NoticiaEntrevistas José Vicente Rodríguez: «Además de ser de su Orden, me considero su amigo» El padre José Vicente Rodríguez, durante la entrevista // S.FENOSA Publicado: 27/02/2017: 22381 El padre carmelita José Vicente Rodríguez es biógrafo y editor de las obras de san Juan de la Cruz, y especialista en santa Teresa de Jesús. A sus 91 años, sigue hablando del Santo y de la Santa y de su experiencia de oración, allá donde lo requieran. Hace unos días estuvo en Málaga. Ha sido profesor en la Facultad e Instituto de Espiritualidad OCD en Roma y del Centro Internacional Teresiano-Sanjuanista de Ávila desde el año 1986 hasta nuestros días y son decenas las publicaciones que han salido de sus manos. Ha escrito mucho sobre san Juan de la Cruz, ¿qué destacaría de él? Su cercanía y, al mismo tiempo, su altura. Es un hombre muy cercano, aunque a veces nos los hayan hecho ver como un hombre duro. Pero, si nos atenemos a las declaraciones de la gente que vivió con él, cómo lo describen… todo cambia. Esto es lo que he recogido en la obra que he escrito sobre él, que tiene unas 900 páginas y pesa como kilo y medio y con la que me he llevado la sorpresa de ver publicadas tres ediciones de la obra en dos años. En ella me he esforzado por ser muy exacto. Me gusta escribir claro para que la gente entienda lo que se dice, y así he ido haciendo su biografía. Yo lo quiero mucho. Media vida dando clases sobre san Juan de la Cruz, doctor de la Iglesia. Llevo dando clases desde el año 86. A veces me dicen, «pero si usted sabe más del Santo que él mismo” (se ríe). Y no lo niego, porque uno no se acuerda de todo lo que le ha pasado en la vida pero, si otro te lo recuerda, ya sabe más de ti que tú mismo. Hubo una monja que escribió un tomo tremendo con todos los apuntes de lo que le había oído, eran tiempos sin grabadora (se ríe). Un maestro al que le gustaba más hablar que escribir, pero también es un maestro por lo escrito. Por todo ello fue proclamado Doctor de la Iglesia. Además de pertenecer a su Orden, me considero su amigo, pues yo lo trato así. ¿Cómo surgió su vocación carmelita? Pues fue una de esas vocaciones de niños que van madurando. Yo sí creo que hay vocaciones que surgen a los 10 ó 12 años. Me fui al seminario carmelitano a los 11. Me había quedado sin padre y sin madre, murieron cuando era muy pequeño. Tenía una ilusión, yo quería ser como otros religiosos que había de mi pueblo (Monleras, Salamanca). Esa vocación fue creciendo y cuestionándose. ¿Y sigue feliz? Muchísimo. No somos una orden muy numerosa, los carmelitas somos algo más de 4.000, las monjas son más del doble, pero el Señor es generoso y nos ha dado unos tipos impresionantes. Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Lisieux, Santa Isabel de la Trinidad, Edith Stein… son un tesoro de la familia carmelitana y de toda la Iglesia. Tres de ellos son Doctores de la Iglesia. Una riqueza eclesial de esta pequeña orden, porque Dios así lo ha querido. La conferencia que vino a dar a Málaga versaba sobre la oración. La titulé “Magisterio de Santa Teresa sobre la oración”. Me ocupé de seguirla en su mentalidad y en su evolución. La famosa definición de la Santa sobre la oración: “tratar de amistad y pasar muchos ratos con aquel que sabemos que nos ama” pienso que es la mejor definición que se ha hecho. Es más, es la que ha adoptado oficialmente la Iglesia en el Catecismo, en su número 3007. A veces podemos pensar que hacer oración es solo pedir y que, si no me da lo que pido, me enfado con Dios. Pero la noción de la Santa es mucho más vital, habla de una amistad con Dios. En la conferencia fui desentrañando los puntos o condiciones que ella ponía para que eso se diera de verdad. Es una amistad que va evolucionando. A sus monjas les dice que tengan mucho cuidado porque no está todo en contemplar y rezar, sino en tener virtudes. ¿Cómo hacer oración en medio de los horarios y las agendas que tenemos? Yo creo que no es difícil. No crean ustedes que la oración solo se hace en los rincones, como decía Santa Teresa, la oración está en vivir normalmente. El Concilio Vaticano II, en la Lumen Gentium, cuando habla de la llamada universal a la santidad, recomienda que cada uno se santifique en su trabajo, en lo que tiene que hacer. “La cosa no está en pensar mucho, sino en amar mucho” decía la Santa, y amar se puede hacer sin tener que buscar un rincón, sino a la persona a la que ama. Además, cada uno en el cumplimiento de sus obligaciones y deberes. “Hacer bien el propio oficio equivale a muchas oras de oración”, también recomendaba a un padre jesuita. El Santo Cura de Ars cuenta que todos los días llegaba un hombre del pueblo a su parroquia y se quedaba dos horas sentado en un banco. Un día le preguntó qué hacía allí, qué le decía al Señor y él le respondió que nada: “no le digo nada, él me mira y yo lo miro y eso es todo”. Eso es la contemplación y eso lo puede hacer cualquier persona, en cualquier momento y lugar.