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Concesión de la Medalla de Oro de la Agrupación de Cofradías de la Semana Santa de Málaga a D. Rafael Recio Romero (iglesia de San Julián-Málaga)

Publicado: 08/02/2013: 4735

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la concesión de la Medalla de Oro de la Agrupación de Cofradías de la Semana Santa de Málaga a D. Rafael Recio Romero (en la iglesia de San Julián de Málaga el 8 de febrero de 2013).

CONCESION DE LA MEDALLA DE ORO

DE LA AGRUPACIÓN DE COFRADÍAS

DE LA SEMANA SANTA DE MÁLAGA

A D. RAFAEL RECIO ROMERO

(Iglesia de San Julián-Málaga, 8 febrero 2013)

 

Lecturas: Hb 13, 1-8; Sal 26; Mc 6, 14-29.

 

Exigencias del amor fraterno

 

1.- Muy queridos sacerdotes y ministros del altar. Sacerdotes vinculados de un modo especial al mundo cofrade, desde el delegado anterior al actual y al párroco donde se ubica esta hermosa iglesia.

Querida Junta de Gobierno de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa con su presidente a la cabeza; hermanos mayores; representantes de la Agrupación de Hermandades de Gloria y todos los que os unís a este doble acto de acción de gracias: acción de gracias a Dios en primer lugar y acción de gracias también como homenaje a un cofrade.

En esta celebración hemos tomado las lecturas que la liturgia nos ofrece; ya sabéis que prefiero dejar que sea la Palabra de Dios la que nos ilumine y nos envuelva, sin buscar unas lecturas especiales. Las lecturas son las que hoy la liturgia de la Iglesia ofrece en todo el mundo católico.

En la oración hemos pedido al Señor el amor: «Concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda también a todos los hombres». Cuando pedimos el amor, pedimos lo más grande. La liturgia de hoy nos habla también del amor fraterno. Dicho de otra manera: nos habla de las cofradías o del ser cofrade, porque qué es ser cofrade sino vivir el amor fraterno. Siguiendo la Carta a los Hebreos, que está escrita a finales del siglo I, voy a entresacar unas características de lo que esta Carta dice sobre ser cofrade. Es decir, ¿cuáles son las exigencias del amor fraterno?

2.- «Permaneced en el amor fraterno» (Hb 13, 1). Las Hermandades tienen como fin primordial vivir la fraternidad, la comunión, la unión entre sus miembros. Estos se consideran “hermanos”, porque existe un lazo especial entre ellos, pues profesan la misma fe en Dios, viven la misma esperanza e intentan vivir el mismo amor. Es decir, todo el que pertenece a una cofradía comparte los mismos ideales cristianos -por eso, es co-hermano, co-frater, cofrade-.

Me gusta que no os llaméis miembros de una asociación, sino que os llamáis cofrades, es decir, co-hermanos, expresando así que compartís el mismo ideal, la misma fe y el mismo amor en Dios. Por tanto, la comunión -la común unión- es una primera característica del ser cofrade.

3.- «No os olvidéis de la hospitalidad» (Hb 13, 2). Acoger al hermano es acoger a Cristo. En el juicio final, el Señor nos dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Esto quiere decir que no debemos olvidar la atención al otro, pero, según el Evangelio, el Señor tiene una preferencia por los pobres, por los débiles y necesitados, por los enfermos. Por tanto, amor a todos, pero existe en el cristianismo un amor preferencial por el necesitado y el pobre.

Quiero agradeceros los gestos, son muchos los que hacéis, como cofradías autónomas, como Agrupación y como unión de cofradías, todos esos gestos que hacéis de amor a los pobres, de amor preferencial al necesitado.

En esa gran actividad que cada hermandad día a día desarrolla, está presente la asistencia, la caridad, y todo eso que ya sabéis y que no hace falta pregonarlo: «que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6, 3b). Las obras de amor están ahí y Dios las premiará.

Hay un apunte sobre el tema de la hospitalidad que dice: «Gracias a ella (la hospitalidad) hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles» (Hb 13, 2). Cuentan una historia de alguien que había ido toda su vida buscando a Dios y no lo encontraba. Cuando llegó ante el Señor en el juicio final, éste le dijo: “¿Tú te acuerdas de aquel anciano que un día se encontró contigo y tú ni le saludaste? ¿Tú te acuerdas de aquel enfermo? ¿Tú te acuerdas de…? Allí estaba yo, no me viste, te faltaron ojos de fe y de amor para encontrarme. He pasado por tu lado miles de veces y no me has visto”.

4.- Otra característica de la que también nos habla la Escritura: «Acordaos de los presos, como si estuvierais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros tenéis un cuerpo» (Hb 13, 3). Hay aquí un programa estupendo.

«Sea vuestra conducta sin avaricia; contentos con lo que tenéis, pues él ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré» (Hb 13, 5). A veces, quizás el estilo del mundo se nos mete por ósmosis a través de los poros y el Señor nos invita a ser más desprendidos. No hace falta acumular, no es necesario. Si nos fiamos de la Providencia no hace falta acumular.

Hasta ahora hemos visto las características que nos han de definir de cara al trato con el hermano como imagen de Dios.

5.- Y ahora, mirando directamente a Dios, el texto nos habla de la confianza: «De modo que podamos decir confiados: El Señor es mi ayuda; no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?» (Hb 13, 6). Me fío de Dios que es mi Padre.

La catequesis última del papa Benedicto XVI del 30 de enero, retomando las afirmaciones del Credo cuando dice “creo en Dios Padre todopoderoso”, ha hecho una reflexión preciosa sobre la figura del padre y sobre la paternidad. Estamos en una sociedad que reniega de la figura del padre, que le resulta difícil aceptarla, y, por tanto, es difícil hablar de Dios como Padre cuando hay muchos padres que reniegan de su paternidad respecto a sus hijos, o hijos que no aceptan la figura del padre ni la autoridad paterna.

Os recomiendo que leáis esa catequesis sobre “Dios Padre todopoderoso” porque toca de lleno en el corazón del problema de nuestra sociedad sobre el tema de la falta de padre.

Nosotros tenemos que hacer un acto de amor filial diciendo: “Señor, me fío de ti. ¡Si tú me amas más que nadie!, ¿cómo vas a abandonarme? Me pongo en tus manos”. Recordad esa oración tan preciosa de Carlos de Foucauld: «Me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea te doy las gracias». No suele ser esa nuestra oración, sobre todo cuando nos pica, cuando nos duele una situación negativa, una enfermedad, un obstáculo.

Hemos de ponernos más en las manos del Buen Padre que nos ama. Y ocurra lo que nos ocurra, si Él lo quiere y lo permite, va a ser bueno para nosotros, aunque nos duela.

6.- Finalmente la Carta a los Hebreos, teniendo en cuenta esa relación filial con Dios y las necesidades de los hermanos, termina diciendo: «Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios y, considerando el final de su vida, imitad su fe» (Hb 13, 7).

Acordaos de vuestros dirigentes, rezad por ellos, tenedles presentes. Acordaos de los que nos antecedieron en la fe y estuvieron sentados aquí en esta misma iglesia. No voy a decir nombres, pero los tenéis en la cabeza: cofrades que os precedieron, personas de vuestras parroquias, de vuestras familias, de nuestras Iglesia. Acordémonos de ellos que viven en Cristo, pidamos por ellos.

7.- La Eucaristía de hoy la vamos a ofrecer por todos ellos, sin decir nombres, por todos los que como vosotros han sido cofrades en estas últimas décadas, aquellos que vosotros habéis conocido, que os han ayudado a ser cristianos, a ser cofrades, a ser hermanos unos de otros. Pediremos por todos ellos en esta Eucaristía.

Damos gracias a Dios por los que nos precedieron, pero también por los que están aquí que han ido desempeñando funciones de responsabilidad y, por tanto, han ejercido su misión dándose a los demás.

Hoy, porque nos reúne ese motivo, es obligado decir un nombre: Rafael, alias “Pipo”. Gracias, gracias. No solamente te están agradecidos la Agrupación, o los hermanos, o los hermanos mayores, o las Juntas, no. La Iglesia que peregrina en Málaga, en la ciudad de Málaga, te da las gracias, como hijo de la Iglesia, como cofrade.

8.- ¡Que el Señor te siga bendiciendo! Nunca somos nosotros tan generosos porque Él rebosa en generosidad y Él nos da millones de veces más de lo que nosotros podemos ofrecer a Él y a los otros. Espero que el Señor siga siendo generoso contigo, te bendiga en tu vida; y cuando digo en tu vida, digo en tu vida toda, la terrena y la eterna, ambas. Gracias.

He recibido el testimonio de un cofrade, a lo mejor está aquí, no lo sé, porque me lo han pasado como anónimo, un cofrade que ha ido purificando su fe, creciendo en la fe cristiana. Como pasa tantas veces, uno puede entrar en una institución por unos motivos que pueden ser estéticos, culturales, sociales, y poco a poco Dios le va ganando el corazón y va al final cambiando su perspectiva y su motivación y haciéndola más limpia y más pura. Uno puede entrar a ser cofrade por razones diversas, lo sabéis muchísimo mejor que yo.

Puedo describir muchas situaciones de cofrades que voy conociendo a lo largo de mi ministerio. Y las motivaciones, como bien sabéis, son múltiples y variadas: históricas, familiares o por casualidad -que no existe-, sino que es la Providencia. Las motivaciones pueden ser puramente humanas, horizontales, culturales, estéticas: “me gusta y no hay más”. A lo mejor hay incluso quien se hace cofrade y no le entra para nada el tema de la fe cristiana. Pero la fe es un camino, un proceso.

9.- Benedicto XVI en la Carta Apostólica Porta Fidei, del Año de la Fe, la ha definido así: “¿Qué es la puerta de la fe? Aquella que cruzándola entras en un umbral, comienzas una andadura y un proceso que termina en la vida eterna” (cf. Porta Fidei, n.1). Esa es la puerta de la fe.

Pues, el testimonio de este cofrade es que ha ido purificando sus motivaciones de ser cofrade y ahora ya no son las motivaciones que tuvo durante años. Ahora son otras, ahora vive la fe con mayor profundidad, ahora goza de la lectura orante de la Palabra de Dios, ahora necesita celebrar los sacramentos, pedir perdón, celebrar la Eucaristía, ahora necesita ratos de oración, de arrodillarse delante del Santísimo Sacramento. No le basta entrar en el templo, o en el oratorio, o en la capilla, o en la iglesia de la Hermandad, o donde sea. No le basta entrar por la puerta e ir directamente a la imagen y salir sin más estando el Señor Sacramentado allí.

¡Cuántas veces he observado ese acto! Un cofrade entra por la puerta, va directo delante de su imagen, le reza, Virgen o Cristo; pero se olvida del Santísimo que estaba allí, y no ha sido capaz de ni siquiera hacer una inclinación de cabeza o unos buenos días al Señor.

La fe necesita una purificación. Os pongo este ejemplo de este cofrade anónimo para animaros en este año de la Fe a que todos, porque todos lo necesitamos, vayamos haciendo ese proceso de fe cada vez más limpio, más puro, más de amor a Dios y al prójimo.

10.- Con estas buenas intenciones seguimos la celebración dándole gracias a Dios por todo. Por haber conocido la cofradía, por ser hermano de la misma, por ser cristiano. No sólo no está reñido, sino que no es un buen cofrade quien no intenta ser un buen cristiano; otra cosa es conseguirlo. Aquí hablamos de buenas actitudes e intenciones.

Le pedimos a Cristo bajo todas las advocaciones mediante las que confesáis y profesáis la fe, a Cristo el Señor de la Historia, Señor nuestro y Dios nuestro; y a la Virgen, también en todas las preciosas advocaciones e imágenes, expresiones de esa fe filial a la Madre.

Pues, a Cristo y a Ella les pedimos. A Él, para que nos ayude a vivir la fe como Él quiere. Y a Ella, su maternal intercesión para recorrer el camino de la fe en esta vida. Que así sea.

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