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Triduo Pascual, días santos

Publicado: 03/04/2012: 5199

La Semana Santa es un tiempo sagrado. Hemos de entrar en ella con el recogimiento y la tensión espiritual con que entramos en un templo. Para los cristianos tienen que ser días de oración y de especial devoción. Para nosotros las procesiones no son un espectáculo, sino un ejercicio de fe y un alimento de nuestra piedad.

JUEVES SANTO

El Jueves Santo es el día de la intimidad, el día de las despedidas y de las grandes confidencias. Jesús lava los pies de sus discípulos y les dice cosas tan hermosas como éstas: “Ya véis lo que yo he hecho con vosotros, si de verdad queréis ser discípulos míos haced vosotros lo mismo. Lavaos los pies unos a otros”. Ver a Jesús arrodillado ante sus discípulos para lavarles los pies, es verlo hecho realmente siervo y servidor de todos. Tengo que verlo arrodillado a mis pies, hecho servidor mío, ofrecido por mí, amándome hasta el extremo de entregar su vida por mí. Este amor nos desarma, deja en evidencia nuestras vanidades y nuestro orgullo, nos enseña el verdadero camino de la justicia y de la grandeza de corazón, la humildad y el amor, el servicio, el despojamiento de uno mismo para atender y servir a los demás. ¡Qué pocas veces tomamos en serio el ejemplo del Maestro!Con el lavatorio de los pies, esta tarde celebramos la institución de la Eucaristía.

En este sacramento Jesús nos entrega el tesoro de su muerte. La muerte de Jesús es una muerte voluntaria, prevista, aceptada y ofrecida por nosotros. Su muerte es un sacrificio de fidelidad y obediencia, un sacrificio de amor por todos nosotros. Se hace pan y se hace vino, alimento de la vida del alma. Hay que ir a los Oficios, hay que asistir y participar en el misterio de aquella tarde, hay que fundirse en un abrazo de fe y de gratitud con este Cristo del Cenáculo. ¡Hay que darle gracias por haberse quedado con nosotros, por haber llenado el mundo con la luz y con la fuerza de su presencia que nos sostiene cada día en el camino del amor y de la esperanza hasta las puertas del Cielo!

En esta misma tarde hay que evocar la escena de Getsemaní, la lucha interior de Jesús, su esfuerzo humano para sobreponerse a sus sentimientos de hombre y concentrar su vida en el cumplimiento de la misión recibida. La oración de Getsemaní nos descubre el realismo de su humanidad, sus palabras nos consuelan y nos fortalecen. También Él se siente débil, asustado, pero se refugia en el amor del Padre: “No se haga mi voluntad sino la tuya”. Sudó sangre, pero los ángeles de Dios vinieron a confortarle. El Getsemaní de Jesús nos hace fuertes para afrontar el dolor y las amarguras de la vida con serenidad y esperanza. El Padre del Cielo nunca nos deja solos.

VIERNES SANTO

El Viernes Santo es el día de la Cruz. Y la Cruz es el signo del amor. Signo del amor de Dios que nos envía a su Hijo para que nos saque del error y nos libre del poder del demonio; signo del amor de Jesús que acepta esa muerte terrible por ser fiel a su misión de Salvador y abrir los caminos de la verdad y del amor para toda la humanidad. Leyendo o escuchando la lectura del relato de la Pasión de Jesús, tenemos que seguir espiritualmente el terrible itinerario de sus torturas y sufrimientos.

La traición de Judas, el prendimiento, el juicio, los azotes, la coronación de espinas, las burlas, las falsas acusaciones, la condena, injusta y cobarde; y luego la larga agonía levantado en la Cruz como una bandera de inocencia y de misericordia. Las palabras de Jesús nos permiten asomarnos a su interior, ese tesoro del alma de Jesús que es realmente lo que nos salva. Nos salvamos por el gran amor y la gran misericordia de Dios que se derraman sobre el mundo desde el corazón santo de Jesús.

“Padre, perdónalos”, “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”, “Por qué me has abandonado”, “Ahí tienes a tu Madre”, “En tus manos pongo mi vida”. Desde la oscuridad de la muerte, Jesús enciende en el mundo la luz de la confianza absoluta en la bondad y en la fidelidad del Dios de la vida. Es la luz de la esperanza. Por el bautismo, vivido con fe, entramos en su muerte para llegar al mundo de la resurrección y de la vida eterna.Ahora los laicistas, presuntuosos y oportunistas, quieren quitar los crucifijos de los lugares públicos. No sólo es renegar de Dios, sino renegar también de nuestra historia, de nuestra cultura, de lo que realmente somos. El crucifijo es el símbolo de los mejores sentimientos y de las mayores esperanzas que han crecido en nuestro mundo. La imagen de Jesús en la Cruz es un signo de perdón, de hermandad y de esperanza para toda la humanidad. ¿Cómo se puede estar contra quien murió por nosotros? Llevar una cruz colgada del cuello es una forma de decir: “Gracias, Señor, estoy orgulloso de Ti, cuenta conmigo”.

SÁBADO SANTO

El sábado es el día del silencio, del recogimiento, de la oración. El cuerpo del Señor descansa en el sepulcro. El mundo entero está pendiente de ese sepulcro. ¿Será verdad que la malicia y las ambiciones triunfan en el mundo? ¿No hay justicia para los inocentes? ¿No podemos contar con la ayuda poderosa de Dios para liberarnos del poder del mal? Necesitamos tiempo para meditar, para rezar, para arrepentirnos de nuestros pecados, superar nuestras cobardías y desconfianzas, para salir de nuestros egoísmos y refugiarnos a la sombra de la Cruz de Jesús.

Es también el día de la fidelidad. Cuando no está bien visto ser cristiano, cuando tantos se escaquean y se someten a la dictadura del laicismo, es el momento de decir “aquí estoy yo”, como Juan, como María, como el pequeño grupo de los verdaderos amigos de Jesús. De este pequeño grupo de discípulos valientes nacerá una sociedad nueva, la sociedad de la justicia y de la fraternidad, la sociedad del perdón y de la esperanza, la sociedad de los hijos de Dios. Un mundo nuevo por el que Jesús vivió y murió; el mundo de hermanos que Dios quiere, el mundo de hombres y mujeres renovados espiritualmente por la fuerza de la fe y de la presencia de Jesús que transforma nuestros corazones.

Esta noche hay que estar en la celebración de la Gran Vigilia Pascual. Tenemos que estar despiertos para celebrar el gozo de la resurrección de Jesús, es el triunfo de la verdad y de la inocencia, el triunfo del amor y de la esperanza, el gran triunfo de la vida nacida de las manos generosas de Dios. En esta vigilia recordamos las maravillas de Dios, renovamos nuestro bautismo, rezamos por el mundo entero, cantamos y aplaudimos al Señor resucitado, renacemos con Él a la vida verdadera y eterna del amor ilimitado en la casa de Dios. El Sábado Santo es también el día de María, el día de estar con Ella, compartiendo su dolor y su soledad, aprendiendo de Ella la lección de la fidelidad, de la misericordia, de la confianza absoluta en la fidelidad de Dios. Con Ella rezamos por la salvación del mundo, con Ella velamos el sepulcro de Jesús y esperamos su resurrección.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Es el Día de la Pascua, el Día de la gran actuación de Dios a favor de su Hijo Jesucristo, a favor de todos los hombres que crean en Él, a favor del mundo. La Resurrección de Jesús es el triunfo de Jesús. Con su amor, con su fidelidad, con su inmensa bondad venció los poderes del mal, rompió las ataduras de la muerte. En la Resurrección de Jesús quedan claras para siempre las intenciones de Dios, su poder, su fidelidad, su generosidad. Lo que ha hecho con Jesús lo hará también con nosotros si creemos en Él, si vivimos como Él, si tratamos de vivir humildemente como discípulos de Jesús, adorando a Dios, haciendo el bien a todos, con amor, con misericordia. Los cristianos nos felicitamos en las fiestas de Navidad.

Deberíamos hacerlo con más fuerza en estos días de Pascua. Con la glorificación de Jesús comienza la gran peregrinación de los hombres hacia la Casa de Dios, hacia
la vida eterna, hacia el mundo radiante y glorioso que Jesús inauguró para todos sus hermanos. “Voy a prepararos un sitio junto al Padre del Cielo.” Tenemos que aprender a vivir desde esta esperanza, desde esta seguridad. Con alegría, con agradecimiento, con sobriedad y generosidad, con amor diligente, con una gran esperanza. Si creemos de verdad que vamos a resucitar con Jesús para la vida eterna, nuestra vida tiene que ser diferente. Con los pies en el suelo, pero con el corazón en el Cielo, con el Señor, con la Virgen María, con todos los santos del Cielo.

Los buenos cristianos están ya allí con el corazón sin dejar de estar aquí para hacer lo que haga falta por amor de Dios y de los hermanos. En esto y en todo, somos los seguidores de Jesús, los continuadores de su vida santa, en la Tierra y en el Cielo.

Autor: Mons. Fernando Sebastián, arzobispo emérito

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