano, sus enfermedades y remedios. Sus libros teológicos tienen la frescura de lo verdadero e inmutable, y sus libros médicos se demuestran fuente de salud.  

Autor: Pedro Jiménez Villarejo, sacerdote diocesano

Más noticias de: Colaboración