DiócesisHomilías

Ordenación de diáconos (Catedral-Málaga)

Primeros diáconos malagueños tras la canonización
Publicado: 22/10/2016: 15153

Homilía pronunciada por D. Jesús Catalá, Obispo de Málaga, en la ordenación de diáconos del 22 de octubre, en la Catedral de Málaga.

ORDENACIÓN DE DIÁCONOS
(Catedral-Málaga, 22 octubre 2016)

Lecturas: Ef 4,7-16; Sal 121,1-5; Mc 1,1-8.

1.- Llamados por Dios y constituidos ministros suyos

El Señor nos llama a cada uno para la misión que Él nos confía, como nos ha dicho san Pablo: «A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo» (Ef 4,7).

Se trata de una llamada para el bien de la Iglesia, no solo para algo personal: «Para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef 4,12). Os aconsejo a los nuevos diáconos, a los presbíteros y a todos los fieles, que releáis este hermoso texto, que es muy rico y profundo sobre los ministerios en la Iglesia. Responder fielmente, con prontitud y con alegría a la llamada del Señor no es solo para el bien personal de quien la recibe, sino para la santificación del resto de los hermanos.

El Señor «ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelistas, a otros, pastores y doctores» (Ef 4,11). Queridos candidatos al diaconado, Dios os quiere constituir hoy como pastores de su pueblo, como servidores suyos, como anunciadores de su Evangelio, como profetas de su Palabra de salvación.

¡Damos gracias al Señor, que os llama a desempeñar el ministerio diaconal, es decir, el servicio a los hermanos!

2.- Salir de nosotros mismos

Si queréis ser verdaderos evangelizadores, vuestro corazón debe quedar desde hoy “des-centrado” de vosotros mismos, para quedar “centrado” en la persona de Cristo, en los demás y en el ministerio eclesial.

El papa Francisco lo describe presentando el encuentro con Cristo como una feliz amistad, que nos rescata de nuestra conciencia aislada y de la “autorreferencialidad”: “Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos, para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora” (Evangelii gaudium, 8).

Hay que dejar la autorreferencialidad y descentrarse, para que el centro de nuestra vida sea Cristo, su Iglesia y los demás. ¡No busquéis, pues, en vuestro ministerio satisfacciones espirituales, ni afectos que llenen vuestro corazón, ni éxitos fruto de vuestro esfuerzo y trabajo personal! Todo eso no es capaz de mantener en el tiempo la fidelidad a la llamada ni la ilusión en el ministerio. Los presbíteros lo sabéis bien.

El lema del “Domund” de este año reza así: “Sal de tu tierra”. “Sal” es la invitación que nos hace el papa Francisco a salir de nosotros mismos, de nuestras fronteras y de la propia comodidad, para, como discípulos misioneros, poner al servicio de los demás los propios talentos y nuestra creatividad, sabiduría y experiencia. Es una salida que implica un envío y un destino. No os auto-enviáis vosotros; os envía la Iglesia y os da una misión, os pide un servicio.

La expresión “de tu tierra” del lema del “Domund” evoca el origen del misionero, que es enviado a una misión fuera de sí mismo, de sus fronteras, de su patria y de su cultura a veces. Insiste también en la importancia del destinatario, a quien hay que conocer y hablarle un lenguaje que pueda entender. Puesto que eres enviado a un destinario, debes saber hablarle con su lenguaje. La misión “ad gentes” es universal y no tiene fronteras.

3.- Para alcanzar la plenitud en Cristo

Vuestro ministerio está en función del crecimiento de los fieles en la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, el Hombre perfecto (cf. Ef 4,13), primogénito y cabeza de la humanidad (cf. Ef 4,15).

Como nos recordaba el papa Benedicto XVI: “No hay prioridad más grande que ésta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10)” (Verbum Domini, 2). Ésta es la gran tarea que nos toca hacer hoy. Hay muchas personas que no contactan con Dios, con el gran acontecimiento y persona que es Cristo; hay que ayudarles en el acceso a Dios, porque existen muchas barreras, que lo impiden.

El ser humano, y de manera especial el hombre de nuestro tiempo, necesita un punto de referencia fundamental, objetivo y válido, que le permita alcanzar el sentido de su vida; necesita un faro que ilumine su existencia, sacudida por las olas y los vientos de falsas doctrinas, que le conducen al error (cf. Ef 4,14). San Pablo sabía bien de lo que hablaba al proponernos esta imagen. ¡Cuántos vientos de falsas doctrinas! ¡Cuántos vientos, que sacuden nuestra sociedad! ¡Cuántas ideologías, oscuridades, errores! El Evangelio es como un faro en la noche y como un sol que alumbra.

El Señor os llama para iluminar con su Luz, no con la vuestra, la vida desorientada de tantas personas, que vagan a merced de ciertos vientos de doctrinas sin fundamento.

4.- Preparar los caminos del Señor

En el Evangelio de hoy san Marcos cita al profeta Isaías: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino» (Mc 1,2). Preparar el camino del Señor es una hermosa tarea de anuncio y de abrir nuevas sendas.

Juan Bautista gritaba en el desierto de Judea: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos» (Mc 1,3); y lo hacía bautizando y predicando un bautismo de conversión (cf. Mc 1,4-5).

Nos toca a todos, presbíteros y fieles; y hoy os toca a vosotros de modo especial, queridos nuevos diáconos, preparar el camino del Señor para que todos puedan llegar conocerle y encontrarse con él. Sois hijos de esta generación y conocéis bien sus características, cualidades y valores, pero también sus limitaciones, sombras y defectos. Estáis en buenas condiciones de ser “profetas que anuncian a Cristo”. Agudizad vuestra imaginación y creatividad, para ofrecer caminos nuevos de encuentro con Cristo.

El papa Benedicto XVI nos recordaba la importancia del encuentro personal con Jesucristo: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1).

5.- Anunciar al estilo de los profetas

En vuestro ministerio debéis imitar el estilo de los profetas. Y el mayor profeta de todos los tiempos, según el testimonio del mismo Jesús (cf. Mt 11,11), fue Juan Bautista.

Éste «iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre» (Mc 1,6). Es decir, su estilo sencillo y su vida austera estaban en sintonía con su misión. No se os ocurra vestiros con un cinturón y una piel de camello o de oveja; pero, imitad la austeridad y sencillez de los profetas; porque escandaliza a los fieles cuando un sacerdote no lo vive así. ¡Vivid sin ostentación y austeramente!

Otra característica de Juan Bautista era su humildad: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias» (Mc 1,7). No se ponía él como centro, sino, en segundo lugar, al servicio de su Señor. ¡Sed humildes en el desempeño de vuestro ministerio! No atraigáis a los fieles a vuestra persona, porque cuando cambiáis de comunidad dejan de ir a Cristo. El centro no somos nosotros; el centro es Cristo y hay que llevar a la gente a Cristo. No somos nosotros el objeto de los afectos de los fieles.

Desempeñad vuestro servicio con alegría, como dice el Salmo responsorial: «Qué alegría cuando me dijeron: ¡Vamos a la casa del Señor!» (Sal 121,1). Hay que animar a la comunidad cristiana a celebrar el misterio pascual, a reunirse en asamblea para la pascua dominical. Sin la celebración dominical no es posible vivir la fe y el amor a los hermanos. Como decían los primeros cristianos: “Sin el domingo no podemos vivir”.

Pedimos a Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, que nos acompañe a todos, y de modo especial a vosotros, queridos diáconos, que iniciáis esta nueva misión, que la Iglesia os confía. Y que Ella nos proteja siempre con su manto maternal. Amén.


 

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo