Jesús acude con frecuencia a la sinagoga a orar. Allí se encuentra con gente. Personas que necesitan de su poder sanador. Son gentes que ofrecen a Cristo la oportunidad no solo de curar sino también de posicionarse como el maestro que libera. El hombre de carácter. Con personalidad honda. El Dios cercano. El Dios poderoso que ama. Su mirada, enfado y tristeza ante la sinrazón revelan que al Nazareno le indigna la dureza de corazón. “¿Qué está permitido en sábado? ¿Hacer el bien o hacer el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?”  Preguntas tan razonables y de respuesta tan sencilla que chocan con la postura de quien se aferra a la ley como si ésta por si sola salvase.