Germán Arconada, misionero en Burundi, acaba de cumplir hace unos días 50 años desde su profesión como Misionero de África. Ha dedicado toda su vida a los demás. Quienes le conocen saben de su entrega, en medio de peligros de muerte ha sido amenazado, y en varias ocasiones ha escapado por poco de ser asesinado, de penalidades, de ver cómo toda su labor desaparecía con la tragedia de los Grandes Lagos. Tras 50 años de su profesión ha escrito el porqué de hacerse misionero y lo ha titulado “Misionero… por enamoramiento”. Así, en primera persona.

“Lo que contaba eran mis trabajos, mis sudores, mis esfuerzos, mis ocupaciones. ¿Y Dios? Bueno, sí, le rezaba, le predicaba, en su nombre perdonada los pecados de los penitentes, etc. Pero muchas veces le colocaba ‘en segunda persona’, para que bendijera mis esfuerzos y un día los premiara” cuenta el misionero. “Claro que quería a Dios. Pero Dios me quería mucho más. Esperó su momento, su hora, y en el secreto del desierto, donde los enamorados se hablan, sentí el inmenso amor que Dios siempre me ha tenido. Me hubiera gustado encerrar a Dios en mí mismo, pero enseguida entendí que mi misión primera era ser testigo de este amor de Dios en medio de los hombres”. 

El dolor de nuestro mundo es que muchos no saben apreciar el amor que Dios les tiene. Han puesto barreras al amor de Dios encerrándole en nuestro mundo sin transcendencia alguna. Hace unos días leía una pintada: ‘el amor no existe, sólo existe el sexo’. Hay que romper las barreras del amor mundano. Hay que gritar, cantar y bailar diciendo: DIOS ES AMOR. El mundo necesita muchos enamorados de Dios, para que la gente entienda en sus noches oscuras dónde esta la fuente del amor.