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Año Ignaciano (Iglesia del Sagrado Corazón-Málaga)

Celebración del Año Ignaciano en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. FOTO: TWITTER/@doloressanjuan
Publicado: 12/03/2022: 2915

Homilía pronunciada por D. Jesús Catalá en la Eucaristía celebrada en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de Málaga con motivo del 400 aniversario de la canonización de San Ignacio de Loyola

AÑO IGNACIANO

(Iglesia Sagrado Corazón – Málaga, 12 marzo 2022)

Lecturas: Gn 15, 5-12.17-18; Sal 26; Flp 3, 20 − 4, 1; Lc 8, 28b-36.

(Domingo Cuaresma II-C)

 

1.- Hace cuatrocientos años, tal día como hoy (12 de marzo de 1622), el papa Gregorio XV promulgó el decreto de canonización de cinco santos: Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Teresa de Jesús, Isidro Labrador y Felipe Neri.

Este acontecimiento eclesial es motivo de acción de gracias a Dios y también de alegría para la familia ignaciana y para la Iglesia universal, pues los santos son amigos de Dios e intercesores nuestros, que nos animan con su ejemplo en el camino de la santidad, puesto que la santidad no es para unos pocos, sino para todo bautizado. Estamos llamados todos a ser santos, porque es Dios quien nos hace santos; por eso hemos de dejarnos moldear por el Espíritu Santo

Además de dar gracias a Dios, queremos vivir la renovación espiritual augurada por este evento y pedir al Señor que “haga nuevas todas las cosas”, como es deseo de la Compañía de Jesús.

2.- Esta acción de gracias la celebramos en el marco del Año Ignaciano, en el que conmemoramos los 500 años de la conversión de San Ignacio. Este Año jubilar fue iniciado el 20 de mayo de 2021, aniversario de la herida sufrida por Íñigo de Loyola en Pamplona; y será clausurado el 31 de julio de 2022, festividad litúrgica de San Ignacio, coincidiendo con el quinto centenario de la conversión de Iñigo de Loyola y su peregrinación a Manresa.

La herida en la pierna le hizo cambiar a Ignacio sus planes humanos; truncó su proyecto de vida. Dios lo condujo por otros caminos.  Y lo que parecía un gran fracaso sirvió para asumir el plan de Dios en su vida, llevándolo a otros sueños más grandes.

¡Cuántas veces fracasan nuestros planes personales, en los que hemos puesto ilusión, tiempo y dedicación! Si nos fallan, hemos de ser capaces de sacar buen fruto de esa circunstancia, que Dios permite, para acercarnos más al Señor.

En este Año Jubilar se quiere celebrar la conversión de Ignacio de Loyola, es decir, el cambio y la transformación en su ser y en su forma de vivir en el seguimiento del Señor.

Su conversión nos estimula a nosotros a vivir también con mayor fidelidad el discipulado de Jesús, que nos llama a seguirle desde nuestro bautismo. Como ha dicho el Prepósito general: “San Ignacio no es el centro de este Año Ignaciano, es el medio a través del cual necesitamos ir a Cristo. Cristo debe estar siempre en el centro”.

3.- Con esta ocasión la Compañía de Jesús ha constituido la obra apostólica llamada “Camino Ignaciano” con la misión de mantener vivo el espíritu ignaciano de la peregrinación.

La tradición de peregrinar a los santuarios de Loyola y Manresa se popularizó en el siglo XVII, tras las canonizaciones sobre todo de San Ignacio y San Francisco Javier. Esta tradición ha crecido durante el siglo XX y principios del XXI.

El Camino Ignaciano une la piedad de la peregrinación con la memoria del camino recorrido por Ignacio de Loyola en 1522, para mantener vivo el espíritu ignaciano en los casi 700 kilómetros de peregrinación que van desde el santuario de Loyola al de La Cova de Manresa.

4.- En la oración colecta hemos pedido a Dios, quien dotó “a san Ignacio de Loyola de una capacidad de verdad y discreción”, que nos conceda a nosotros que, “al buscar la voluntad de Dios, nos hagamos también capaces de seguirla”; buscar la voluntad divina va en relación con el discernimiento ignaciano y con la petición de ayuda para llevarla a cabo.

En este segundo domingo de Cuaresma se nos narra la transfiguración del Señor. Jesús sube al monte para orar con los discípulos más cercanos e íntimos, Pedro, Juan y Santiago (cf. Lc 9, 28). La subida al monte implica desprenderse de la comodidad cotidiana y dejar cosas que estorban para el camino e ir ligeros de equipaje para acercarse al Señor.

El objetivo de la subida es unirse al Padre en la intimidad de la oración y de la contemplación, para escuchar su voz y aceptar su voluntad. Pero para asumir la voluntad de Dios es necesario antes escucharla.

En la Cuaresma la Iglesia nos anima a intensificar la oración, para escuchar la voluntad del Padre; y también nos pide que dediquemos mayor tiempo a la lectura de la Palabra de Dios, para alimentar nuestra fe, esperanza y caridad.

Durante la transfiguración se oyó una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle» (Lc 9, 35). Ya sabéis la relación que existe entre la “escucha” y la “obediencia”. Este último término, como ya he explicado otras veces, se desglosa en “ob-audiencia; es decir, hacer caso a lo que “escucho”. Hemos de afinar los oídos para escuchar la Palabra de Dios para obedecerle mejor. La Iglesia nos anima a escuchar la Palabra divina para purificar nuestro corazón y convertirnos más al Señor.

5.- Jesús nos enseña con su ejemplo la necesidad de la oración y los buenos frutos que se obtienen con ella. Siendo Dios la Luz, quien se acerca a Él queda iluminado y transformado; su presencia es transformante e iluminante.

Nuestra mirada humana no ve las cosas con claridad, puesto que los intereses, nuestros deseos internos y los estímulos externos ofuscan nuestra mirada.

Necesitamos la Luz de Dios, para ver con los ojos de la fe y de la esperanza cristiana; y obtener así una mirada de caridad hacia todas las personas.

Como hemos rezado en el Salmo: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?» (Sal 26,1).

6.- En la transfiguración Jesús dialoga con dos personajes bíblicos, Moisés y Elías (cf. Lc 9, 30), que simbolizan la Ley y los Profetas del Antiguo Testamento. Su diálogo versaba sobre lo que iba a suceder en Jerusalén (cf. Lc 9, 31); es decir, la pasión, muerte y resurrección del Señor.

El apóstol Pedro, en medio de esta experiencia gozosa de la transfiguración, le pide a Jesús quedarse allí en el monte (cf. Lc 9, 33); pero el Maestro sabe que deben bajar a Jerusalén para sufrir la pasión.

En cada Eucaristía y en cada celebración litúrgica, queridos hermanos, vivimos momentos de Tabor; es decir, de iluminación, de transfiguración, de felicidad, de escucha de su Palabra, que nos ayudan en entender mejor la vida de fe y nos dan fuerza para afrontar las dificultades del camino.

Del Tabor hay que bajar a Jerusalén; y de la celebración eucarística (Tabor) hay que salir para transformar el mundo; un mundo que no acepta a Cristo y que rechaza nuestro testimonio. Esos momentos gozosos deben fortalecernos en los otros momentos duros y difíciles de persecución y de sufrimiento.

Damos gracias a Dios por los diversos motivos de esta celebración y pedimos la intercesión de san Ignacio y de los otros santos cuya canonización celebramos, para descubrir mejor la voluntad de Dios en nuestra vida y de llevarla a cabo con fidelidad y gozo.

¡Que la Santísima Virgen María nos acompañe en el camino cuaresmal y en el seguimiento fiel del Maestro Jesucristo! Amén.

 

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