NoticiaMisión diocesana Agustín Zambrana: «Aprendí de Manolo Lozano su paciencia» Publicado: 21/06/2021: 13720 In memoriam Me piden que escriba sobre mi experiencia en los inicios de la Misión Diocesana de Caicara del Orinoco al lado de nuestro querido Padre Manolo, ya difunto. Esto es lo que me brota del corazón. Seguro que ya lo saben ustedes, fue iniciativa de D. Ramón Buxarrais que tres sacerdotes de Málaga se hicieran cargo de una parroquia en Ciudad Bolívar, en el municipio Cedeño de Caicara del Orinoco. Y nos pusimos manos a la obra. Se nos invitó a José Pulido, que en paz descanse; a Manolo, que en estos días Dios lo ha llamado a su Reino; y a un servidor. Después de los preparativos necesarios partimos a esas tierras el 3 de diciembre de 1986. A todos se nos notaban las ganas que teníamos de llegar y no parábamos de hacer preguntas a quien más experiencia tenía, porque ya había estado muchos años en Venezuela, nuestro recordado José Pulido. Fue un viaje inolvidable, me acuerdo que a Manolo lo veía muy tranquilo, con mucha serenidad, siempre escuchando y ofreciendo muchas iniciativas para realizar en la misión. La llegada a Maiquetía fue un fuerte contraste para nosotros, para empezar, hacía mucho calor. Pero Manolo era una persona muy alegre a quien le gustaba contar chistes y anécdotas. Cuando llegamos a Caicara, planificamos el trabajo. Manolo, como era tan humilde, esperó a que terminásemos para aceptar lo que quedaba, ya que el municipio era muy grande, más de 60.000 Km. cuadrados. Hicimos tres partes y él, con mucho gusto, lo vio bien. Mi experiencia con él siempre ha sido muy gratificante, no veía dificultad que no se pudiera arreglar, vivía la misión a tope, muy pronto se rodeó de seglares que le acompañaban y comentaban “qué bueno y simpático es el Padre Manolo”. Le llamaban el Padre Catire, que significa blanco, un termino cariñoso. Y las más jóvenes lo veían guapo y apuesto. Él vivía su entrega con mucha fuerza. Recuerdo que, cuando nos reuníamos después de regresar de las diversas comunidades, en el salón del aire acondicionado, comenzábamos a charlar y él se quedaba “frito”, pues el cansancio podía con él después de unos días muy intensos visitando las comunidades, celebrando bautizos, visitando enfermo, celebrando las misas… lo normal es que hubiera hecho más de 300 km en el fin de semana. Mi experiencia con él fue muy gratificante, aprendí de su paciencia, de su conformidad, porque a todo le sacaba el lado positivo. Siempre estaba disponible, hasta cuando viajábamos se ofrecía para conducir y nunca manifestaba su cansancio. Ante los proyectos pastorales, era un sacerdote con mucha imaginación y ganas de llegar a todos. Se relacionaba con todo el mundo y siempre tenía algún encargo que hacer de los feligreses, o los acompañaba al hospital… era raro el día que no tenía encomiendas, me asombraba que nunca dijera estoy cansado. Cuando nos reuníamos con las religiosas, éstas le decían “padre Manolo cuéntenos algún chiste” y eran momentos de mucha alegría, él actuaba siempre con sencillez y desparpajo. Fueron casi cinco años los que viví con él. Unos años de mucha intensidad. Su vida era sencilla, sin caprichos, sin ostentación, no era presumido, y sabía muy bien lo que quería: Ser sembrador y sembrarse en esa parcela que Dios le había encomendado. Siempre obediente a su Obispo, y con muchas ganas de aprender, comentaba, “este pueblo me enseña más a mí de lo que yo les enseño a ellos”. A mí me enseñó que se puede ser feliz con poco, y a ser optimista. Su vida de oración y austeridad, eran ejemplares, además de la práctica de los sacramentos. Podía contar muchas vivencias, pero se trata de recordar y agradecer a un sacerdote que fue un gran misionero que supo sacar lo bueno de las personas y conducirlas por el camino de la salvación, fue un grandísimo hermano y amigo. Descansa en paz, Manolo, porque supiste darte hasta los topes. Un abrazo. Agustín Zambrana Escobar, sacerdote