NoticiaEntrevistas «Para la reconciliación, hay que mirar al otro con los ojos de Jesús» Carlos Domiínguez SJ., psicólogo Publicado: 17/03/2020: 20284 Carlos Domínguez SJ (Huelva, 1946) es psicoterapeuta y profesor de la Facultad de Teología de Granada. Fue uno de los ponentes invitados al ciclo sobre la reconciliación organizado por el Aula Arrupe. «Sin sentimiento de culpa no habría conversión. Es una llamada al cambio, al futuro». Dentro del ciclo sobre la reconciliación, su conferencia concretamente lleva como título: “Reconciliarse con uno mismo”. ¿Cómo se hace? La respuesta está en tener en nuestro interior lo que yo llamo una buena madre y un buen padre. Una buena madre que sería una gran capacidad de aceptación de nosotros mismos, de acogida, un conocimiento de nuestra realidad y saber partir de ella con sus limitaciones; y un buen padre, porque sin un buen padre no hay crecimiento. Un buen padre significa exigencia, crecimiento, ir más allá... Una exigencia tolerante. Eso de la exigencia tolerante es importante para evitar el exceso de escrúpulos, el autoflagelarnos continuamente. Los sentimientos de culpa, en muchos aspectos, son positivos. Si yo he hecho daño a alguien, lo mejor que puede ocurrir es sentirme culpable. Es como la fiebre que me alerta de que algo no va bien en mi organismo. Esto creo que hay que decirlo porque hoy se detecta como una alergia a los sentimientos de culpa. Sin sentimiento de culpa no habría conversión. Es una llamada al cambio, al futuro. Ahora, sí es verdad que muchas veces el sentimiento de culpa no busca el cambio, no busca el futuro, sino que lo único que persigue es la autoflagelación, la autodestrucción. Entonces, estos sentimientos son enfermos. Diferenciar los sentimientos de culpa sanos y enfermos es una de las tareas más complicadas que tenemos en la vida, pero a la cual estamos llamados todos. Aparte del combate psicológico usted habla de un combate espiritual. A mí me gusta partir de una frase de san Ignacio que me parece absolutamente genial que dice: «presupongo ser tres pensamientos en mí, es a saber, uno propio mío, el cual sale de mi mera libertad y querer; y otros dos, que vienen de fuera: el uno que viene del buen espíritu y el otro del malo». San Ignacio tiene conciencia de que, a nivel espiritual, estamos en un combate. Habla también de “las dos banderas” que están en nuestro corazón, la del buen espíritu que nos invita a seguir el espíritu de Jesús, los valores de las bienaventuranzas, etcétera; pero en mí también está el mal espíritu, el del egoísmo, el de dejarme llevar por mis impulsos sin consideración a los otros, etcétera. Aquí está el combate, un combate que es diario, que no acaba nunca, hasta el momento de nuestra muerte habrá en nosotros estos pensamientos internos y contrarios con los cuales tenemos que ir estableciendo nuestras alianzas. Las alianzas que vayamos haciendo con el buen espíritu serán las que nos irán proporcionando mayor paz y reconciliación con nosotros mismos. Jesucristo da un paso más allá en su propuesta de reconciliación, pide “rezar por los que os maltratan”... El amor al enemigo es uno de los elementos más significativos y más innovadores de Jesús y por tanto del cristianismo dentro de la historia de las religiones. Él propone huir de esa dinámica de responder al mal con mal, una dinámica que está instalada en nosotros pero que solamente conduce a la destrucción. Se trata de romper ese círculo vicioso, y tenemos un motivo fundamental: un Dios que hace llover sobre buenos y malos, que hace salir el sol sobre justos e injustos. Si somos hijos de ese padre, entonces estamos llamados a superar esa dinámica de venganza. Se trata de mirar al otro con la mirada con la que le miraría el Señor, ser capaces de desear su bien aunque no le tengamos simpatía porque nos sentimos dañados por él. Que el corazón sea más grande que la memoria.