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El cristianismo en minoría: reflexión en el Año de la fe

Publicado: 03/12/2012: 1325

La Catedral de San Vicente de Paúl es uno de los templos católicos más hermosos del norte de África. Se encuentra en la Plaza de la Independencia de Túnez, en el cruce con la Avenida Habib Bourguiba, un enclave que, en pleno corazón de la ciudad, a un paso de la Medina, mantiene la inspiración francesa y su aire colonial.

A cualquier hora del día se puede encontrar católicos rezando en su interior, en su mayoría mujeres. Algunas visten el hiyab (velo islámico), otras no, pero la oración es la misma, como igual es la fe que prende los cirios. Durante las últimas décadas estas mujeres han podido rezar en paz. Pero tras la Revolución de los Jazmines que acabó con el gobierno corrupto de Ben Ali, las cosas han cambiado. Los islamistas que ahora ostentan el poder han logrado proyectar una imagen de moderación y normalización democrática, pero el ambiente cotidiano no está exento de tensiones. Gran parte de aquella juventud que salió a la calle en la Primavera Árabe se dedica ahora a vigilar que su interpretación radical de la ley coránica se aplica sin reservas. Las mujeres que no se cubren la cabeza o que miran directamente a los ojos a los varones en una conversación son recriminadas. La adquisición de literatura occidental en alguna de las modernas librerías de la misma Avenida Habib Bourguiba entraña un riesgo. Y la profesión de la fe cristiana fuera de la clandestinidad puede llegar a ser objeto de una sanción verbal por parte de las nuevas autoridades. 

Recientemente, el Papa Benedicto XVI visitó el Líbano y envió una delegación a Siria para atender a las comunidades cristianas que sufren en carne propia los estragos de la guerra. Estas comunidades, extendidas por Oriente Medio, Oriente Próximo y el Magreb, viven en territorios en los que su fe es minoritaria y en los que es otra fe la que articula el derecho, las constituciones, los procesos económicos y laborales, la participación ciudadana y hasta las relaciones personales. En estos países en los que a menudo el Islam ordena la esfera pública y la privada, la práctica cristiana puede llegar a ser considerada una agresión externa, aunque la existencia de esas comunidades en los mismos territorios se remonte a casi dos mil años. Son los cristianos las primeras víctimas del conflicto palestino-israelí en Tierra Santa, a ambos lados del muro y del fuego (aunque especialmente en los Territorios Palestinos). 

También son los primeros perjudicados cuando en Europa se publican viñetas satíricas sobre Mahoma. Al mismo tiempo, estas comunidades preservan buena parte de la esencia primigenia del cristianismo. Alepo, una de las ciudades más castigadas por la guerra en Siria, es una de las pocas ciudades del mundo en las que se puede participar en la eucaristía en arameo, la lengua que habló Jesús. En Göreme, en el corazón de la Capadocia turca, se conservan las iglesias más antiguas del planeta, excavadas en la roca en el siglo III y decoradas con frescos que celebran de manera exultante la Resurrección del Salvador. Estas pequeñas capillas fueron construidas por cristianos que vivían bajo la amenaza de Roma. Muy cerca, el pueblo kurdo, heredero en gran parte de la tradición cristiana caldea, ha vivido desde entonces bajo otros yugos, pero siempre con la misma opresión sobre su espíritu. 

En ciudades como Málaga, donde sus católicos manifiestan libremente en la calle sus creencias en consonancia con el calendario litúrgico, a menudo se asumen los retos que presenta el laicismo como si de una persecución cruenta se tratase, lo que muchas veces se traduce en actitudes erróneas ante el mundo presente (el verdadero verdugo, el abuso financiero que conduce cada día a la desesperación a cientos de inocentes, y que sí actualiza con terrible fidelidad el poder del dragón que prefiguró san Juan en su Apocalipsis, escapa mientras tanto de una respuesta contundente por parte de la Iglesia, a la que corresponde promulgar la esperanza). 

En el marco extraordinario del Año de la fe, convendría tender una mano firme a las comunidades cristianas que mantienen viva la llama en minoría, con un doble objetivo: el primero, aliviar en la medida de lo posible su soledad; el segundo, adquirir de su Historia una noción de la fe mucho más fértil que el consuelo fugaz que aporta la mera devoción. Una fe capaz, en este siglo XXI, de cambiar el mundo.
 

Autor: Pablo Bujalance, periodista

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