DiócesisHomilías

Décimo Aniversario de la Proclamación del Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas como Patrono de Antequera (Parroquia de San Juan Bautista-Antequera)

Publicado: 03/05/2014: 430

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo del décimo Aniversario de la Proclamación del Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas como Patrono de Antequera , en Antequera el 3 de mayo de 2014.

 

DÉCIMO ANIVERSARIO DE LA PROCLAMACIÓN

DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA SALUD Y DE LAS AGUAS

COMO PATRONO DE ANTEQUERA

(Parroquia de San Juan Bautista-Antequera, 3 mayo 2014).

Lecturas: Hch 2, 14. 22-33; Sal 15; 1 Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-35.

(Domingo Pascua III – A)

1.- Queridos fieles, celebramos hoy el Décimo Aniversario de la proclamación del Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas como Patrón de Antequera. Con tal motivo, me consta, que habéis realizado una serie de actos y cultos en honor de vuestro Titular; digamos, de vuestro nuevo Titular, el más reciente. Antequera abunda en Patrones y Patronas. Todos estos actos y preparación han estado promovidos por la Real Hermandad: presentación del cartel, Novenas, Salida Procesional, tradicional “Bajada” y Traslado de la Sagrada Imagen desde su capilla hasta el Altar Mayor de esta hermosa Iglesia de San Juan Bautista de Antequera, Misa para Enfermos; y otras actividades.

                Os felicito por vuestro amor y adoración al Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas, expresado en tantos actos litúrgicos y de piedad religiosa.

En este tiempo pascual estamos leyendo los relatos de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles, en los que se nos narran las apariciones del Señor, el testimonio de los discípulos, el alegre anuncio de la resurrección de Jesucristo y la conversión de tantas personas que abrazan la fe católica, la fe cristiana. Es la alegría de la salvación que el Santísimo Cristo ofrece; él está vivo, ha vencido el mal, el pecado y la muerte; está presente en medio de nosotros (cf. Mt 28,21).

2.- Las alegrías auténticas, queridos fieles, tienen su origen en Dios, no están motivadas por otros acontecimientos puramente humanos, esas otras alegrías se desvanecen como humos. La verdadera alegría, la que dura, está basada y fundamentada en el amor de Dios.

Porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman, como expresó el papa Benedicto XVI. “Dios nos ha creado a su imagen por amor y para derramar sobre nosotros su amor, para colmarnos de su presencia y su gracia. Dios quiere hacernos partícipes de su alegría, divina y eterna, haciendo que descubramos que el valor y el sentido profundo de nuestra vida está en el ser aceptados, acogidos y amados por Él, y no con una acogida frágil como puede ser la humana, sino con una acogida incondicional como lo es la divina” (Benedicto XVI, Homilía en la XXVII Jornada Mundial de la Juventud, 2. Vaticano, 15 marzo 2012).

En el Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas se ha manifestado el amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros. En Él se encuentra la verdadera alegría, que proviene de la cercanía de Dios. San Pablo se lo recordaba a los cristianos de Filipos: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca» (Flp 4,4-5). Esta profunda alegría es fruto del Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios, que nos permite pregustar la eternidad y gustar el amor de Dios aquí, en esta vida terrena.

                Antequera entera debe estar llena de alegría por la celebración de esta fiesta; pero, sobre todo, por el Patronazgo del Santísimo Cristo, que ama a sus gentes, vela por ellos y los guía hacia la vida eterna, verdadera patria de todo cristiano.

3.- Como hemos escuchado, el apóstol Pedro pronuncia un hermoso discurso en Jerusalén, anunciando el núcleo del kerigma cristiano: Jesús de Nazaret, varón acreditado por Dios con los milagros y signos que realizó, murió crucificado, pero Dios lo resucitó de entre los muertos (cf. Hch 2, 22-24). Éste es el núcleo de la fe cristina: Cristo por amor muere en la cruz, pero resucita en el tercer día.

                La celebración del misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor nos apremia a proclamar ante el mundo esta buena noticia de la Pascua.

                De la misma manera que los apóstoles y discípulos predicaron la buena nueva de la resurrección del Señor y fueron sus testigos (cf. Hch 2, 32), nos corresponde a nosotros, cristianos de hoy de Antequera, continuar esta misión apostólica; esto es, anunciar la muerte y resurrección del Señor y ser testigos ante el pueblo de este acontecimiento, de esta verdad histórica.

                Todo antequerano debe haber tenido experiencia de que su Patrón, el Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas le ha curado de las heridas mortales del pecado y de la muerte eterna. Él es salvación del género humano; él es salud de alma y del cuerpo. Un cuerpo con alma dañada no puede vivir con alegría; mientras que un alma curada y salvada puede vivir con gozo, aunque el cuerpo esté sufriendo.

Un enfermo puede vivir con gran alegría y gozo interior, y los he visto, y los habréis visto también vosotros. Con una paz que serena al que va a visitarle, que sale reconfortado con esa visita. Pero un alma dañada y enferma no puede tener un cuerpo alegre, una persona alegre. Y el Cristo de la Salud nos da la salud del alma y del cuerpo porque es la unidad de la persona, quien vive esa alegría, ese amor de Dios.

4.- El evangelio nos presenta el relato de los discípulos de Emaús en el que podemos contemplar diversos momentos de este proceso a través de esta hermosa narración.

                En primer lugar, el desánimo de los discípulos por el fracaso temporal de Jesús. Dos discípulos que han seguido a Jesús y lo han visto en la cruz se han desanimado por el fracaso de Jesús. El Maestro ha muerto y no saben qué ha pasado más, está muerto. Sus ideales, los que ellos se habían fabricado, han caído por los suelos: «Nosotros esperábamos que él fuera el que había de liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió» (Lc 24, 21). Y tristes se van de Jerusalén, abandonan Jerusalén (cf. Lc 24, 13).

                En un segundo momento, estos discípulos eran incapaces de reconocerlo. Jesús se une en su camino (cf. Lc 24, 15), pero ellos eran incapaces de reconocerlo. Lo están viendo, pero no perciben que es Él: «sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24, 16).

                Nos pasa también a nosotros esto. Podemos quedar desanimados porque las cosas no han salido como nos gustaba, y nuestros proyectos no se han realizado; por lo que abandonamos y nos vamos de las instituciones, de las asociaciones, de la Iglesia, de donde sea. Sobre todo, abandonamos al Señor porque no nos ha concedido lo que le pedíamos con tanto fervor: “Cristo de la Salud, no me has dado lo que te pedía, pues ahí te quedas”. Y no hemos sido capaces de reconocerlo en esa situación de aparente abandono, de aparente fracaso, aparente solo.

5.- En un tercer momento, la catequesis bíblica de Jesús, que les explica con textos de la escritura lo que de verdad ha ocurrido, la verdadera historia: «Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras» (Lc 24, 27). Pero, «“¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?» (Lc 24, 25-26).

                Jesús a través de una catequesis bíblica les reconduce a los hechos a estos dos discípulos que andaban desanimados. También nosotros tenemos necesidad de formación.

                En un cuarto momento, Jesús realiza la fracción del pan. Cuando ya llegan a casa los dos discípulos y Jesús, como se hace de noche le invitan a entrar con ellos y a sentarse en la mesa. Es entonces cuando Jesús hace la fracción del pan, que es la Eucaristía (cf. Lc 24, 30). Cristo parte su cuerpo como comida. La Eucaristía es la fracción del pan. Lo mismo que Cristo partió el pan en la última cena, vuelve a partirlo ahora.

                Nosotros con una catequesis bíblica adecuada, entendiendo las razones de por qué Cristo ha muerto en la cruz y nos ha salvado por amor, participando de esta fractio panis, de esta fracción del pan, nos puede ocurrir como a los discípulos: «A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista» (Lc 24, 31). Es muy importante la participación en la Eucaristías.

                Después de un largo camino no se habían dado cuenta que era Él. Pero después de la catequesis bíblica y del gesto eucarístico, los discípulos caen en la cuenta de que este acompañante era Jesús: «Y se dijeron el uno al otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”» (Lc 24, 32).

6.- Desearía que a todos nosotros, a cada uno de los fieles, a cada uno de los devotos del Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas, cuando tengáis la tentación de abandonar, de dejar a Jesús pensando que es un fracaso la fe y el amor auténtico de Dios, recurráis a los pasajes bíblicos que hablan de Cristo, releáis la pasión de Cristo y las apariciones; así caeréis en la cuenta de que Jesús está vivo, de que Cristo nos acompaña en nuestro camino como los discípulos de Emaús, aunque no lo percibamos.

                Cristo está presente en la Eucaristía que celebramos; Él es nuestra fuerza, nuestra salud, nuestra salvación. Él quiere acompañarnos en el camino de la vida terrena y quiere llevarnos hasta la vida eterna, hasta la vida futura. Nos ama a cada uno con un amor individual, como la madre.

                Las madres por muchos hijos que tengáis no amáis menos a uno que a otro, y no lo amáis en general como si fuera una nube, los amáis particularmente, uno por uno, con su nombre, con sus características, con sus facultades, con sus virtudes y defectos, los amáis uno por uno. ¿No es así? O, ¿los amáis en general a los hijos? Porque además cuando os falta uno, sentís que os falta el alma. O cuando enferma uno, enfermáis vosotras. Por tanto, ese es el mismo amor, infinitamente mejor el de Dios Padre que nos ama uno a uno, con nuestro nombre, particularizado. Te ama a ti, a mí, individualmente. Y por ti y por mí ha dado la vida y nos acompaña.

                Ese es el Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas. No perdáis jamás el contacto con Él, no le abandonéis como lo hicieron los de Emaús. Seguid al pie de la cruz, seguid escuchando su Palabra, seguid participando de la Eucaristía, porque eso es lo que nos da la fuerza.

7.- En un quinto momento, estos discípulos, al final de la experiencia, regresan de dónde habían salido, vuelven al origen, abandonaron las fuentes, pero vuelven a ellas, regresan a Jerusalén: «Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros» (Lc 24, 33). Es muy importante el testimonio de los cristianos.

                Los discípulos dan testimonio de que han visto a Jesús. “Jesús está vivo, te lo digo porque lo he visto” (cf. Lc 24, 34). ¿Dónde? En la narración bíblica, en las Escrituras, en la Eucaristía (cf. Lc 24, 35), en la salud que me da, en la alegría que me proporciona la fe y el amor. Ahí he visto al Cristo de la Salud, que no me ha abandonado, aunque yo pensaba que sí; y regreso otra vez a la casa paterna, regreso a Jerusalén, regreso a la Iglesia, regreso a la parroquia, me había equivocado.

                Queridos antequeranos, devotos del Cristo de la Salud y de las Aguas, estad siempre con Él, porque Él nunca, jamás nos abandona; aunque nos dé la impresión porque las cosas no nos salen como queremos, pero no es así. Él está presente en su Iglesia y así lo ha prometido hasta el final de los tiempos.

8.- He pedido a todos los sacerdotes de la Diócesis que den gracias a Dios por la canonización de dos grandes papas: Juan XXIII y Juan Pablo II. La Plaza de San Pedro estaba repleta de gente y había en Roma diecisiete plazas más todas llenas de fieles, que seguían la celebración a través de pantallas.

                Hoy damos gracias a Dios también al Cristo de la Salud por estos dos grandes regalos que el Espíritu dio a la Iglesia. Dos grandes papas. El que inició el Vaticano II y Juan Pablo II que ha estado con nosotros hasta hace pocos años. Un servidor he tenido la suerte y la gracia de poder trabajar con él durante diez años. Para mí ha sido la mejor Universidad, descartando las distintas Universidades donde he estudiado. Me ha enseñado a amar a Cristo, a amar a la Iglesia, a ser testigo del Señor.

                Damos gracias al Señor por estas figuras santas de dos papas tan santos. Ocurrió una cosa singular, que difícilmente ocurrirá otra vez en la historia. Había en la Plaza de San Pedro dos papas canonizados, con las fotografías colgadas de la fachada de la Basílica de San Pedro; y otros dos vivos: el papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI. Estar presentes de manera especial cuatro papas en una celebración ha sido algo histórico y único.

                Por eso damos gracias a Dios y le pedimos que siga el Espíritu Santo bendiciendo a nuestro querido papa Francisco.

9.- Y terminamos dando gracias a Dios hoy, de modo especial, por el patronazgo del Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas; y le pedimos que sane las heridas de nuestra alma, que no son heridas físicas, son heridas por causa de nuestros pecados. Le pedimos también, que nos haga valientes testigos del Evangelio, como los de Emaús cuando se dieron cuenta que Cristo había resucitado, como los dos papas santos que han sido canonizados; y que nos conceda participar en la fracción del pan aquí en la tierra, en la Eucaristía y un día participar en el banquete del reino de los cielos, al final de nuestra vida temporal.

                Esto es lo que os deseo de corazón para todos y cada uno de vosotros. Que así nos lo conceda el Señor, el Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas. Amén.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo