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Ponencia: «La traducción de los textos de la Sagrada Escritura a partir de liturgiam authenticam»

Publicado: 07/02/2011: 3753

•   Ponencia de Juan Miguel Ferrer Grenesche

Sabido es de todos que en el pueblo de la Revelación la Palabra de Dios va cobrando un creciente papel en relación con el culto, tejido de sacrificios y plegarias.

Las peregrinaciones a Jerusalén, hacia su Templo, y el mismo desarrollo del culto matinal y vespertino en el Santuario se acompaña por “cánticos inspirados” que, poco a poco, van siendo considerados parte de los libros sagrados del pueblo de Dios (“Salmos”)[1] y, desde la reforma de Josías, ocasionalmente por la solemne lectura pública de las Escrituras (Vid. IIºPar, 34)[2]. Pero es en el ámbito de los profetas y de su misión purificadora de la religión de los judíos, en pariticular del culto del Templo, donde oir la palabra de Dios, se identifica con “cumplir sus mandatos”, “observar su ley”, “hacer su  voluntad”, “actuar con justicia”... , y esta actitud espiritual, exigente y renovadora, correrá paralela con el nacimiento y desarrollo de la institución sinagogal[3] , su papel en el exilio y su importancia en la reconstrucción nacional tras el mismo, especialmente la que se considera la “repristinación” bajo Nehemías. La Sinagoga es escuela, foro y lugar de culto y todo ello centrando la vida judía en la escucha obediente y el estudio de la Escritura (La Ley y los Profetas).

 

                        Dios está presente en medio de su pueblo no sólo porque su Gloria llena el Templo, sino porque su Palabra resuena en las asambleas del Pueblo (sinagoga). Y estas convicciones marcan en gran medida el mundo espiritual de Palestina en tiempos de Jesucristo.

 

                        En los evangelios (singularmente en san Lucas)  vemos a Jesús presentándose ante la Sinagoga como “cumplimiento de las Escrituras” (cfr Lc 4, 21) al inicio de su vida pública, llegando el momento culmen de la misma, en el monte de la transfiguración, Moisés y Elías (Ley y Profetas) conversan con Él sobre su muerte redentora, su exodo (cfr Lc 9, 30-31) y tras su Resurrección, buscando robustecer la fe de sus discípulos, desconcertados por los acontecimientos trájicos vividos, “les explicó todo cuanto a Él se refería en las Escrituras” , indicando como su Pascua había sido reiteradamente anunciada y daba testimonio de la fidelidad de Dios (cfr Lc 24, 25-27).

 

                        Así entre las Sagradas Escrituras de los judíos y la Persona y misión del Salvador se establece una concatenación que determinará luego, en gran medida, la predicación cristiana, la liturgia de la Iglesia y el gradual surgir de los escritos del Nuevo Testamento.

 

                        Este fenómeno, tan estrechamente vinculado a la edad apostólica, a los inicios de la vida de la Iglesia,  manifiesta la unidad de los dos testamentos, explica la clave de lectura cristológica, con la cual los cristianos leerán las Escrituras del judaísmo y manifiesta la extrecha vinculación entre Escritura y Celebración Litúrgica, que marcará la experiencia espiritual cristiana. Y todo esto tiene simultaneamente un reflejo en las versiones bíblicas adoptadas por los discípulos de Cristo, en particular, el empleo de la Biblia judía en griego, el texto conocido como Septuaginta (traducción de “los setenta”), y la redacción en esta misma lengua griega de los textos que más tarde formaran el cánon del Nuevo Testamento. Esta misma lengua griega estará en el origen de las primeras formas litúrgicas de los cristianos y tiene su signo en los nombres mismos de las principales acciones litúrgicas, Bautismo y Eucaristía.

 

                        Sin excluir el uso de algunas otras lenguas antiguas, incluso en esta primera siembra del cristianismo desde Jerusalén y Antioquía, lo cierto es que el griego actuó como principal vehículo, sea para la celebración cristiana, sea para la proclamación y predicación de las Escrituras Santas. Será tras el cese de las persecuciones romanas, coincidiendo, groso modo, con la segunda mitad del siglo IV, cuando la liturgia cristiana comienza a diferenciarse y se ven los frutos de la implantación de la fe (procesos de gradual inculturación de la misma) en la floración de los diversos Ritos de Oriente y Occidente.

 

                        Este proceso se ve enmarcado por las grandes diatribas doctrinales que, jalonadas por los concilios, van fijando el lenguaje de la fe cristiana ortodoxa. Surgen los Ritos, surgen los Libros Litúrgicos, en particular los Sacramentarios y los libros para las lecturas y cantos (Commes, Epistolarios, Evangeliarios, Salterios...). Y tales libros consagran versiones comunes de oraciones y lecturas bíblicas en las lenguas propias de los diversos Ritos. Ni qué decir, cómo corre paralelo el desarrollo de una predicación y enseñanza, que se sostiene en los misterios celebrados, con el de las oraciones, así como el de la Palabra de Dios y confluyen formando el tesoro de la literatura patrística de los diversos Ritos. Las versiones bíblicas muestran su central importancia resonando el la liturgia de la Palabra, en las mismas oraciones de toda la acción litúrgica, en la predicación que la acompaña y en las catequesis y enseñanzas doctrinales que la circundan.

 

                        Se puede observar esto singularmente cuando nace el Rito Romano propiamente dicho y a los “pinitos” eucológicos latinos de san Dámaso (relacionados con sus epígrafes en honor de los mártires, final del s. IV, al cesar las persecuciones)[4] se une la ingente tarea de traducción bíblica al Latín realizada por el Secretario de dicho Papa, san Jerónimo. Pero será unos años más tarde cuando todo ello tome cuerpo en un tiempo del que se hace “tipo” san León Magno (segunda mitad del s. V)[5], con su decisiva tarea eucológica, sus sermones y sus tratados y documentos magisteriales, todo ello aunado por una lengua y un lenguaje comunes: el de la Biblia latina jeronimiana, la Vulgata (con la paulatina superación de las múltiples versiones, periféricas respecto a Roma, de las Vetus Latinas).

 

                        Siglos más tarde todo Occidente se verá impregnado por el programa político-cultural de Carlomagno y su continuidad en el Movimiento cluniacense, que no sólo da origen a una nueva liturgia romano-germánica, sino que termina implantándola en Roma, tras el siglo de hierro (s.X), y expandiéndola por todo Occidente con la Reforma Gregoriana (s. XI). Esta liturgia latina, siempre ligada a la versión bíblica llamada Vulgata, será la que se hermane con el desarrollo teológico y espiritual de la escolástica y la que, de facto, viene repristinada por la reforma litúrgica que sigue al Concilio de Trento[6] y que pervive en la Iglesia Latina, universalizada, hasta el siglo XX y la nueva reforma litúrgica efectuada tras el concilio Vaticano II[7].

 

                        Nadie dudará  del papel importante, que de cara a la predicación, la catequesis, la espiritualidad y la misma teología, vinieron jugando las versiones bíblicas en lengua vernácula que se fueron difundiendo por el mundo católico antes ya de la celebración del concilio Vaticano II. Pero tampoco nadie podrá ya dudar de la presencia, como problema real en el contexto posconciliar, de la ausencia, en casi todos los países, de una versión bíblica en lengua vulgar, contrastada y oficial, a  la hora de plantear un lenguaje teológico, catequético y litúrgico completo en las diversas lenguas modernas en tal momento. Esto fue una novedad histórica y una grave desventaja, que ahora se va tratando de solventar. Tiene que existir un lenguaje común para la proclamación, predicación y estudio de las Sagradas Escrituras, para la catequesis y la teología y para la liturgia y éste esta ligado a una versión de la Biblia llamada a adquirir un carácter, no sólo “oficial”, sino “quasisagrado” (el término sagrado aquí entre muchas comillas), como ocurrió con la Septuaginta (en relación con el AT) y como sucedió con la Vulgata de san Jerónimo. Y esto sin perder el contacto claro con la tradición precedente (hermeneútica de continuidad) y, al mismo tiempo, ofreciendo un texto sabroso para los hablantes de las diversas  lenguas en el momento actual.  De aquí el interés de la Santa Sede[8] y la urgencia desde nuestra Congregación, porque todas las Conferencias de Obispos vayan realizando versiones oficiales de la Escritura entera en sus diversas lenguas. Este es el gran trabajo al que responde esta nueva versión bíblica oficial de la Conferencia Episcopal Española.

 

                        Evidentemente podrán ofrecerse otras versiones castellanas de la Biblia, que si tienen el preceptivo “nihil obstat” de la Conferencia Episcopal Española, serán traducciones aceptadas como no opuestas a la lectura eclesial de la Biblia, pero con la autoridad que dé la pericia de sus autores. Esta versión de la Biblia, no tiene sólo el abal del conocimiento de los autores que la han preparado y revisado, sino el de haber sido asumida como propia por la Conferencia Episcopal Española y haber obtenido el reconocimiento de la Santa Sede (como los documentos doctrinales y libros litúrgicos). Este dato es de una gran importancia.

 

                        Como ya se ha indicado esta versión bíblica en español es perfeccionable, como toda obra humana, pero hemos de afirmar que ya desde su aprobación y “recognitio” merece una aceptación y respeto especiales por ser la Biblia de la Iglesia que peregrina en España y habla en castellano. ¡Ojala pudiese llegar a ser el texto compartido también, en substancia, con todas las Iglesias hermanas de América, El Caribe y África, que también hablan en castellano!

 

                        Esta versión Bíblica vale porque transmite la Palabra de Dios, como toda traducción reconocida eclesialmente, pero además vale porque lo hace del modo que la Iglesia asume como suyo; esta Biblia, además de un peculiar respeto merece también un peculiar afecto, como el Misal y los demás Libros Litúrgicos, como los grandes documentos eclesiales, como el Catecismo, o en su campo el Código de Derecho Canónico, pues todos ellos son instrumentos privilegiados de comunión y de eclesialización, y por ello merecen nuestro respeto y afecto sincero.

 

                        Pasaré ahora a desarrollar mi exposición en dos apartados, en el primero trataré de mostrar la importancia de tener una versión oficial de la Biblia de cara particularmente a la Liturgia y en el segundo y central de mi exposición cuáles son los criterios de la Santa Sede para dar su “recognitio” a una versión bíblica a partir de la instrucción Liturgiam Authenticam.

 

 

2.¿PORQUÉ UNA VERSIÓN OFICIAL DE LA BIBLIA? Argumentando desde la Liturgia.

 

                       

                        En la introducción a la segunda edición típica del Ordo Lectionum Missae de 21 de enero de 1981[9], documento precioso para comprender le estrecha relación entre Palabra de Dios y Liturgia, (que ya destacó el concilio Vaticano II[10]) , viéndose aquí aplicada concretamente a la liturgia de la Santa Misa la esneñanza conciliar, podemos espigar algunas enseñanzas oportunas ahora para nosotros:

 

4.         En la celebración litúrgica, la palabra de Dios no se pronuncia de una sola manera, ni repercute siempre con la misma eficacia en los corazones de los que la escuchan, pero siempre Cristo está presente en su palabra y realizando el misterio de salvación, santifica a los hombres y tributa al Padre el culto perfecto.

            Más aun, la economía de la salvación, que la palabra de Dios no cesa de recordar y de prolongar, alcanza su más pleno significado en la acción litúrgica, de modo que la celebración litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposición de esta palabra de Dios.

            Así, la palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente en su eficacia para con los hombres.

 

                        Este número nos muestra lo que la Liturgia aporta a la Palabra de Dios, o cómo la Palabra manifiesta, integrada en la acción litúrgica, su peremne actualidad y su eficacia, su carácter sacramental y memorial. Prosigue el documento en su n. 5  mostrando cómo en la proclamación litúrgica la Palabra descubre a los fieles su unidad íntima al aparecer ligada toda ella a Cristo, cuyo Misterio celebra la Liturgia. Para terminar afirmando hasta qué punto la vivencia y participación litúrgicas hacen avanzar a los fieles en el verdadero conocimiento y amor por las Sagradas Escrituras.

 

                        El n.6 mostrará lo que la Palabra aporta a la celebración litúrgica y a la plena participación de los fieles en la misma:

 

...         Las actitudes corporales, los gestos y palabras con que se expresa la acción litúrgica y se manifiesta la participación de los fieles reciben su significado no sólo de la experiencia humana, de donde son tomados, sino de la palabra de Dios y de la economía de la salvación, a la que hacen referencia, por lo cual tanto más participan los fieles en la acción litúrgica cuanto más se esfuerzan, al escuchar la palabra de Dios en ella proclamada, por adherirse íntimamente a la Palabra de Dios en persona, Cristo encarnado, de modo que aquello que celebran en la liturgia procuren reflejarlo en su vida y costumbres, y, a la inversa, miren de reflejar en la liturgia los actos de la vida.

 

                        Todo esto será ámpliamente desarrrollado a lo largo del mismo documento, pero a otros corresponde exponer tales contenidos en toda su riqueza. Yo aquí me limitaré a recordar cómo esta simbiosis liturgia-biblia reclama un texto bíblico estable y plenamente eclesial, como los gestos y palabras que integran la acción litúrgica.

                        En este sentido resulta elocuente mirar al origen de la eucología cristiana, en particular nos fijaremos en la romana, aunque, en esto, es semejante el proceder de las diversas tradiciones litúrgicas cristianas, ya de Oriente, ya de Occidente.

 

                        Para esta presentación haré uso del expléndido trabajo titulado, Fontes Liturgici (fuentes de la liturgia), preparado por Cuthbert Johnson osb y Anthony Ward sm, y publicado en la revista  Notitiae de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos[11] . En él para cada fórmula eucológica del Misal Romano de 1975 se ofrecen: a) los precedentes litúrgicos, es decir la eucología presente en Misales y Sacramentarios anteriores de dónde se inspira o se toma la fórmula estudiada; b) el contexto bíblico, indicando los textos de la Escritura que inspiran el contenido e incluso prestan sus palabras para la fórmula eucológica; c) el marco patrístico, es decir, textos patrísticos, sean homiléticos, exegéticos o doctrinales, que inspiran o incluso prestan sus expresiones a las fórmulas eucológicas; d) la traducción aprobada de la fórmula latina en diversas lenguas modernas. No podemós aquí sino ofrecer un ejemplo, pero recorriendo el trabajo de  Johnson y Ward en toda su amplitud se observan estas constantes referencias.

 

                        Tomamos pues en concreto la colecta de la Misa del día para la solemnidad de Navidad[12], dice así:

 

Deus, qui humanae substantiae dignitatem

et mirabiliter condidisti, et mirabilius reformasti,

da, quaesumus, nobis eius divinitatis esse consortes,

qui humanitatis nostrae fieri dignatus est particeps.

Qui tecum vivit.

 

Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza, y de un modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana.

 

                        Esta magnífica oración, (que no sólo es colecta de dicha fiesta de Navidad, sino que, parcialmente, fue tomada para acompañar en cada celebración eucarística el gesto de mezclar en el cáliz, lleno de vino, una gotita de agua antes de presentarlo sobre el Altar y también como una de las oraciones que sigue a las lecturas de la solemne Vigilia Pascual), aparece ya entre las oraciones para celebrar la Navidad del Sacramentario Gregoriano conocido como Hadrianeo (del papa Adriano), en el antiquísimo Sacramentario Veronense (al que se llamó también Leoniano, por san León magno y en el que comunmente se pone el primer origen de esta plegaria) y en el Sacramentario Gelasiano Antiguo o “Reginense”[13].

 

                        Varios textos bíblicos parecen resonar en dicha fórmula: Génesis 1,27, que presenta la creación del ser humano, hombre y mujer, a imagen y semejanza de Dios (lo que llevó al traductor español a añadir hasta explícitamente los términos “imagen y semejanza”, que no aparecían en la oración tradicional; las referencias a 2ª Corintios 5,17 y a Efesios 1,10, que aparecen explicando la alusión de la plegaria a la obra aun más admirable de la redención o restauración de la humanidad en su dignidad, “mirabilius reformasti”. Pero hay dos textos bíblicos que hemos de destacar, se trata del de 2ªPedro 1, 3-4 y el de Hebreos 2, 6-7. En estos casos no son sólo las ideas las que pasan de la Escritura Santa a la Oración eclesial, sino los mismos vocablos: de 2ª Pedro se toma la expresión divinae consortes presentada en la oración como eius divinitatis esse consortes. El autor no se atreve a decir y pedir cosas tales con sus pobres palabras, las dice a Dios con los hermanos tomándolas de las mismas palabras dichas por Dios. En el caso de la Carta a los Hebreos se toma el concepto y palabra  participes , que en este contexto sirve para definir el camino de los cristianos, tanto como el emprendido por el Verbo en su encarnación, sentido en que es tomado por nuestra plegaria.

 

                        Por lo que se refiere a las fuentes patrísticas esta oración es un tanto especial, por todas partes resuena san León Magno y sus famosos sermones sobre la Navidad: Sermo 24,1 (PL 54,204);24, 2 (PL 54, 204C); 24, 3 (PL 54, 205); Sermo 25,1 (PL 54, 208C); 25, 2-3 (PL 54, 209C). De estos dos sermones surge cuanto afirma y pide esta colecta, pero del sermón número 24 se toman estos términos y expresiones concretas: “conditor”, “formae”, “ hominem”, “humana”, “substantiae”, “humani”; y del 25: “dignatus est... nostrae particeps fieri”, “substantiam humanam”, “nostram naturam quam condidit reformaret”, “homo”, “substantia”. San León presenta en sus sermones el Misterio, explica y relaciona las Escrituras, busca desentrañar la gracia de dicho acontecimiento salvífico, sin separarse del vocabulario de la Biblia, pero ofreciendo un vocabulario, en ocasiones nuevo, que busca precisar la interpretación de los datos bíblicos en su contexto de Tradición eclesial, desmontando las trampas de los heterodoxos. Y la síntesis de este trabajo exegético, teológico y pastoral lo ofrece al componer nuestra plegaria.

 

                        Espero que este breve ejemplo nos ayude a descubrir la riqueza germinal que se esconde normalmente en las breves y lapidarias oraciones de la eucología del Misal Romano. La Iglesia escucha y saborea la Palabra de Dios. Sus pastores exponen esta Palabra y buscan interpretarla en fidelidad a la Tradición eclesial de modo que su lectura, en los diversos  contextos históricos, ayude a extraer de ella cada día nuevas luces, pero nunca lleve a distorsionar las verdades que con ella Dios nos transmite. Y finalmente la Iglesia condensa en breves fórmulas todo este trabajo buscando que en ellas resuene la Palabra de Dios y la enseñanza firme de la Iglesia. Y para ello se crean unas formas propias de composición eucológica que han bebido de la exégesis tipológica y de las técnicas de centonización. La tipología desde una visión unitaria y cristocéntrica de la Revelación ayuda a tomar del Antiguo y del Nuevo testamento personas, instituciones y sucesos que proyectan sobre el momento presente los acontecimientos pasados y futuros a la par que ayudan a compreder en su sentido pleno los datos de los dos Testamentos. Pero este artesanal y preciosista modo de componer la eucología era el mismo que en dimensiones más amplias se empleaba an los tratados teológicos o en los sermones y enseñanzas dirigidos directamente a nutrir la recta fe y vida del pueblo cristiano. En la base y como elemento clave de este imponente monumento de cultura cristiana estaba una versión común de la Biblia[14].

 

                        Este testimonio de la historia al que estamos aludiendo muestra hasta qué punto era muy difícil traducir correctamente a las lenguas vernáculas la eucología latina sin tener presente, en cada fórmula todo su trasfondo bíblico y patrístico. Hoy los instrumentos con que contamos permiten poder afrontar con mayor rigor tan compleja tarea. Pero de este testimonio histórico, que nos confirma los lazos entre oración, enseñanza eclesial y Biblia, sacamos también un poderoso argumento a favor de contar con una versión bíblica oficial que nos permita recuperar lo más posible, en nuestro contexto cultural, esta armonía entre Palabra de Dios, lenguaje de la predicación, la catequesis y la teología y plegaria litúrgica de la Comunidad Eclesial.

 

                        A una conclusión semejante llegamos si ahora vamos recorriendo, desde los Ritos Iniciales hasta la Despedida o envío final, todo el resto de la celebración de la Misa, evidenciando cuántas palabras y expresiones claves están tomadas directamente del texto bíblico: las Antífonas de entrada o Introito (pese a las licencias de “adaptación” del texto bíblico para el canto); los saludos rituales del sacerdote, tomados de las cartas de san Pablo en su mayoría y los más antiguos, como el de uso episcopal, de los saludos evangélicos del Resucitado; los Kyries, reproduciendo lo títulos del Resucitado del discurso de san Pedro el día de Pentecostés, de Hechos; tántas expresiones del Gloria, en particular sus palabras iniciales tomadas del canto de los ángeles ante los pastores en Navidad tomado de san Lucas (2, 14); - dejamos lecturas, credo, oración de los fieles y presentación de dones (aunque en esta resuenan bendiciones del AT)- tras el prefacio variable el Sanctus vuelve a ser un entrelazado de citas bíblicas; las Plegarias Eucarísticas están llenas también, no sólo al presentar el relato de la institución, de referencias bíblicas, si tomamos el Canon Romano las referencias tipológicas a Abel, Abraham, Melquisedec, a “tu Angel”, son muy importantes; qué decir del Padrenuestro o de las referencias en la oración de la Paz a las palabras mismas de Cristo transmitidas por los Evangelios; tras la fracción del pan, gesto bíblico fuerte, las palabras del canto del Agnus Dei y especialmente la figura “tipo” del Cordero, que vuelve a aparecer en las palabras sacerdotales que siguen y la respuesta de la Asamblea con el no soy digno de que entres en mi casa, hacen presentes escenas y palabras todas ellas evangélicas; las Antífonas de Comunión, todas ellas inpiradas o tomadas de la Biblia, pero singularmente las de los Domingos y solemnidades, sacadas del Evangelio del día, muestran este nexo entre la Palabra proclamada y orada, entre la Palabra y la acción sacramental (no es casualidad que en la Misa solemne el Evangelio se toma del mismo lugar del Altar, para proclamarlo, de donde se tomará la Sagrada Eucaristía, para darla en comunión).

 

                        Hemos querido centrarnos en la Liturgia Romana por su grado de implantación, pero en España y siendo yo diocesano de Toledo y Canónigo-Mozárabe de la catedral primada, ¡cómo no decir una palabra del Rito Hispano-Mozárabe! Es cierto que este sigue celebrándose cotidianamente en su texto típico latino en la Capilla Mozárabe de la Catedral de Toledo, pero también es cierto que ocasionalmente, dentro y fuera de la Archidiócesis de Toledo el Venerable Rito viene celebrado en lengua vernácula. Es evidente que la conjunción entre, en este caso la Vulgata y algunas Vetus Hispanas, la enseñanza de los Padres Hispanos y de los autores que les inspiran ( destacando  Jerónimo, Ambrosio, Leon Magno, Agustín y Gregorio Magno) y la abundantísima eucología hispana es notable. Y esto se descubre con evidencia dado el carácter original de las  oraciones variables que integran la Misa Hispana (singularmente las siete de las que habla san Isidoro en su De Ecclesiasticis Officiis), no concisas y concentradas, como la eucología romana, sino discursivas y poéticas, con un profundo deseo de exponer y gravar la fe en el corazón de los fieles. De hecho, para muchos Padres hispanos, la tarea doctrinal se centró más en componer textos litúrgicos, que en escribir tratados o comentarios exegéticos. Pero en dicha eucología están las enseñanzas y está el saboreo orante y también exegético de las Escrituras, para una aproximación a este apasionante tema tendríamos que pasar revista a las numerosas tesis doctorales realizadas desde los años “70” sobre la Liturgia Hispano-Mozárabe, pero hay una obra divúlgativa que puede ayudar a hacerse una idea bastante completa del tema, se trata del trabajo de un apasionado de la Venerable Liturgia, en su día Capellán y Párroco Mozárabe en Toledo, hoy Dignidad de Maestrescuela de la Catedral toledana, el Prof. Jaime Colomina Torner , y su libro se titula “La fe de nuestros padres”[15].

 

                        No cabe duda que de cara a futuras celebraciones en castellano de la Misa en Rito Hispano-Mozárabe, con la necesidad de una adecuada versión a dicha lengua de los textos litúrgicos, una Biblia oficial para España juega un papel clave y será un instrumento inapreciable de ayuda para quienes preparen tales textos y celebraciones. Además el contar con un texto castellano oficial de la Biblia ayudará del mismo modo a expresar la profunda comunión de fe entre las dos tradiciones litúrgicas propias de España, la Hispana y la Romana. 

 

                        Es evidente la importancia de poseer pues una versión Bíblica oficial que garantice este encuentro entre el vocabulario de la Liturgia y el de la Palabra de Dios que se lee en la iglesia se enseña y se medita. Como es necesario que los traductores, tanto de la Liturgia como de la Escritura tengan todo esto presente en su trabajo. Esta será la base para que la tarea se complete con el esfuerzo de todos por emplear estas mismas expresiones de la Biblia y de la Liturgia en la enseñanza, la predicación y la catequesis. A ninguno se nos escapa hasta qué punto la reciente exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini de Banedicto XVI (30 septiembre 2010) nos urge a todo esto y lo fundamenta teológica y pastoralmente[16]

 

                        Veamos ahora cuáles son los criterios de la Santa Sede, expresados en la instrucción Liturgiam Authenticam, para dar su “recognitio” a una versión bíblica en orden a favorecer todo esto que terminamos de presentar.

 

 

 

3. CRITERIOS PARA LA RECOGNITIO DE UNA TRADUCCIÓN DE LA BIBLIA EN LA INSTRUCCIÓN “LITURGIAM AUTHENTICAM”.

 

 

                        La Instructio Quinta “ad exsecutionem constitutionis concilii Vaticani Secundi de Sacra Liturgia recte ordinandam”(ad Const. art. 36), De usu linguarum popularium in libris liturgiae romanae edendis conocida como “Liturgiam autheticam” (=LA) vio la luz el 28 de marzo del 2001. La traducción de las perícopas bíblicas para las celebraciones litúrgicas, así como la de la eucología, tenía ya en tal fecha un camino andado desde la finalización del concilio Vaticano II y la gradual apertura que se da, a partir de la constitución Sacrosanctum Concilium, para el uso de las diversas lenguas en la Liturgia Romana. No se entienden los criterios de LA si no se conocen los pasos precedentes y la experiencia que con ellos la Iglesia fue acumulando.

 

                        Es evidente que antes de la traducción del Misal de Pablo VI a las lenguas vernáculas existían en las más difundidas lenguas traducciones de la Biblia, pero también es cierto que ninguna de ellas contaba con un especial rango de “oficialidad”, las traducciones de la eucología y de la Escritura tuvieron que hacerse simultáneamente, y no siempre a una, o con voluntad de encuentro recíproco.

 

                        Dos preocupaciones emergen en los documentos de la Santa Sede sobre el tema, en los primeros años sesenta, la primera a) que las versiones bíblicas fueran concordes con el desarrollo científico de los estudios bíblicos en aquel momento ( lo que lleva a la instrucción Inter OEcumenici, de 1964, n.40, a señalar que, si bien las traducciones para los leccionarios se habían de hacer a partir de las versiones latinas de las perícopas bíblicas, también se podía tomar como punto de partida el “texto original” u“otra versión más clara”)[17]; la segunda fue b) el que se respetase al traducir el “genio de cada lengua (cadencia oratoria, armonía del discurso, etc.)”, esto fue lo que más se destacó, al menos en la “recepción eclesial” del mismo, en otro documento pionero en este campo, la instrucción del Consilium Sobre la traducción de los textos litúrgicos para la celebración con el pueblo de 25 de enero de 1969, conocida por sus primeras palabras, Comme le prévois,  que muestran la singularidad de este documento de la santa Sede, estaba escrito  y fue publicado en francés, no en latín[18]. Un poco aunando los dos criterios se expresaba el número 32 de esta Instrucción cuando decía:

“          En algunos casos, no se han de excluir por esto -versiones adecuadas y bien hechas en las diversas lenguas, señaladamente a partir de los textos primigenios de los libros sagrados. Estas versiones si, dada la oportunidad y con aprobación de la Iglesia, se llevaren a cabo en esfuerzo mancomunado con los hermanos separados, podrán ser usadas por todos los cristianos. Conviene, pues, que las traducciones litúrgicas sean lo más próximas en lo posible a las mejores versiones bíblicas de la misma lengua”.

 

                        Es evidente que en aquel momento la versión litúrgica latina seguía, salvo en el salterio, el texto de la Vulgata. Un texto mirado entonces, por los expertos en Sagrada Escritura, con menos aprecio que hoy en día. El gran proyecto de la Neovulgata aun no se había visto culminar. Nacen así, en casi todas las lenguas más practicadas y estudiadas versiones bíblicas para la liturgia, primero de las lecturas del Misal del Beato Juan XXIII (1962), luego del leccionario, ya posconciliar, propio del nuevo Misal de Pablo VI (1970), que ponen el acento en los criterios que antes hemos enunciado, pero, sin quitarles el mérito que realmente tuvieron, (y aquí los españoles fuimos tal vez de los más afortunados), dejaban un tanto en “segundo plano” otras consideraciones, que ya los mismos documento oficiales citados señalaban y que luego la experiencia ha evidenciado la necesidad de revalorizar adecuadamente.

 

                        Me refiero a la preocupación por lo que podríamos llamar el vocabulario de la fe, acrisolado en el corazón de la Iglesia, que ora y enseña gustando armoniosamente la Palabra de Dios y la Tradición. Me refiero a un espíritu o una hermenéutica no rupturista, no tan amante de lo nuevo, por nuevo, sino de continuidad, y en este caso, no tanto por temor al cambio como por aprecio al “patrimonio de las expresiones de la fe”, que alcanzan, también en este terreno, lo que podríamos llamar un valor clásico, o el rango de “patrimonio histórico de la expresión de la fe”. Parejo a esto corre el aprecio por los “signos de comunión”, aun en lo referente a una cierta “resonancia” del original latino o de algunas versiones ya utilizadas ampliamente en la Liturgia, en la piedad  popular, o en la catequesis(con expresiones memorizadas por las Comunidades cristianas, particularmente mediante el canto). Otras veces se trata de algo aun más concreto, lo que podemos llamar las “fórmulas de enlace telógico”, es decir, términos y expresiones bíblicas sobre las que se asientan, desde hace siglos, explicaciones telógicas o incluso verdades de fe definidas. Ciertas traducciones en sí válidas, si no tienen estos elementos de la historia de la teología y del desarrollo dogmático presentes, pueden hacer desaparecer en las versiones tales “fórmulas de enlace”, con repercusiones más tarde o temprano en la predicación, la catequesis y la formación en la fe.

 

                        Ya lo recogía la citada instrucción Comme le prévois, en su número 6, “Las traducciones tienen como fin, en la liturgia, anunciar a los fieles el Evangelio de salvación y expresar la oración de la iglesia al Señor...” . Parece algo evidente, pero encierra la clave de una traducción que busca ayudar a una verdadera participación, suscitar la fe, esperanza y caridad, ayudar a una constante conversión.

 

                        Y esto, además de un compromiso por “asumir la expresión de los interlocutores” (que ha sido el aspecto que más ha calado en la mayoría de las reflexiones y posicionamientos sucesivos sobre el tema), pide asegurar la “traditio” del Don de un modo también humano (es decir, hecho cultura del que lo anuncia y comparte, en un entramado de seculares gestos y palabras).

 

                         De hecho, nuevamente la instrucción de enero de 1969, en su número 15, afirmaba: “el empleo de una lengua común no evita la necesidad de una iniciación o catequesis sobre el sentido propiamente bíblico de algunas palabras y frases...”; y proseguía el número 18 diciendo: “Sucede muchas veces que en la lengua vulgar no se encuentra el término cuya significación corresponda enteramente al sentido bíblico y litúrgico de la palabra que se quiere traducir...” Pero la solución se planteaba así en ese mismo número:“Es necesario entonces buscar una palabra que sea suceptible de adquirir progresivamente, mediante el uso repetido en diversos contextos, en la catequesis y en la oración, el sentido cristiano que se pretende...” y seguía, en el mismo sentido, diciendo en su número 19, “En la mayoría de las lenguas modernas que están llegando a ser hoy día medio de comunicación litúrgica será necesario formar progresivamente un lenguaje bíblico y litúrgico adaptado...”. Por lo tanto, se insistía en comunicar el “lenguaje de la Fe” y, para ello, en la necesidad de catequizar y explicar y en la de generar nuevas acepciones en el vocabulario de las lenguas populares, pero se daba una cierta alergia a introducir, lo que se denominaban, palabras “raras y técnicas”; es decir, las muchas veces provenientes de la primera evangelización en griego, o las generadas en el debate teológico de la época patrística y de concilios como Nicea, Éfeso, Calcedonia, ... o a lo largo del fecundo periodo escolástico, y luego consagradas por el tridentino.

 

                        Pero, ¿podían realmente asumir los contenidos y precisiones, que están detrás de esos vocablos de la “jerga de la fe”, otras palabras preexistentes de las lenguas vernáculas, nacidas fuera de tal contexto de fe? ¿Porqué  esa reticencia a palabras “raras y técnicas”, si se ha reconocido la necesidad de iniciar y catequizar aun con textos traducidos de la Biblia y la Oración cristiana? ¿No hemos asimilado, precisamente en estos mismos años, multitud de palabras nuevas, “raras y técnicas”, del mundo de las relaciones internacionales, la música contemporánea y, sobretodo, del desarrollo tecnológico? ¿Detrás del cambio de palabras, no puede darse de hecho, más en años de complejo debate teológico, el riesgo de lo que, en el campo de la cultura y la sociedad, el profesor López-Quintás llamó “manipulación a través del lenguaje?

 

                        Una de las primeras reacciones a los problemas aquí evidenciados viene precisamente en un documento que, por su naturaleza trataba del máximo grado de adaptabilidad en una traducción de textos bíblicos, me refiero al Directorio para las misas con niños[19]. En este documento,  de noviembre de1973, quiero comentar algunos números:

 

* En el número 43 se dice, “Si todas las lecturas señaladas para un día se ve que no van a ser captadas por los niños, está permitido elegir las lecturas o lectura bien del Leccionario del Misal Romano o directamente de la Biblia, teniendo en cuenta, sin embargo, los tiempos litúrgicos. Se aconseja que cada una de las Conferencias Episcopales procure confeccionar un Leccionario para misas con niños...”; parte la disposición, que sigue a lo ya señalado en números anteriores sobre elección entre las lecturas de cada día de las más adaptadas a los niños, (dos o una, en este caso el evangelio), y se plantea el problema de qué hacer si ninguna lectura de tal día es inteligible para los niños (mentalidad del momento); la respuesta es, 1º buscar en el Leccionario lecturas propuestas para otro día del mismo tiempo litúrgico, o, 2º tomarlas de una Biblia (se entiende, como señala después en el n. 45, no de cualquier versión bíblica, sino  “de las versiones que, admitidas por la autoridad competente, posiblemente existan ya para la catequesis de los niños”; no ostante, la conclusión última es que “Se aconseja que cada una de las Conferencias Episcopales procure confeccionar un Leccionario para misas con niños”, es decir un texto oficial también en este caso y sobre éste se indica más adelante,

 

* en el final del mismo número 43: “Si por falta de captación de los niños pareciera necesario omitir este o aquel versículo de la lectura bíblica, debe hacerse con cuidado y de tal manera que no -queden mutilados el sentido del texto o su espíritu y el, diríamos, estilo propio de la Escritura-“; o lo que indica el comienzo del número 45: “Puesto que en el mismo texto bíblico Dios habla a su pueblo... y el mismo Cristo, por su palabra, se hace presente en medio de los fieles, han de evitarse la paráfrasis del texto de la sagrada Escritura...”; estos criterios en un texto que regula una adaptación de lennguaje amplísima, muestran la convicción adquirida de la necesidad de velar por una versión bíblica que conserve su “estilo propio”, que conserva la expresión misma con que Dios ha hablado a su Pueblo y tal y como la Iglesia la ha venido trasmitiendo a través de las generaciones.

  

                        Precisamente, también en el marco de superación de estos interrogantes que arriba citábamos, el papa Juan Pablo II decía en su constitución apostólica Scripturarum Thesaurus (25 abril 1979), publicando y promulgando la edición “típica” de los Libros Sagrados o “nueva Vulgata”[20], que esta versión bíblica latina nacía “para dotar a la Iglesia de la edición latina que exigieran los estudios públicos en marcha ascendente y que prestase un servicio extraordinario a las cuestiones litúrgicas...” a tal fin, proseguía el Papa, “se ha utilizado la latinidad bíblica cristiana, a fin de que se compagine la razonable estimación de la tradición con los justos postulados del arte crítico, vigentes en estos tiempos” (como ya había pedido, en su momento, el papa Pablo VI, Alocución 23 diciembre 1966)[21].

 

                        A su vez, en enero de 1981, se publica la 2ª edición típica del Ordo Lectionum Missae, ya citada más arriba (vid. mi nota nº 9), con su Introducción del Leccionario de la Misa, que además de los preciosos datos telógicos y pastorales sobre la relación entre la Palabra de Dios y la Liturgia, a los que aludimos en su momento, recoge toda una serie de normas sobre el modo de presentar los textos bíblicos en los Leccionarios, de cara a su uso litúrgico (Cap. VI, Adaptaciones, traducciones a la lengua vernácula y confección de la ordenación de las lecturas). Algunas de estas normas no aportan mucho a nuestro estudio, pero otras nos pueden ayudar a apreciar la evolución de la sensibilidad del Magisterio sobre las traducciones bíblicas desde el postconcilio inmediato a nuestros días. Así, por ejemplo:

 

* el número 111 dice, “ En la asamblea litúrgica, la palabra de Dios debe proclamarse siempre o con los textos latinos preparados por la Santa Sede o con las traducciones en lengua vernácula aprobadas para el uso litúrgico por las Conferencias Episcopales, según las normas vigentes”; pese a que puedan existir, como se decía en Comme le prévois, “las mejores versiones bíblicas de la misma lengua” (que allí se ponían como modelo para las traducciones que se preparasen para uso litúrgico), aquí se pide usar siempre, en las celebraciones, el texto aprobado, se entiende que éste ha tenido en cuenta aspectos que lo convierten en el adecuado para insertarse en el marco de la celebración.

 

* el 117 recuerda, “En las traducciones a las lenguas vernáculas, no debe omitirse el título que precede al texto. A este título puede añadirse, si se juzga oportuno, una monición que explique el sentido general del fragmento, con alguna señal adecuada o con caracteres tipográficos distintos, para que se vea claramente que se trata de un texto discrecional”; este mandato de conservar en los Leccionarios litúrgicos los “títulos de las lecturas” habla del sentido litúrgico-eclesial que a tal perícopa se da en tal contexto litúrgico (tiempo, fiesta...), por eso se alude a que puede generar incluso una pequeña monición introductoria; estos títulos, o frases del texto bíblico destacadas, ponen en relación la perícopa con el misterio celebrado y con el contexto de la fe eclesial, su presencia necesaria se convierte en una pista también para el traductor o el homileta. En el 123 vuelve a tratarse de estos “títulos” en el sentido en que nos hemos expresado, “Cada texto lleva un titulo cuidadosamente estudiado (formado casi siempre con palabras del mismo texto) en el que se indica el tema principal de la lectura y, cuando es necesario, la relación entre las lecturas de la misa”.

 

                        Todos estos documentos y la revisión sucesiva de versiones de los Leccionarios y los Libros litúrgicos fueron madurando la idea de ofrecer a la Iglesia un documento maduro, que recogiendo lo mejor de la experiencia de 40 años de traducciones ofreciese también para la Sagrada Escritura una serie de criterios en orden a fijar las mismas traducciones, mejorar las ya existentes y dar a todas ellas un claro carácter de textos oficiales de la Iglesia en los diversos lugares. Nace así la instrucción Liturgiam authenticam del 28 de marzo del 2001, como ya hemos indicado[22]. Este texto viene a reemplazar a la instrucción Comme le prévois en cuanto “guía general para los criterios de traducción litúrgica, sea de la eucología como de los Leccionarios”, fue el santo Padre Benedicto XVI quien en un “apunto” personal indicó con fecha del 19 de febrero de 2007 que no sólo se sometiese a “recognitio” de la Santa Sede el texto bíblico de los Leccionarios, sino el entero cuerpo de la Biblia, con la clara intención de que cada lengua posea un texto bíblico oficial. Nosotros aquí nos centraremos en los criterios más directamente referidos a las versiones de la Sagrada Escritura.

 

1. Edición íntegra de la traducción de la Sagrada Escritura.

 

                        Lo que hemos visto concretó el santo Padre en el 2007, lo pedía ya de algún modo LA en el 2001 al decir en su número 36, al final, “Se anima vivamente a las Conferencias de Obispos que provean a la realización y edición íntegra de la traducción de la Sagrada Escritura, destinada al estudio y lectura privada de los fieles, que sea conforme en todo con el texto empleado en la sagrada Liturgia”.

 

                        Tal versión íntegra de la Biblia tendrá que atender particularmente al uso y contexto litúrgico.

 

2.Considerando atentamente las necesidades del uso litúrgico.

 

                        Así lo expresa el número 34: “Es necesario preparar una traducción de las Sagradas Escrituras que sea conforme a los principios de la sana exégesis y de la alta calidad literaria, en la cual se deben también considerar atentamente las necesidades del uso litúrgico, por lo que se refiere al estilo, selección de palabras y elección entre distintas interpretaciones”. Esto hace referencia a la relación vocabulario bíblico y litúrgico, a lo que llamé más arriba “términos de enlace teológico”. Y evidentemente esto para nada implica rebajar el nivel científico o la calidad literaria, como ha indicado este mismo número.

 

3. Conforme a los principios de la sana exégesis y de alta calidad literaria.

 

                        Vid. supra, n 34.

 

                        Precisamente el criterio litúrgico conlleva la necesidad de ser muy respetuosos con las versiones bíblico litúrgicas ya existentes y en uso porque se requiere que los files puedan retener en la memoria al menos los textos más significativos de la Sagrada Escritura. Así pues las nuevas versiones bíblicas han de gozar de una cierta:

 

4. Uniformidad y estabilidad.

 

                        Lo expone el número 36: “Para que los fieles puedan retener en su memoria... y puedan influir en su oración personal, es muy importante que la traducción de la Biblia, destinada al uso litúrgico, goce de una cierta uniformidad y estabilidad; de modo que en cada territorio haya sólo una traducción litúrgica aprobada, que se emplee en las diversas partes de los libros litúrgicos. Una estabilidad de este tipo se ha de desear especialmente en aquellas partes de uso más frecuente, como el Salterio, que es el libro fundamental de la plegaria, para el pueblo cristiano...

 

                        Además de dicha estabilidad es importante observar una serie de criterios que conjugan la ciencia exegética moderna y las exigencias de comunión con el “leguaje de la fe” en su conjunto, que han tratado de reflejarse en la versión “tipica” actual de la Biblia latina, la Neovulgata. Por eso la versión bíblica oficial ha de establecerse en:

 

5. Referencia a la Neovulgata.

 

                        Dice el número 37: “Si la traducción bíblica desde la que se ha compuesto el Leccionario contiene lecturas que difieren del texto litúrgico latino, es oportuno recordar que se debe hacer referencia a la Neovulgata para establecer el texto canónico de las Sagradas Escrituras, por lo tanto, en los textos deuterocanónicos y en otros lugares donde haya diversas tradiciones manuscritas, la traducción litúrgica es oportuno que se haga conforme a la tradición textual que ha seguido la Neovulgata. Si existe ya una traducción que ha elegido variantes distintas de las seguidas en la Neovulgata, en lo referente a la tradición textual subyacente, al orden de los versículos y otros aspectos similares, conviene que se remedie al preparar cualquier Leccionario, de manera que sea conforme al texto litúrgico latino aprobado. Al preparar las nuevas traducciones, será útil, aunque no es obligatorio, que la numeración de los versículos concuerde lo más posible con el texto de la Neovulgata.

 

                        E insiste también el 38: “Con frecuencia se concede el uso de la lectura de un versículo, con el apoyo de ediciones críticas y con la aprobación del consenso de los expertos. Sin embargo, esto no es lícito en el caso de los textos litúrgicos, donde se trata de elementos importantes, en el contexto litúrgico, o cuando, de cualquier  otro modo, se rechazan los principios contenidos en esta instrucción. Para aquellos lugares donde no hay consenso en la crítica textual, se debe atender especialmente a las opciones contenidas en el texto latino aprobado”.

 

                        Junto a estas precisiones científicas

Autor: diocesismalaga.es

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