NoticiaConferencia Episcopal Española Discurso inaugural del cardenal Juan José Omella en la 118ª reunión de la Asamblea Plenaria de la CEE Plenaria de la Conferencia Episcopal Publicado: 16/11/2021: 8711 Discurso del presidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Barcelona, cardenal Juan José Omella, en la sesión inaugural de la 118ª Asamblea Plenaria que se celebra en Madrid del 15 al 19 de noviembre de 2021. 1.- Saludo inicial Queridos cardenales, arzobispos, obispos, administradores diocesanos, querido Sr. Nuncio de Su Santidad en España, personal de la Casa de la Iglesia, periodistas, amigos y amigas que estáis escuchando o leyendo este mensaje. Queremos iniciar nuestras palabras dando un saludo especial al obispo de Tenerife, Mons. Bernardo Álvarez Afonso y con él a toda su diócesis y, de manera particular, a los habitantes de la isla de La Palma, especialmente a los más afectados por la erupción del volcán Cumbre Vieja. Queremos mostraros nuestra solidaridad, nuestra cercanía y nuestro afecto en estos momentos tan complicados que os toca vivir. Queremos acompañaros con nuestra oración y también con nuestra ayuda material concretada a través de Cáritas y de otras organizaciones de la Iglesia, así como de la propia Conferencia Episcopal Española (CEE). 2.- Sinodalidad Vivimos tiempos difíciles. Si la crisis del 2008 nos dejó muy afectados, con la reciente crisis sanitaria, económica y social provocada por la pandemia de la Covid, hemos quedado profundamente tocados y muchos hermanos nuestros han sucumbido en la miseria y la pobreza. Es cierto que algunos apenas van a sentir los efectos de esta crisis, o que incluso van a salir beneficiados económicamente, pero también es un hecho, que ya estamos comprobando, que son muchos, muchísimos, los hermanos y hermanas nuestros que están sufriendo o van a sufrir en sus carnes la dureza de esta crisis. Hace un par de semanas, el domingo 31 de octubre, celebramos el Día de las Personas sin Hogar, y ayer celebrábamos la Jornada Mundial de los Pobres. Como bien sabemos, la vivienda cubre la necesidad básica de alojamientos, seguridad y protección; también proporciona un soporte clave para crear un proyecto de vida personal, familiar, social, relacional y de convivencia. Según datos de Caritas y de otras entidades de la Iglesia, en España viven entre nosotros 40.000 personas sin hogar. Y no solo eso, sino que, además, actualmente son ya 11 millones las personas que se encuentran en situación de exclusión social [1] de los cuales dos millones y medio de personas que están en situación de extrema vulnerabilidad. A ello podemos sumar, por un lado, la situación de los jóvenes que están perdiendo su entusiasmo ante los elevados índices de desempleo juvenil, la inestabilidad provocada por la falta de un contrato fijo y unos sueldos muy bajos que les impiden el acceso a una vivienda, con unos precios desorbitados… Todo ello les imposibilita su emancipación, así como asumir con normalidad compromisos de largo alcance y mirar el futuro con esperanza. Por otro lado, tenemos el drama de la soledad que está afectando a muchos ancianos que viven solos en sus casas. Una soledad que también está aquejando a los adultos y a los jóvenes que, a pesar de estar hiperconectadospor las redes sociales, experimentan la soledad por la ausencia de encuentro real con las personas. Además, las redes sociales impulsan a los jóvenes a ponerse muchas máscaras que les impiden mostrarse, aceptarse y ser queridos tal como son. El pasado 16 de octubre de este año decía el papa Francisco: «Hoy en día tenemos que enfrentar juntos, siempre juntos, esta cuestión: ¿Cómo saldremos de esta crisis? ¿Mejores o peores? Queremos salir ciertamente mejores, pero para eso debemos romper las ataduras de lo fácil y la aceptación dócil de que no hay otra alternativa, de que “éste es el único sistema posible”, de que solo podemos refugiarnos en el ‘sálvese quien pueda” […] Elijamos el camino difícil, salgamos mejor» [2]. La gran familia que es la Iglesia, el Pueblo de Dios en camino, quiere colaborar [3] más activamente con las instituciones políticas y civiles para hacer posible este necesario cambio que haga posible salir «mejor» de la crisis que estamos padeciendo. Por poner un ejemplo, qué necesario es para el futuro de nuestra juventud que los Ministerios de Educación y Trabajo, que las patronales de los empresarios, que los sindicatos, que las asociaciones educativas privadas y que la Iglesia con su multitud de instituciones educativas, trabajemos unidos y cooperemos activamente para potenciar la formación profesional. En este ámbito de la formación profesional, la Iglesia puede ofrecer su gran experiencia demostrada durante decenios formando profesionalmente a millares de jóvenes. Apartemos ideologías y caminemos juntos para hacer frente al reto del paro juvenil. Aunque sabemos que el ambiente social y político de nuestro país está, por desgracia, muy fragmentado, estamos, por ello, motivados a dejar que el Espíritu Santo guíe el camino del Pueblo de Dios aquí y ahora, lo que redundará sin duda en una mayor cohesión social, para ser en el mundo «misterio de comunión y misión» que ilumine y acompañe a los hombres en esta gran travesía [4]. Las respuestas a los retos que nos plantea la sociedad en la que vivimos, debemos encontrarlas todos juntos, escuchándonos los unos a los otros a la luz del Espíritu Santo que es quien conduce a la Iglesia, Pueblo de Dios en camino. Dios es un Padre misericordioso que no abandona nunca a sus amados hijos. Por ello, ante un mundo estresado y que va perdiendo la esperanza, el papa Francisco está invitando a todo el Pueblo de Dios a redescubrir y a poner en marcha una de las dimensiones propias de la Iglesia, esto es, su carácter sinodal [5]. Todo un reto necesario y providencial para este momento de nuestra sociedad y de la Iglesia, pues la sinodalidad [6] tiene como base fundamental la corresponsabilidad y la participación de todos los bautizados en la edificación de la comunión y en la tarea evangelizadora. El Concilio Vaticano II [7] proclamó con carácter general que la misión de la Iglesia no es exclusiva de los pastores (ni siquiera colegialmente), sino que todos los bautizados (cada uno en su condición) están llamados a participar en ella [8]. La sinodalidad es, por tanto, más amplia que la colegialidad episcopal, a la que trasciende y que incluye a la vez. Así como el cuerpo no existe nunca sin la cabeza, tampoco la cabeza puede estar separada del cuerpo. Por eso los pastores, dice el Papa, han de ponerse «a la escucha [9] de la voz de Cristo que habla a través todo el Pueblo de Dios» [10]. Una corresponsabilidad que pasa por escucharnos [11] los unos a los otros y, juntamente, escuchar al Espíritu de Dios que habla a sus hijos. Para ello es esencial ponerse en clima de oración que ayuda a discernir y reconocer la voz de Dios en las palabras de los hermanos. Es cierto que el diálogo va a generar diferencias. No nos gusta encontrarnos y escuchar al que no piensa como nosotros. No nos tienen que dar miedo las diferencias. El diferente, el otro que no piensa como yo, me puede ayudar, me enriquece y, lo más importante, el Espíritu Santo me puede hablar a través de él. El Papa ha convocado a la Iglesia de Dios en Sínodo a cuestionarse sobre la sinodalidad. Este camino que iniciamos, cuyo título[12] es «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión», pretende implicar a todos los miembros de la Iglesia a aprender juntos a redescubrir cómo es el Espíritu Santo el que guía al Pueblo de Dios[13]. El Sínodo no es un parlamento –donde en muchas ocasiones solo se suceden monólogos-, no es tampoco un sondeo de opiniones. El Sínodo es un momento eclesial cuyo protagonista es el Espíritu Santo[14]. No es asamblearismo ni tampoco democracia, es sinodalidad. En un estilo sinodal se decide por discernimiento, sobre la base de un consenso que nace de la común obediencia al Espíritu. Los Parlamentos pueden aprender mucho de este camino sinodal. ¡Sí, miremos lo que nos une y caminemos juntos hacia ello! Apartemos los monólogos y las ideologías que nos enfrentan y nos impiden caminar hacia el bien común. El Sínodo es, pues, el tiempo del Espíritu Santo[15]. Es Él quien nos dirige. Es el Espíritu Santo quien nos llevará a la renovación profunda de la Iglesia y de nuestras vidas. Es como en Pentecostés. El Espíritu Santo llevó a los apóstoles a todos los rincones de la tierra, les hizo cambiar sus mentalidades, les hizo vivir con alegría y con gozo a pesar de las dificultades. Tenemos que estar preparados para las sorpresas. Sí, el Espíritu nos sorprenderá. Y lo que aún es más impresionante, el Espíritu necesita de nosotros[16]. Muchos dicen que hay que modernizar la Iglesia porque se está quedando atrás. En este contexto, la sinodalidad ayudará a la Iglesia a renovarse bajo la acción del Espíritu y gracias a la escucha de la Palabra[17]. Este Sínodo convocado por el papa Francisco va ayudar a superar la imagen que para algunos sigue prevaleciendo de «la Iglesia como sociedad de desiguales donde unos mandan y otros obedecen, unos enseñan y otros aprenden, unos celebran y los demás asisten»[18]. Tenemos una oportunidad única para tomarnos en serio que somos Pueblo de Dios que caminamos juntos hacia el Reino prometido. Tenemos una oportunidad única para no ser una masa de espectadores o consumidores de unos servicios religiosos, sino un pueblo de actores y trabajadores, cada uno según su condición, en la historia de la salvación. Por tanto, hacemos un llamamiento a todos, obispos, sacerdotes, religiosos, laicos… a todas las estructuras eclesiales de comunión, a los consejos pastorales, a los consejos presbiterales, a todas las organizaciones cristianas, movimientos, asociaciones, comunidades religiosas, a todas las parroquias, a los comprometidos con pastorales especializadas, en los hospitales, en las escuelas, en las cárceles, en los centros de acogida de inmigrantes… a los jóvenes, a los niños, a los adultos y a los ancianos… a los que se sienten marginados, a los que pertenecen a grupos ya configurados y a todos los que viven o quieren vivir su fe… Hacemos un llamamiento a todos a involucrarse en el proceso sinodal que hemos comenzado. Vale la pena intentarlo, echar las redes de nuevo… es el Señor el que hace el milagro. Mientras el tiempo del coronavirus ha sido el tiempo del miedo, de la soledad, del individualismo, de los templos vacíos –aunque con la explosión de las Iglesias domesticas en los hogares de millones de españoles-; el proceso y el camino sinodal que acabamos de iniciar en nuestras Iglesias locales es lo contrario: es una llamada al entusiasmo, al encuentro, a hacer familia, a avanzar juntos sin miedo porque somos el Pueblo de Dios que quiere caminar unido bajo la guía y la protección del Espíritu Santo[19]. «Una Iglesia sinodal es un signo profético sobre todo para una comunidad de naciones incapaz de proponer un proyecto compartido, a través del cual conseguir el bien de todos: practicar la sinodalidad es hoy para la Iglesia el modo más evidente de ser sacramento universal de salvación (LG 48), signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (LG 1)»[20]. El Pueblo de Dios mientras avanza hacia el encuentro definitivo con Dios anunciando la Buena Nueva del Evangelio, está llamado también a ser agente de comunión mundial. Todo este esfuerzo y trabajo eclesial del camino sinodal tendrá, sin duda, efectos positivos de renovación y comunión no solo para la Iglesia, sino también para todo nuestro país. Sí, los católicos, que estamos presentes en todos los ámbitos de la sociedad, en la medida que entremos en la dinámica sinodal que nos propone el Papa, ayudaremos a la cohesión, a la humanización y al bien común de España. 3.- Sinodalidad al servicio de la misión El proceso sinodal no concluye el 2023, el proceso no acaba nunca, porque la sinodalidad [21] pertenece a la esencia de la Iglesia. Igual que la comunión y la misión son esenciales a la Iglesia, la sinodalidad también lo es. Las tres son expresiones teológicas que designan el misterio de la Iglesia. Por el Bautismo todos estamos llamados a participar en la vida y misión de la Iglesia, dicha participación es un compromiso irrenunciable. La sinodalidad, pues, está al servicio de la comunión y de la misión evangelizadora. Es cierto que la fe va perdiendo presencia en la cultura ambiental de nuestro país. Lo cual también está provocado –tenemos que reconocerlo– por las inconsistencias internas de la Iglesia y de los cristianos, y, también hay que decirlo claro: de nosotros los propios pastores de la Iglesia y por ello pido perdón, pues con nuestra falta de testimonio e incoherencias, por nuestras divisiones y falta de pasión evangelizadora, en no pocas ocasiones contribuimos, no sin escándalo, a la desafección y a la falta de confianza en la jerarquía, en la propia Iglesia. A pesar de nuestras infidelidades, el Espíritu Santo continúa actuando en la historia y mostrando su potencia vivificante[22]. Con Él no tememos afrontar temas como la falta de fe y la corrupción dentro de la Iglesia que nos duelen muy de veras y pedimos perdón a Dios, a las víctimas y a la sociedad, a la par que trabajamos por su erradicación y prevención[23]. Por todo esto y, en consecuencia, en medio del contexto cultural y social que nos toca vivir, la Iglesia, a pesar de su pequeñez y miseria, se reconoce enviada por el Señor a anunciar la Buena Nueva a sus contemporáneos. Somos testigos de Jesucristo en la sociedad española del siglo XXI. El mensaje central que hemos de comunicar hoy es que Dios existe y que es bueno creer en Él. Anunciar que Dios nos ha manifestado su rostro en Jesucristo y que su presencia nos ayuda a mejorar la realidad[24]. Es con este objetivo que el pasado día 9 de septiembre presentábamos las Orientaciones pastorales[25] y líneas de acción para la Conferencia Episcopal Española (2021-2025) que lleva por título Fieles al envío misionero (en adelante, «Líneas de acción de la CEE»)[26]. En este Documento la CEE ofrece una aproximación al contexto actual y al marco eclesial, así como unas orientaciones pastorales y unas líneas de acción con el fin de impulsar la conversión pastoral, personal e institucional que nos pide el Papa y el desafío evangelizador nos reclama. La cuestión principal es siempre la misma, basada en el mandato misionero de Jesús: ¿Cómo evangelizar en España hoy? Para que el Evangelio cale, es necesario que las personas –sean jóvenes o adultas– se planteen las grandes preguntas existenciales. Por tanto, podemos responder a esta pregunta con otra pregunta: ¿por qué hoy muchos españoles no se plantean las grandes preguntas que siempre se ha cuestionado el ser humano? La respuesta es muy sencilla: porque viven y vivimos distraídos por muchos estímulos pasajeros. Los seres humanos vivimos acelerados[27] y llenos de distracciones… Para poder acoger el Evangelio primero es necesario vaciarse un poco de tantas cosas insulsas que están parasitando nuestra existencia. Pero tarde o temprano, el ser humano hace experiencia de la insatisfacción que le produce este modelo de vida superficial. Es entonces cuando hemos de estar cerca y atentos para escucharlo y acompañarlo sin juzgarlo ni condenarlo. Es un camino apasionante que pasa por estar atentos a los que nos rodean y por una escucha atenta que puede derivar en acompañamiento. Abundando en esta cuestión, no son pocos los que se preguntan: ¿cómo podemos llegar a los que aparentemente viven indiferentes a la cuestión de Dios? Para responder a esta cuestión me voy a remitir a las sabias palabras que Benedicto XVI dirigió al Pontificio Consejo para los Laicos el 25 de noviembre de 2011[28]: «¿Cómo despertar la pregunta sobre Dios, para que sea la cuestión fundamental? (…) La cuestión sobre Dios se despierta en el encuentro con quien tiene el don de la fe, con quien tiene una relación vital con el Señor. A Dios se le conoce a través de los hombres y mujeres que lo conocen. El camino hacia Él pasa, de modo concreto, a través de quien ya lo ha encontrado. Aquí es particularmente importante vuestro papel de fieles laicos…» Ahora bien, Benedicto XVI nos pone en alerta, ya que no basta con que los laicos descubran su misión en medio del mundo, sino que hay que dotarlos de las herramientas y formación necesarias para llevar a cabo dicha misión. Así dice Benedicto XVI: «A veces nos hemos esforzado para que la presencia de los cristianos en el ámbito social, en la política o en la economía resultara más incisiva, y tal vez no nos hemos preocupado igualmente por la solidez de su fe. … Por eso, no es menos urgente volver a proponer la cuestión de Dios también al tejido eclesial. ¡Cuántas veces, a pesar de declararse cristianos, de hecho, Dios no es el punto de referencia central en el modo de ser y de actuar, en las opciones fundamentales de la vida!» Soñamos, como nos invita el papa Francisco, con una Iglesia que llegue a todos los rincones de la sociedad. En la que los laicos, con su modo de vivir, sean capaces de llevar la novedad y la alegría del Evangelio allí donde estén. Una Iglesia donde sus laicos, conscientes de que es su hora, vivan inmersos en el mundo escuchando, con Dios y con la Iglesia, los latidos de sus contemporáneos. Una Iglesia que camina decidida hacia el encuentro del otro, sin juzgarlo, sin condenarlo, sino tendiéndole la mano para sostenerlo, animarlo o para acompañarlo en su vida. Solo así cumpliremos el mandato del Señor: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28,19)[29]. Los laicos son el mejor medio de comunicación que tienen Jesucristo y su Iglesia. La persona de Jesús no es un tesoro reservado exclusivamente para los creyentes, ¡Jesús es de todos! Es nuestra misión y deber compartirlo desde la experiencia y el testimonio personal y comunitario. La evangelización es la razón de ser de la Iglesia [30]. Anunciar a Jesucristo y su mensaje de esperanza y sentido, supone un tremendo desafío para la Iglesia en España. Desde la CEE hemos articulado la respuesta a este desafío a partir de cuatro líneas de acción preferenciales, cuatro itinerarios preferentes en nuestras acciones pastorales que consideramos necesarios para poner hoy a la Iglesia en España en dinámica de salida misionera. En primer lugar, el anuncio explícito del Evangelio es necesario y no se puede dar por descontado en nuestros días. El mensaje básico que hemos de comunicar con nuestro testimonio es que Dios existe y es bueno creer en Él, que no nos quita nada y nos ayuda a comprender mejor la realidad y a nosotros mismos. Y este Dios que existe nos ha manifestado su rostro de Padre misericordioso en Jesucristo. Hoy es necesario volver a hacer en España el primer anuncio[31]: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (EG, n. 164). Además del primer anuncio para aquellos que están alejados o se han apartado de Dios, nuestra segunda prioridad pastoral es el acompañamiento, «caminar juntos», no solos. El acompañamiento es expresión del ser materno y fraterno de la Iglesia. La Iglesia, como nos recuerda EG 169, tiene que iniciar a los sacerdotes, religiosos y laicos en el «arte del acompañamiento». Todos podemos ser acompañantes y todos hemos de ser acompañados.[32] El primer anuncio desencadena también un itinerario de formación y de maduración[33]. Estamos ante una verdadera emergencia formativa en la fe si queremos ser verdaderos discípulos y misioneros, y por esto debemos procurar una mejor formación, una profundización de nuestro amor y un testimonio más claro del Evangelio. Como Iglesia, tenemos que animar procesos formativos de carácter integral y permanente que ayuden a la unión entre la fe y la vida[34]. Una formación que sea permanente (abarque todas las edades y todos los estados) e integral y que ayude a descubrir y a cultivar la vocación propia, el servicio a la comunión y la capacitación hacia la misión[35]. El cuarto acento pastoral lo ponemos en el testimonio cristiano, sobre todo en la vida pública. La dimensión social es irrenunciable: no porque la Iglesia quiera ser relevante; sino porque una fe que no se activa en el amor es una fe muerta. La presencia de los cristianos, sea individualmente o asociados, ha de transparentar y expresar el amor de Dios, un amor recibido, compartido y ofrecido a toda persona que encontramos en nuestro camino.[36] Un amor que brota del encuentro con Jesucristo en la oración y en los sacramentos y, de manera particular, en la Eucaristía. En torno a estos cuatro itinerarios preferentes se organizan las líneas de trabajo y acciones pastorales de las diversas comisiones episcopales de la CEE para el período 2021-25. 4.- Visita ad limina Imbuidos de espíritu de sinodalidad, estamos preparando con mucho interés la próxima visita ad limina apostolorum de los obispos españoles, que la Casa Pontificia ha programado para la segunda quincena de diciembre de 2021 y las primeras semanas de enero de 2022. El objeto de esta visita es triple: venerar los sepulcros de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, ser recibidos por el Romano Pontífice, y presentar una relación de documentación solicitada con antelación por los dicasterios romanos[37]. Con la visita se refuerza la comunión de las Iglesias particulares, representadas por sus respectivos obispos, con el Sucesor de Pedro[38], así como con el resto de Iglesias del mundo [39]. Punto central de la visita ad limina es el encuentro con el Papa, en el que cada obispo expresa su relación de comunión afectiva y efectiva con quien en la Iglesia es principio visible de unidad y comparte con él su solicitud por todas las Iglesias, por la Iglesia universal. El encuentro con el Sucesor de Pedro y Cabeza del Colegio Apostólico, nos confirma que caminamos todos juntos en comunión con la Iglesia católica, cum Petro et sub Petro. Y en este sentido quiero expresar el sentimiento de profundo afecto y comunión plena de la Iglesia en España, de sus pastores y comunidades, con el Sucesor de Pedro, el papa Francisco, con su persona y su magisterio. 5.- Final Estas líneas de acción pastoral, todos los proyectos de nuestras Iglesias locales, así como los gozos y sufrimientos de nuestro pueblo, de nuestras comunidades a las que servimos, junto con el trabajo sinodal que nos ha propuesto el Papa Francisco, los presentaremos al Apóstol Santiago el próximo viernes, último día de nuestra Asamblea Plenaria, como unos peregrinos más, en este Año Santo Compostelano. Sabemos que tenemos una gran tarea delante de nosotros: sembrar la buena noticia del Evangelio a los hombres y mujeres de nuestro mundo. Es una tarea hermosa y apasionante, aunque sabemos que nos sobrepasa. Eso mismo le sucedió, según dice la tradición, al gran Apóstol Santiago, pero la Virgen María, según esa misma tradición, le animó a seguir adelante hasta dar testimonio de lo que «había visto, oído y tocado del Verbo de la Vida». Pediremos al Apóstol que interceda por nosotros y a la Virgen Peregrina que nos proteja. Iniciaremos esa peregrinación con el saludo de los peregrinos a lo largo de los siglos: «¡Ultreia…. Suseia…. Santiago!». Deseo a todos unos días hermosos de trabajo en comunión abiertos a la escucha del Espíritu Santo que conduce a la Iglesia. + Card. Juan José Omella Omella, Arzobispo de Barcelona Presidente de la Conferencia Episcopal Española [1] Según el avance de resultados de la encuesta FOESSA 2021 (realizada a más de 7.000 hogares de todas las Comunidades Autónomas) que se incluye en el informe, en 2021, año y medio después del estallido de la pandemia, son ya 11 millones las personas que se encuentran en situación de exclusión social en España. Esto revela un ensanchamiento del espacio de la exclusión, donde viven ahora 2,5 millones de personas nuevas respecto a 2018, fecha de la anterior encuesta. Se registra, asimismo, un empeoramiento generalizado de los niveles de integración para el conjunto de la población: la integración plena en 2021 —es decir, hogares que disfrutan de una situación en la que no sufren ningún rasgo indicativo de la exclusión— es disfrutada por solo 4 de cada 10 hogares de España (el 42%). Esto marca un descenso de más de 7 puntos respecto del año 2018 (donde el porcentaje era del 49%). [2] Videomensaje del papa Francisco para los Movimientos Populares, 16 de octubre de 2021. [3] En medio de este cambio de época que estamos viviendo, como Pueblo de Dios en camino no podemos responder aislados, separadamente del mundo en que vivimos. Es nuestra grave responsabilidad que la Madre Iglesia siga reflejando la luz del Sol, que es Cristo, en estos tiempos nuevos, que su luz no quede oculta bajo la cama o cubierta por el celemín. En los desafíos de cada día, en el trabajo, en la familia, en la educación, en el compromiso social y político… “Cristo vive”. Una sociedad más humana y más justa es también una humanidad más evangélica y fraterna. [4] Cf. Orientaciones pastorales y líneas de acción para la Conferencia Episcopal Española (2021-2025), pág. 13 y 14. [5] Consciente de este hecho, el papa Francisco ha renovado recientemente la institución del Sínodo de los Obispos con la Constitución apostólica Episcopalis communio (2018) –en adelante, EC. Dicha Constitución reconoce que la sinodalidad es una “dimensión constitutiva de la Iglesia” que hace referencia a la necesaria comunión efectiva de todos los miembros de las Iglesias y no solo de sus pastores. [6] La sinodalidad indica la específica forma de vivir y obrar de la Iglesia, Pueblo de Dios que manifiesta y realiza su ser comunión en el caminar juntos (pastores, vida consagrada y laicos), en el reunirse en la celebración litúrgica y en la participación activa de todos sus miembros en la misión evangelizadora. (Cf. Documento Preparatorio del Sínodo Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión -en adelante “Documento Preparatorio del Sínodo”-, n. 10.) [7] El Concilio dio prioridad al Pueblo de Dios, donde todos los bautizados tienen la misma dignidad pues todos participan del mismo Espíritu. Al servicio de este Pueblo, el Espíritu suscita ministerios cuyas funciones no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros. Los ministros ordenados están constitutivamente al servicio de todos los bautizados, para promocionar su compromiso cristiano y su vocación propia. Por su parte, como afirma el Concilio, los laicos llevan a cabo, dentro del mundo, la misión evangelizadora de la Iglesia. [8] Lumen Gentium -en adelante LG– n. 30: «Saben los Pastores que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia en el mundo, sino que su eminente función consiste en apacentar a los fieles y reconocer sus servicios y carismas de tal suerte que todos, a su modo, cooperen unánimemente en la obra común». [9] En virtud de la unción del Espíritu Santo recibida en el Bautismo, la totalidad de los fieles no puede equivocarse cuando cree (Cf. Documento Preparatorio del Sínodo, n. 13). Por ello, dice el Papa, los pastores no teman disponerse a la escucha de la grey a ellos confiada. Los obispos son llamados a discernir lo que el Espíritu dice a la Iglesia no solos, sino escuchando al Pueblo de Dios, que participa también de la función profética de Cristo (LG 12). (Cf. Documento Preparatorio del Sínodo, n. 14). [10] Episcopalis communio, n. 10. [11] Como el Espíritu sopla donde quiere, la escucha sinodal sobrepasa el perímetro “tradicional” y llega a las periferias, a los que no tienen voz, a los hermanos de otras confesiones cristianas e incluso de religiones no cristianas, o a los que viven sin Dios.La Iglesia sinodal quiere entrar en diálogo con el mundo, compartir sus alegrías y tristezas, y ofrecer una palabra de esperanza y de seguro consuelo. Por eso es importante saber cómo se tiene que situar la Iglesia dentro la familia humana, dentro del mundo. La Iglesia realiza así su llamada a ser realmente signo e instrumento de la unidad de todo el género humano (LG, n. 1). [12] Cf. Documento Preparatorio del Sínodo, n. 1. [13] En este Sínodo convocado por el Papa lo importante no es el final sino el camino que recorramos juntos: es la misma dinámica sinodal la que renueva la Iglesia y revitaliza su presencia en el mundo. El tiempo es superior al espacio –dice el papa Francisco–, y más que conquistar espacios es importante generar procesos. El Sínodo es un proceso, una dinámica, más que un acontecimiento: en una sala se reúnen unos pocos, en el camino nos encontramos todos. [14] Cf. Discurso del Papa en el momento de reflexión para el inicio del proceso sinodal en el Aula Nueva del Sínodo, 9-10-2021. [15] Afirma el papa Francisco: «tenemos necesidad del Espíritu, del aliento siempre nuevo de Dios, que libera de toda cerrazón, revive lo que está muerto, desata las cadenas, difunde la alegría. El Espíritu es aquel que nos guía hacia donde Dios quiere». (Discurso del Papa en el momento de reflexión para el inicio del proceso sinodal en el Aula Nueva del Sínodo, 9-10-2021). [16] Cf. Entrevista a Mons. Luis Marín de San Martín, Revista Catalunya Cristiana núm. 2197, pág. 9 y ss. [17] Cf. Documento Preparatorio del Sínodo, n. 9. [18] Espeja, Jesús, OP: Hacia una Iglesia sinodal, Rev. Ecclesia 4095, pág. 7. [19] Cf. Entrevista a Mons. Luis Marín de San Martín, Revista Catalunya Cristiana núm. 2197, pág. 9 y ss. [20] Cf. Documento Preparatorio del Sínodo, n. 15. [21] La sinodalidad como dimensión constitutiva de la Iglesia, además de un estilo y un proceso, genera estructuras adecuadas para que la participación de todos sea efectiva. Los obispos españoles hemos querido que nuestra organización eclesial esté al servicio de la misión y de la comunión con el fin de promover una mejor evangelización. Por eso, hace dos años hicimos una reforma en la Conferencia Episcopal Española, que en gran parte está todavía ad experimentum, y en estos momentos estamos redactando nuevos reglamentos para las oficinas de la CEE, concibiéndolas más como proyectos compartidos que como compartimentos separados. [22] Cf. Documento Preparatorio del Sínodo, n. 7. [23] Cf. Documento Preparatorio del Sínodo, n. 6. [24] Cf. Orientaciones pastorales y líneas de acción para la Conferencia Episcopal Española (2021-2025), pág. 45. [25] Conviene resaltar que la CEE reconoce explícitamente en este Documento que no elabora un «plan de pastoral» global para España, sino que ofrece unas orientaciones y líneas de trabajo especialmente dirigidas a los órganos de la propia Conferencia. [26] El Derecho canónico sitúa a la Conferencia episcopal como instancia intermedia al servicio de las diócesis y de la comunión entre ellas y con la Iglesia universal. No es, por tanto, una instancia ni primacial ni final, sino servicial. [27] Para describir los tiempos que nos toca vivir, el papa Francisco, en Laudato si’, se refiere al fenómeno de la «rapidación», es decir, a la aceleración de los cambios, que «contrasta con la natural lentitud de la evolución biológica» y que no siempre «se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral» (LS 18). Efectivamente, desde nuestra visión pastoral, la aceleración de la vida ha llevado consigo un empobrecimiento espiritual, una pérdida de sentido de la propia existencia y de la transcendencia. El olvido de Dios, la indiferencia religiosa, la despreocupación por las cuestiones fundamentales sobre el origen y destino trascendente del ser humano… son algunas de sus manifestaciones. [28] Cf. Líneas de acción de la CEE, págs. 46 y 47. [29] Cf. Palabras del papa Francisco a los participantes en el Congreso de Laicos contenidas en el Documento Líneas de acción de la CEE, pág. 41. [30] Cf. Líneas de acción de la CEE, pág. 51. [31] La experiencia de ser amados por el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo nos conduce a la caridad fraterna y al amor fraterno, a su vez, nos acerca más a Él. Un Dios que es amor y ama a todas las personas enriquece la vida humana, aporta claridad y firmeza a nuestras relaciones y valoraciones éticas. [32] Constatamos que en nuestra sociedad se van debilitando e incluso perdiendo progresivamente los vínculos y que es necesario generar ámbitos adecuados para la acogida y desarrollo de las personas. El ser humano es relacional, comunicativo, dialogal. Acompañar es cuidar al otro. Ante la desvinculación, la desconfianza y la liquidez de la vida actual, estamos llamados a fortalecer la comunión y los vínculos dentro de la Iglesia y con todos los hombres, nuestros hermanos. De ahí la importancia de destacar la vida familiar y comunitaria, que la Iglesia aporta como valor a la fraternidad universal y a la amistad social. Tenemos ante nosotros el reto de fortalecer los vínculos eclesiales y, con ellos, los sociales. El proceso sinodal nos ofrece una oportunidad excepcional para hacer de la comunidad cristiana un ámbito de escucha y encuentro, así como un cauce de comunicación profunda. Es una gran responsabilidad, pues no nos cansaremos de repetir que la comunión eclesial es signo e instrumento de la fraternidad en medio del mundo. [33] El crecimiento en la fe, en la relación con Jesús, no se contenta con poco, sino que aspira a decir plenamente: «Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20). Los sacramentos nos introducen en la vida de la gracia, sobre todo la Eucaristía como la fuente y la cumbre de la vida cristiana y de la vida de la Iglesia, y el sacramento de la reconciliación como el encuentro con Cristo que libera del pecado, de la esclavitud más radical. [34] Siempre será necesario enseñar a rezar, a vivir una relación personal con Dios y a profundizar en el conocimiento de Jesús que revela la verdad sobre Dios y también la verdad más profunda del ser humano. La formación hoy no se puede contentar con la iniciación en la fe, ha de ser permanente en todas las etapas de la vida y para todos los estados de vida cristiana. Tomarse en serio la fe y el proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros nos lleva a descubrir y a cultivar la vocación propia y a capacitarnos para la misión. Una formación actualizada, junto al cultivo de la vida espiritual, es imprescindible para una fe adulta, testimonial y comprometida en la vida pública, que dé razón de la esperanza a la que estamos llamados. [35] Como nos recuerda el papa Francisco en EG 121, todos los bautizados estamos llamados a crecer como evangelizadores, a crecer como discípulos misioneros. Añade el Papa: «Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él; entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los otros». [36] El papa Francisco nos pide que vivamos como una Iglesia que sale para hacerse prójimo, que acoge como un hospital de campaña y ejerce la caridad política y la amistad civil. Es así solidaria con el sufrimiento humano y testigo de la misericordia de Dios en la actual crisis económica y ante el fenómeno migratorio que está provocando. [37] Los obispos hemos elaborado, durante los últimos meses, una Relación sobre el estado de las diócesis, en la que se recoge, de forma ordenada y respondiendo a un amplio cuestionario común para todos, la organización administrativa y pastoral de cada Iglesia particular, además de una valoración personal del propio Obispo. [38] Decía san Juan Pablo II: «Entre todos los peregrinos que viniendo a Roma manifiestan la fidelidad a esta tradición, merecen atención particular los obispos de todo el mundo. Porque ellos, con la visita a la sede de los apóstoles, expresan ese vínculo con Pedro, que une a la Iglesia en todo el orbe terrestre. Al venir a Roma cada cinco años, traen consigo, en cierto modo, a todas aquellas Iglesias (es decir, las diócesis) que mediante su ministerio episcopal y, al mismo tiempo, mediante la unión con la Sede de Pedro, permanecen en la comunidad católica de la Iglesia universal. Al venir a visitar la sede Apostólica, los obispos traen también a Roma noticias ¡y cuán valiosas!, sobre la vida de las Iglesias de las que son pastores; sobre los progresos de la obra de la evangelización; sobre los gozos y dificultades de los hombres y de los pueblos entre los que cumplen su misión.» (Ángelus, 9 de septiembre de 1979.) [39] El encuentro con el Papa y los diferentes dicasterios nos abren el horizonte más allá de la Iglesia local para compartir los retos y preocupación que afectan también a la Iglesia universal que abarca todos los rincones del mundo. Vídeo del discurso inaugural