NoticiaColaboración Los mil nombres de María Virgen de la Victoria Publicado: 09/09/2020: 13364 TOMÁS SALAS Tomás Salas (Álora, 1960) es profesor de Lengua y postulador de la causa de beatificación de Laura Aguirre, conocida como la Señorita Laura. Ante la fiesta de la Natividad de María y la del Dulce Nombre de María ofrece esta reflexión. 1. Una diversidad sorprendente. La geografía española -cada ciudad, cada pueblo-, los distintos oficios y actividades, los cuerpos profesionales, las organizaciones cofrades son distintas realidades humanas acogidas a distintas advocaciones marianas. Carmen, la Cabeza, Dolores, Fátima, Rocío, los Remedios, Flores... la lista podría alargarse con cientos de nombres, dicho al modo cervantino, “músicos y peregrinos y significativos”, que forman una multitudinaria constelación de rutilantes luminarias. Detrás de cada uno de estos nombres se esconde una trama de tradición, vínculos familiares, historias personales. Metáforas, a fin de cuentas, como las invocaciones de las letanías. Quiero aquí indagar un poco sobre la razón de este fenómeno de las advocaciones marianas, que a más de uno puede sorprender y hasta escandalizar, y, de forma especial, sobre su especificidad católica. Mi punto de vista, más que teológico, pretende ser fenomenológico, inmanente: cómo funcionan los actos, las costumbres religiosas; lo que Mircea Eliade llama “hierofanías”, dejando entre paréntesis la riquísima aportación mariológica de tantos siglos de teólogos y santos. 2. Forma y sustancia. ¿Puede un concepto manifestarse en mil formas distintas y mantener su sentido genuino? Para un pensamiento puritano desde un punto de vista formal esta insistencia (inflación, abuso en algunos casos) en la forma es un rebajamiento, un oscurecimiento de su auténtica sustancia. La sustancia -la idea- se refleja a sí misma dirigiéndose a la inteligencia de cada uno. No necesita un exceso de formalización; en la medida en que se formaliza se desvirtúa. Ejemplo de esta actitud, que determina una forma de materializar ideas religiosas, de crear hierofanías, es el protestantismo. Un templo protestante está vacío de imágenes, de pinturas, de sacramentos; un templo sin sagrario. Un desierto de la Idea Pura que no quiere contaminarse de la Forma. Lo contrario sería esta proliferación de la forma (en un sentido amplio: imágenes, recuerdos, sonidos, sentimientos) en el Catolicismo; especialmente en el Catolicismo meridional y en la devoción mariana. 3. La Encarnación. El dualismo superado. El Catolicismo huye de la tentación puritana (el mundo es impuro, no nos contaminemos con él), como de la tentación gnóstica (el mundo es una falsa apariencia, busquemos el mundo verdadero, la parte exotérica de la realidad, bajo esta falsa máscara). El Cristianismo (católico, anterior a la Reforma) es una religión de la Encarnación. El Verbo (la idea, en los términos en los que estamos hablando) se hace hombre (forma), asumiendo así la historia del devenir humano y la realidad creada. Carl Schmitt, en su ensayo Catolicismo y forma política (publicada en 1923; uso la traducción de Carlos Miguel Ruiz, Técnos, 2001) estudia precisamente al Catolicismo como institución jurídica-política y su peculiaridad: “Del mismo modo que el dogma tridentino desconoce el desgarramiento protestante entre naturaleza y gracia, así el Catolicismo tampoco entiende apenas todos estos dualismos entre naturaleza y espíritu, naturaleza y entendimiento, naturaleza y arte... la síntesis de tales antítesis permanece ajena al catolicismo, lo mismo que el contraste entre la Forma vacía y la Materia informe.” (pág. 13) Este dualismo puede intentar resolverse por la “desesperación de la antítesis o el orgullo ilusionado de la síntesis” (pág. 14), la solución de la dialéctica hegeliana, está última. Ninguno de las dos opciones congenia con la Iglesia. La idea religiosa se encarna con naturalidad en la historia, en la cultura, formando lo que para Schmitt es una de las características de la “forma” católica: la complexio oppositorum. El catolicismo puede usar y combinar los elementos más dispares porque hay un “núcleo duro” dogmático que permanece puro, inalterable y permite esta diversidad. 4. Los mil nombres de María. Así el culto mariano puede tener manifestaciones que -al acentuar sus elementos humanos, sentimentales, culturales-, pueden ser catalogadas de festivas, folclórica, incluso, hasta cierto puntos, paganas. Sin embargo, el sensu fidei del pueblo capta claramente la idea de la profundidad teológica del misterio mariano, que, a pesar de un aparente “desorden” en las formas, no pierde en última instancia el estricto sentido religioso de la devoción mariana. El misterio mariano es quizá el mayor ejemplo de esta complecio oppositorum de la que habla Schmitt.: un ser humano que, sin dejar de serlo, llega al máximo de santidad, a un estado de gracia perfectísimo. Por esta causa es el que mejor se adapta a manifestarse en las mil formas humanas posibles, que se adaptan a las diversas tradiciones, localismos, formas culturales. Es la devoción que más se “humaniza” y, por lo mismo, la que siempre tenemos más a mano en los momentos difíciles. Los mil nombres de María pueden multiplicarse indefinidamente sin temor a que esta “materialización” le haga perder un ápice de su sustancia espiritual; sin temor a que se oculte la unidad latente, el misterio esencial que los unifica a todos.