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Visita a la Parroquia de San Juan Bautista (Vélez-Málaga)

Publicado: 08/03/2009: 3344

VISITA A LA PARROQUIA DE SAN JUAN BAUTISTA

Parroquia de San Juan Bautista (Vélez-Málaga, 8 marzo 2009)

Lecturas: Gn22, 1-2.9-13.15-18; Sal 115; Rm 8, 31b-34; Mc 9, 2-10.

1. La liturgia de hoy pone a nuestra consideración dos tipos de personajes: padre e hijo. El primer grupo lo forman Abrahán, nuestro padre en la fe, y su hijo Isaac. Dios había prometido a Abrahán darle una numerosa descendencia; y, sin embargo, le pide un gran sacrificio: «Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga» (Gn 22, 2).

Subir al monte, en el lenguaje bíblico, significa salir de casa, subir, desprenderse de lo propio, acercarse a la presencia de Dios. La subida al monte implica abandonar nuestras posiciones propias y acercarse a Dios.

Padre e hijo se encaminan hacia el monte. Salen de casa y suben hacia el monte. Durante el camino el hijo le pregunta por la víctima del sacrificio (cf. Gn 22, 7). Abrahán, su padre, va dispuesto a sacrificar a su hijo, en quien tenía puestas todas las esperanzas de padre y la promesa de una gran descendencia; como respuesta le contesta que confía en la providencia de Dios (cf. Gn 22, 8). ¿Qué supone para Abrahán sacrificar a su hijo único? Supone renunciar a todo: familia, descendencia, proyectos, futuro.

2. ¿Qué son vuestros hijos para vosotros, queridos hermanos? Los hijos son esperanza, futuro, herencia; son el tesoro más preciado que tenéis; son la realización de vuestras esperanzas y proyectos. ¿Qué significa para un padre renunciar a su hijo? Renunciar a casi todo.

Abrahán es capaz de renunciar al hijo único, sobre el que estaban puestas las esperanzas de una dinastía y de unos proyectos. Esta escena se suele llamar “el sacrificio de Isaac”; pero, en realidad, Isaac no es sacrificado; y se podría llamar “el sacrificio de Abrahán”. Fue él quien sacrificó en su corazón lo más importante que tenía: su hijo.

El Señor Dios, que es benigno y generoso, infinitamente bueno, le recompensa su renuncia y su generosidad y le dice, después de superar la prueba: «No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único» (Gn 22, 12). Dios-Padre ahorra a Abrahán sacrificar a su hijo.

3. Hay otros dos personajes, que son también un padre y un hijo: Dios-Padre y su Hijo Jesucristo. Dios-Padre también hace subir a su Hijo a un monte. Abrahán e Isaac subieron al monte Moria; Jesús, el Hijo de Dios, sube al monte Calvario.

Así como a Abrahán le fue ahorrado el sacrificio de su hijo, Dios-Padre no ahorra el sacrificio de su propio Hijo. Jesús es crucificado en la cruz y muere en sacrificio por todos nosotros. ¿Por qué le ahorró a Abrahán el sacrificio y no se lo perdonó a su Hijo? Dios quiso demostrar el gran amor que nos tiene a cada uno de nosotros; porque no ha ahorrado la muerte de su Hijo por amor a nosotros: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

4. En Vélez-Málaga, según me comentaban antes los Hermanos Mayores de las Cofradías, casi todas las familias tienen un miembro que es cofrade; y hemos de tener en cuenta que hay dieciocho Cofradías y “media”; es decir, hay una que está a punto de convertirse en Cofradía. Esto quiere decir que una gran mayoría de Vélez-Málaga vive la Semana Santa.

Queridos fieles de Vélez y queridos cofrades, el Evangelio de hoy nos habla de renuncia a nosotros mismos. Decíamos que subir al monte implica una renuncia a uno mismo y un ofrecimiento a Dios. Abrahán renunció a su hijo y a todo lo que suponía su hijo.

A nosotros el Señor nos pide también que subamos al monte Calvario, con su Hijo, y que renunciemos a nuestra voluntad, a nuestros caprichos, a nuestros planes, en favor de cumplir la voluntad del Padre. Cristo renunció a su propia voluntad, para cumplir la del Padre: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4, 34).

5. Cuando procesionéis este año en Semana Santa, acordaos de la celebración de hoy; pensad que estáis acompañando a Cristo, en la renuncia total de sí mismo; pensad que tenemos que renunciar con Él a lo que no va de acuerdo con lo que Él nos pide.

Cuando carguéis las imágenes sobre vuestros hombros, o las contempléis, acompañad a Cristo, camino del Calvario hacia la cruz. Ese gesto de acompañarle no es un simple gesto externo, sino una exigencia del discipulado; ello nos exige aceptar la voluntad de Dios.

¡Cuántas veces nos quejamos a Dios de que no han salido nuestros planes, o que Él no ha hecho caso a nuestra oración! A lo mejor es que esa oración no estaba en sintonía con la voluntad de Dios. La oración de Jesús en el Huerto de los Olivos, antes de subir al Calvario es: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42).

En este segundo domingo de Cuaresma el Señor nos está animando a que vivamos este tiempo desde la renuncia a nosotros y desde la aceptación de la voluntad del Señor. Así hicieron Abrahán e Isaac; así lo hizo el Hijo de Dios.

Las lecturas de hoy, pues, nos invitan a renunciar a nosotros, para aceptar la voluntad del Padre; nos estimulan a acompañar a Jesús, quien renunció a su voluntad y subió el monte Calvario, aceptando el suplicio de la cruz.

6. El Evangelio de Marcos nos habla hoy de la transfiguración del Señor, en el monte Tabor. Jesús sube con unos discípulos al monte. Ya hemos dicho que el “monte” indica cercanía con Dios y significa renuncia de lo propio.

Cuando han subido al monte Tabor Jesús se transfigura; es decir, deja aparecer su luminosidad; permite que contemplen su divinidad y su gloria como Dios (cf. Mc 9, 3). Esto ayudará a los discípulos a soportar mejor el testimonio, difícil, que tienen que hacer. Nos han recordado en las palabras de saludo inicial, que no es fácil hoy ser testigo de Jesús. Pero la contemplación de Cristo resucitado y glorioso, nos ayuda a soportar los sufrimientos de nuestra cruz.

7. ¿Qué ocurre en el monte Tabor? En el monte Moria hubo un sacrificio de un carnero; en el monte Calvario fue sacrificado Jesucristo. En el monte Tabor hubo una manifestación de Dios.

Pasamos de la renuncia a lo propio a la contemplación de Dios. El Señor quiere que lo contemplemos; el Señor quiere iluminar nuestro corazón con su luz; el Señor quiere llenar nuestro corazón de su paz y de su amor.

Contemplemos a Cristo transfigurado y que Él transfigure y transforme también nuestro corazón. Al subir el monte, pasemos de la renuncia a la contemplación de Jesús. Cuando lo contempléis también en las calles, durante la  Semana Santa, recordad que Cristo ha sido crucificado; es un Cristo muerto en el Calvario, pero resucitado y glorioso. Es un Cristo que ilumina, que da vida, que dimana luz.

8. El Evangelio de hoy nos invita a contemplar a Cristo glorioso y resucitado, como los discípulos en el monte Tabor. Dejémonos penetrar de su luz y dejemos que su amor nos convierta y nos cambie. ¡Que el corazón duro de piedra, que podamos tener, se convierta en un corazón de carne (cf. Ez 11, 19)! ¡Dejad que el Señor cambie nuestro corazón de tierra reseca en tierra esponjosa, que sepa acoger su Palabra!

La voz que se ha oído en el monte Tabor es la voz del Padre: «Este es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Contemplemos a Cristo y escuchemos a Cristo, porque Él es la Palabra de amor y de paz; porque, con el ofrecimiento de su vida, nos ha dicho cuánto nos ama Dios. Hay que escuchar a Jesús, que es Palabra amorosa del Padre. Al Hijo amado de Dios hay que tratarlo bien y escucharle.

¡Queridos fieles, subamos con Cristo al monte, renunciando, como Él, a la  voluntad propia, al pecado y a todo lo que nos aparta de Él! Y, una vez arriba, contemplemos a Jesús, como lo hicieron sus discípulos.

Pidamos a la Virgen, Nuestra Señora de los Remedios, Patrona de Vélez-Málaga, que nos ayude a escuchar a su Hijo; a contemplarlo glorioso y a seguirle como verdaderos discípulos.

Amén.

Autor: diocesismalaga.es

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