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Misa en sufragio por los difuntos del coronavirus (Catedral-Málaga)

Mons. Catalá muestra su cariño a la familia de Francisco Sánchez, fallecido por coronavirus
Publicado: 27/06/2020: 13007

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la Misa en sufragio por los difuntos del coronavirus celebrada en la Catedral de Málaga el 16 de junio de 2020.

MISA EN SUFRAGIO

POR LOS DIFUNTOS DEL CORONAVIRUS

(Catedral-Málaga, 26 junio 2020)

 

Lecturas: 2 Re 25,1-12; Sal 136,1-6; Mt 8,1-4.

1.- La celebración hodierna está motivada por el amor y el respeto que debemos a quienes han fallecido durante la pandemia provocada por el coronavirus (Covid-19). Son hermanos nuestros que han sido abatidos por un enemigo invisible a simple vista.

Todas las parroquias de la Diócesis se unen hoy en esta misma plegaria por los difuntos. Damos nuestro sentido pésame a las familias que han perdido algún ser querido y nos unimos fraternalmente a su dolor, para compartirlo y darles un abrazo de esperanza en la resurrección.

2.- Esta celebración, queridos fieles, es un acto de fe en Dios creador y salvador del género humano. Según los evangelios, Jesús cura, sana y resucita; Jesús cura a los enfermos y un acto de fe en él puede curarnos de todas nuestras enfermedades; y la peor de todas es el pecado. Jesucristo no solo cura, sino que resucita de la muerte; y esa es nuestra esperanza.

Hemos de volver a nuestras raíces cristianas; hemos de profesar la fe en Dios-amor, que nos invita a vivir con él en la eternidad.

Venimos a rezar por los difuntos que han perdido su vida en esta pandemia. Rezar a Dios por ellos es un acto de fe, para que les conceda la alegría que no acaba en este mundo y la paz que dura por toda la eternidad.

Este acto de fe implica reconocer que Dios es el ser más importante en la vida del hombre, que es el fundamento de nuestra existencia, que es el amor que sostiene la vida humana; y la vida humana sin amor no se sostiene, porque sería una vida vegetativa. Rezar por nuestros difuntos es profesar la fe en la bondad de Dios y en la eternidad, porque la vida humana no acaba en este mundo material y temporal.

3.- Los enfermos de coronavirus han recibido los cuidados de los sanitarios, quienes, aún a riesgo de su vida, han ofrecido su pericia, su cercanía y su amor. Agradecemos su gesto de entrega y su profesionalidad.

Pero el ser humano es mucho más que un organismo vivo, porque está llamado a vivir eternamente con Dios. Nos hemos asociado al canto del salmista:«Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti» (Sal 136,6).Los momentos más difíciles y más trágicos son los mejores para invocar a Dios, pedir su ayuda, adorarlo.

Y esto es lo que han hecho muchos enfermos; los que tenían fe,además de los cuidados médicos,deseabanla presencia del sacerdote; y anhelaban los auxilios de la gracia, el perdón de los pecados y la unción de enfermos, para ser reconfortados en esos terribles momentos de su vida.

El testimonio de tantos sacerdotes junto a las camas de los hospitales ha ratificado el deseo de muchos enfermos de realizar un gesto religioso, un acto de fe; de recibir un signo que los consolase, de tomar el alimento del pan eucarístico para tener fuerza ante la muerte que se avecinaba, de recibir el perdón de los pecados para gozar de la paz de Dios.

Donde no puede llegar la ciencia ni la técnica ante la barrera infranqueable que se llama “muerte”, llega la fe y el amor de Dios; llega Cristo resucitado, que acoge al que muere para llevarlo a la morada eterna. La ciencia y la técnica no pueden librarnos de la experiencia vital humana que es la muerte. Desde la fe cristiana no debería ser tan temida la muerte temporal.

4.- Rezar por los difuntos es también un acto de esperanza en la resurrección. Celebramos esta Eucaristía puesta nuestra esperanza en la vida eterna, que Cristo nos regala, como dice el evangelista san Juan: «Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro» (1 Jn 3,2-3).

Nos recordaba el papa Juan Pablo II: “El cristianismo es un programa lleno de vida. Ante la experiencia cotidiana de la muerte, de la que se hace partícipe nuestra humanidad, repite incansablemente: ‘Creo en la vida eterna’. Y en esta dimensión de vida se encuentra la realización definitiva del hombre en Dios mismo” (Celebramos con nuestros difuntos la esperanza de la vida eterna”, Roma 1.11.1979). Podemos repetir muchas veces en nuestra vida: “Creo en la vida eterna”, porque no da fuerza, sobre todo en los momentos difíciles de nuestra vida.

5.- Rezar por los difuntos es un acto de amor hacia ellos.En el evangelio,que hemos escuchado, el Señor Jesús cura a un leproso (cf. Mt 8,2-3). Consideramos un bien recuperar la salud y un gran mal perderla. Cuando se le pregunta a la gente qué es lo que más desea, la respuesta suele ser “la salud”. Pero si perdiendo la salud física alcanzamos la meta de nuestra vida, que es la eternidad, hemos alcanzado el don más preciado; hemos alcanzado el objetivo de nuestra vida. La fe, el amor y la esperanza en la resurrección nos ayudan a relativizar la muerte.

La muerte es la puerta que nos abre la eternidad y al encuentro con Dios. ¡No tengamos miedo! Nuestros hermanos que han pasado de este mundo al Padre gozan de la gloria de Dios; gozan de su presencia. Ellos han cruzado ya el umbral de la muerte y esperan de la misericordia divina la apertura de las puertas del reino. Con la muerte no acaba todo, sino que comienza la vida plena en Dios y con Dios.

Es un acto de amor rezar por los difuntos, pues pedimos a Dios que los acoja en su reino de amor, de paz y de misericordia. Queremos para ellos lo mejor: la felicidad plena y eterna; porque las felicidades efímeras no son verdadera felicidad; solo la eterna es la verdadera felicidad.

6.- Nada hay tan cercano a la vida del hombre como la muerte; desde el nacimiento tenemos la plena certeza de que vamos hacia la muerte temporal; y, sin embargo, nuestro mundo parece ignorar este hecho.Según el Concilio Vaticano IIel máximo enigma de la vida humana es la muerte (cf. Gaudium et spes, 18). Pero este enigma ha sido resuelto gracias a la resurrección de Jesucristo; y estamos llamados a compartir su resurrección.

Encomendamos a Dios las almas de nuestros hermanos difuntos, que han pasado de este mundo temporal al eterno con motivo de esta pandemia; suplicamos a Dios que los acoja en su reino de eternidad. Y pedimos también por sus familiares para que encuentren consuelo en la fe, gozo en la esperanza y gratitud en el amor misericordioso de Dios. ¡Que la Virgen de la Victoria nos acompañe a todos y cada uno hasta la eternidad! Amén.

 

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