Dios, más allá del querer y el actuar, sigue su obra. La obra de Dios sigue su camino como la semilla que germina. Como el Hijo que duerme el sueño de la muerte a la espera de la resurrección. Experimentar esto es esperanzador. Da alegría. Y ofrece motivos para vivir. La vida no se interrumpe. El Reino que Cristo anuncia no se vuelve de arena y cae al mar para deshacerse y desaparecer. Todo lo contrario. Llegado el tiempo de la cosecha, da su fruto. La tierra da su fruto, aunque cansados, hartos o desechos dudemos de la acción de Dios en nuestra vida. Necesitamos consuelo y descanso, algo que siempre tendremos porque con el reino de Dios sucede lo mismo que con la semilla que un hombre siembra en la tierra.