Para D. Manuel González, el abandono del Sagrario era un signo patente del abandono del prójimo: para él, los dos amores, los dos cuidados, van juntos. Nombrado Arcipreste de Huelva, entonces dependiente de Sevilla, se impresiona ante el abandono del pueblo, especialmente de los más sencillos: carencia de pan y de cultura.

El arcipreste D. Manuel, centra en ellos sus desvelos: preocupación por la enseñanza, reflejada en publicaciones sencillas, como el Granito de arena y Ríe; pasión por la catequesis, plasmada en sus sencillos catecismos; y honda labor social.

Nos abre su corazón: «Para mis pasos yo no quiero más que un camino, el que lleva al Sagrario, y yo sé que andando por ese camino encontraré hambrientos de muchas clases y los hartaré de todo pan; descubriré niños pobres y pobres niños, y me sobrará el dinero y los auxilios para llevarles escuelas y refugios para remediarles su pobrezas; tropezaré con tristes sin consuelo, con ciegos, con tullidos y hasta con muertos del alma o del cuerpo, y haré descender sobre ellos la alegría de la vida y de la salud». 

D. Manuel es «el obispo catequista, el obispo de los pobres y los más pequeños del Evangelio».