DiócesisHomilías

Visita a la parroquia de Ntra. Sra. de la Encarnación (Marbella)

Publicado: 14/02/2009: 2337

PARROQUIA DE NTRA. SRA. DE LA ENCARNACIÓN DE MARBELLA

(Marbella, 14 febrero 2009)

Lecturas: Lv, 13, 1-2.44-46; Sal 31; 1Co 10, 31-11, 1; Mc 1, 40-45.

 

1. Las lecturas del sexto domingo ordinario nos invitan a meditar sobre una situación en la que todos nosotros estamos implicados. El libro del Levítico ha hablado de las prescripciones legales para quienes contraían la lepra: tenían que ir al sacerdote, para que diagnosticara realmente si había lepra (cf. Lv 13, 1-3); y si era así, tenían que salir de la ciudad y vivir como proscritos, como unos “fuera de la ley”; no podían vivir en la comunidad (cf. Lv 13, 46).

Esto hay que juzgarlo ahora desde el proceso que el pueblo de Israel hace de su misma fe y de su historia. Hay que situarse en la mentalidad de entonces y no podemos decir ahora que esas prescripciones eran inhumanas; probablemente lo sean a nuestros ojos, pero no nos corresponde a nosotros juzgar ahora si la prescripción era inhumana o no. De hecho, el leproso tenía que salir de la ciudad. Hoy sabemos que la lepra no es una enfermedad contagiosa y no toman las mismas medidas sociales que en tiempos de Jesús.

2. Cuando llega Jesús, se encuentra ante esta norma y ante unos hechos concretos. Había muchos leprosos en su tiempo. En el Evangelio vemos que es el leproso quien se acerca a Jesús; no va Jesús a buscarle. Lleno de fe y de confianza el leproso le pide: «Señor, si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1, 40).

El leproso ha hecho un acto, que probablemente va la ley, porque ha abandonado el lugar que le corresponde, fuera de la ciudad, y se ha acercado a Jesús. Solamente se podía acercar, gritando que era impuro y con el porte desaliñado, para que todos vieran a gran distancia que se acercaba un leproso (cf. Lv 13, 45).

¿Cuál es la reacción de Jesús? Jesús siente compasión en su corazón y sintoniza con ese enfermo; su corazón de Hermano de los hombres e Hijo de Dios se enternece ante la enfermedad de un hermano. Jesús hace algo que estaba prohibido por la ley: acercarse al leproso y tocarle; entra en contacto físico con él (cf. Mc 1, 41).  Jesús cura al leproso con su amor, con su compasión, y con su cercanía.

Según la ley, realizar este acto le convertía en un proscrito, porque había quedado contaminado y no podía ya acercarse a otras personas. De hecho, Jesús se queda en descampado. Algunos escrituristas dicen que no entra en la ciudad, porque sabe que ha tocado a un leproso para curarlo; las mismas personas que lo han visto podrían prohibirle entrar en la ciudad. Jesús se queda fuera como lo haría el leproso. Podemos decir que Jesús asume la situación del leproso, a quien ha tocado. ¿Qué ocurre entonces? Llegan muchos más enfermos de toda clase, fuera de la ciudad, y el Señor los cura.

3. Esta historia no es lejana a nosotros. Hay muchos tipos de lepra; cada uno puede pensar cómo está viviendo. Podemos gozar de buena salud física, pero tenemos ciertas lepras, que son enfermedades espirituales; también puede haber enfermedades físicas, como consecuencia de algunas enfermedades espirituales.

Pero hay muchas lepras; hay muchas anomalías; hay crecimiento anómalo de las células, que no guardan la armonía y crecen desproporcionadamente. ¿Cuántos tipos de lepras psíquicas y espirituales tenemos? Es nuestro pecado. No crecemos armónicamente, queridos hermanos; hay desproporción en nosotros. No vivimos el amor al hermano de manera consecuente con lo que somos, es decir, como hijos de Dios. Nuestra relación con el Señor no es consecuente y armónica con la gracia bautismal.

4. Aquel leproso se encontró con Jesús y fue sanado. Nosotros nos encontramos con Jesús, que nos salva, nos limpia de los pecados, nos cura las lepras que cada uno bien conoce. Pero todos nosotros, me incluyo por supuesto, todos tenemos aspectos deformes en nuestra vida; todos tenemos lepras en nuestro ser, que desdicen de lo que somos y afean nuestro espíritu. Los que hemos tenido ocasión de acercaros a algún leproso, hemos podido comprobar las deformaciones que sufren algunos de sus miembros.

 La imagen de Cristo, que recibimos en el bautismo, es una imagen perfecta; es la imagen de Hijo de Dios; la imagen de la gracia bautismal, que se impregnó en nuestro corazón en el día de nuestro bautismo: imagen bella, clara y nítida, reflejo de la luz de Dios. Hemos sido hechos hijos de Dios y hermanos de Jesús.

5. Esa imagen la hemos desfigurado con nuestro pecado; la hemos emborronado con nuestras fealdades y con nuestro pecado. Ahora tenemos una imagen espiritual deformada y leprosa. No creo que haya nadie que piense que la imagen de Jesucristo, recibida en el bautismo, esté intacta en su corazón.

Por tanto, también nosotros, como el leproso, necesitamos acercarnos a Jesús y pedirle con gran confianza: “Señor, si quieres puedes limpiarme. Si quieres, puedes reconstruir tu imagen en mí, porque la he deformado; si quieres, puedes volver a dibujar tu hermosa imagen dentro de mi corazón; si quieres, puedes limpiarme y quitar todo lo que afea mi espíritu. Deseo ardientemente que lo hagas; y te lo pido con gran confianza”.

Jesús siempre tendrá con nosotros la misma actitud que tuvo con el leproso: compasión, misericordia y amor. Él nos ama más que nosotros mismos. Jesús se acerca a nosotros, nos toca con su gracia; es decir, nos toca a través de los sacramentos (de la penitencia, de la unción de enfermos, de la Eucaristía), y vuelve a esculpir su imagen límpida en nuestro corazón; nos permite, de nuevo, identificarnos con Él.

Cuando recibamos hoy a Jesús en la Eucaristía, podemos decirle: “Señor, si quieres, puedes limpiarme; pero reconozco primero que he afeado tu imagen”. Si pienso como los fariseos de la época del Señor, no experimentaré la necesidad de pedirle que me cure y que me limpie, porque creeré que estoy limpio. Desde una actitud de humildad y de sinceridad, acerquémonos al Señor con fe, con gran confianza y pidámosle: “Señor, si quieres, puedes limpiarme; reconstruye tu imagen en mi alma, porque la he afeado muchas veces; vuelve a configurar lo que yo he desfigurado con mi pecado”. Jesús nos reconstruye y nos configura de nuevo a Él. Esa es una primera actitud, que en esta celebración el Señor nos pide.

6. En su primera carta a los Corintios Pablo recomienda a los cristianos que todo lo hagan para gloria de Dios (cf. 1 Co 10, 31). Podemos preguntarnos: ¿Todo lo que hacemos nosotros, lo hacemos para gloria de Dios, o hay otros intereses que, incluso, algunos se nos escapan y ni siquiera los conocemos? También tendríamos que purificar nuestra intencionalidad y nuestras actitudes, para que nuestra vida fuera una verdadera alabanza a Dios. Para eso hemos sido creados. Hemos de tener un motivo transcendente para nuestra vida. Si no buscamos la santidad, no estamos en el horizonte adecuado. Nuestra vida debe ser una oblación de alabanza a Dios.

El Señor no nos ha regalado la vida sólo para ganar dinero, para disfrutar de los placeres mundanos, para ser un gran técnico profesional especialista en alguna materia, para desarrollar una profesión. El Señor nos ha creado para que vivamos en esta vida como hijos de Dios, dándole gloria y alabándole. Esa era pregunta del Catecismo: “¿Para que ha creado Dios al hombre? Para que le ame y le sirva en esta vida; y, después, pueda gozarle en el cielo”.

La profesión, la familia, las formas concretas de desarrollar las capacidades, que Dios nos ha dado, son importantes; pero lo más importante es llamada a la santidad: Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 4); éste es el objetivo final de nuestra vida.

7. Quizás lo hemos predicado poco o lo hemos reflexionado poco. No se trata sólo de hacer cosas buenas; éstas también las puede hacer un no-creyente. El cristiano está llamado a la santidad, viviendo la fe, la esperanza y el amor; estas tres virtudes teologales nos ponen en sintonía con Dios.

El Señor quiere que seamos felices ya aquí en la tierra; y, por tanto, uno no puede ser feliz, si no realiza y vive aquello para lo que ha sido creado. Nuestra reflexión gira hoy en torno a la figura de Cristo, que hemos desfiguramos. Mantengamos la figura del Señor en nosotros en la vocación a la que hemos sido llamados: la maternidad, la paternidad, la familia, la profesión, la vida civil, social, política, económica. El cristiano está llamado a realizar todo eso para gloria de Dios.

San Pablo dice: «No deis escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios» (1Co 10, 32). Traducido hoy, podríamos decir que se nos pide no escandalizar a los que creyentes de otras religiones (Judaísmo, Islam, Espiritismo); no escandalizar a los paganos, que viven sin Dios; y no escandalizar a los de casa, a los cristianos. Podemos preguntarnos sin nuestra conducta está escandalizando a uno de estos tres grupos: los cristianos, los creyentes en otras religiones y los no creyentes.

Un día le preguntaron a Mahatma Gandhi, quien decía que apreciaba mucho el cristianismo por ser una doctrina sublime, no igualada por ninguna otra religión: “¿Por qué dice usted eso y no se hace cristiano?” Y respondió: “La religión es preciosa, pero el ejemplo de los cristianos no me convence”. A lo mejor hay algún pagano que se convertiría al cristianismo y, viéndonos, no se convence.

8. Hoy queremos dar gracias a Dios por todo lo que ha hecho con nosotros: nos ha dado su gracia y su amor; nos ha limpiado, cuando hemos desfigurado su imagen; nos permite vivir la vocación de ser hijos de Dios y poder darle gloria.

Quiero animaros, en este primer encuentro que tengo con vosotros, a dar gracias a Dios. Cuando el leproso se encuentra con Cristo y es curado, no se puede callar, sino que lo pregona con gran entusiasmo (cf. Mc 1, 45), a pesar de la prohibición que le había impuesto el mismo Jesús, que le dice: «Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio» (Mc 1, 44).

Si nos hemos encontrado de veras con Jesús y hemos sido curados, no podemos callarlo. Las grandes noticias no se callan, sino que se comparten. Las cosas buenas que os suceden, ¿las disfrutáis sólo vosotros, o las comunicáis? Si uno ha encontrado a Cristo y ha sido salvado y perdonado; si ha vivido la alegría del reencuentro con el Señor, no se puede callar. Cuando el encuentro con el Señor le ha cambiado a uno la vida, no se puede dejar de comunicar.

9. Nuestra religión no es una teoría; fundamentalmente es un encuentro con Jesucristo, el Hijo de Dios, que nos trasforma y nos salva.

En este Año Paulino recordamos lo que le ocurrió a Pablo de Tarso: se tenía por un fervoroso fiel de la Religión judía; pero se encontró con Cristo y su vida cambió, pasando a ser un gran evangelizador. No podemos callar la bondad del Señor.

Demos gracias a Dios por este encuentro y pidámosle al Señor que seamos verdaderos testigos suyos en esta sociedad secularizada, que le falta mucho para estar en sintonía con el Señor. ¡Cuánta lepra espiritual hay en nuestra sociedad! ¡Cuántas deformaciones inhumanas! ¡Cuántas cosas feas suceden en nuestro mundo! Estamos en una sociedad que propugna leyes que van contra la vida humana; esta es una sociedad de muerte. No es eso lo que quiere el Señor. Ese tejido social roto debe ser remendado y rehecho por nosotros, empezando por nosotros mismos; los cristianos tenemos una gran tarea.

Si nos ponemos todos a trabajar en común, haremos una sociedad más humana, más generosa, más alegre y menos tétrica; hemos de combatir la “cultura de la muerte”, como la ha definido el Papa Juan Pablo II. Hemos de pasar de una “cultura de la muerte” a una “cultura de la vida”, defendiendo siempre la vida humana en todas sus fases, desde su concepción hasta la muerte natural. Cuando se socavan los derechos más fundamentales del hombre, la sociedad camina hacia su propia destrucción.

Desde hace dos mil años los cristianos han sido incomprendidos y rechazados en las distintas sociedades, donde han vivido. Los cristianos vamos siempre contra corriente en la sociedad. Sin embargo, su presencia ha sido benefactora para sus conciudadanos; si no hubiera cristianos, la sociedad estaría en peores condiciones de lo que está.

Estimados fieles, sois necesarios y benefactores en nuestra sociedad, a pesar del rechazo que podáis sufrir. ¡Ánimo y adelante! El Señor quiere que transformemos esta sociedad, que tanto se aleja de Él, pero que tanto le necesita; nuestra sociedad necesita la luz y el amor de Cristo; sin ellos, los hombres vivirían en tinieblas y en frío gélido en sus corazones. En la Cartaa Diogneto, cuya lectura os recomiendo, se hace una certera descripción de los cristianos, que tiene hoy una gran actualidad.

10. Termino haciendo referencia a lo que ha dicho D. José, el párroco de la Encarnación, en la introducción: en esta sociedad en la que vivimos, la mies es mucha pero los trabajadores son pocos. Hemos de animar a los jóvenes a vivir como verdaderos discípulos de Jesús y a ser testigos fieles de su amor.

Le pedimos a nuestra Madre, la Virgen María, bajo la advocación del Carmen, de mucha devoción en Marbella, que nos ayude a agradecerle a Dios la curación de todas nuestras lepras y que nos conceda su fuerza, para ser testigos de Dios en esta sociedad, tan necesitada de su amor. ¡Que así sea!

Autor: diocesismalaga.es

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo