Día segundo: «Tú María eres el orgullo de nuestra raza» Publicado: 01/09/2013: 3422 En el día de la Dedicación de la S.I.B. Catedral el predicador de la novena de la Virgen de la Victoria ha señalado que «a la Virgen Santa María de la Victoria orgullo de nuestra raza y templo de la gloria de Dios, la invocamos hoy como fuente de luz y de vida, porque ella engendró a Cristo, luz del mundo.» "Tu María eres el orgullo de nuestra raza" Ez 47, 1-2. 8-9. 12; Sal 45, 2-3. 5-6. 8-9; Ef 2, 19-22; Jn 10, 22-30 Queridos hermanos: Hoy la Iglesia de Málaga celebra la dedicación de esta Santa Iglesia Catedral, que acoge en su altar mayor durante esta novena, la imagen bendita de Santa María de la Victoria, Ella nos habla con un lenguaje único y excepcional del corazón maternal de Dios. Las lecturas que hemos proclamado son una invitación a la acción de gracias, en primer lugar el profeta Ezequiel nos hace descubrir como desde el templo brota un manantial de aguas cristalinas que a su paso va inundando de vida la tierra (Ez 47, 1ss), “El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada”, pues: “Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos aunque tiemble la tierra” (Sal 45). Sí, no tememos por que la Iglesia esta cimentada en Cristo la piedra angular y a lo largo de la historia se ha ido edificando sobre ella y sobre la fe de los apóstoles. La Dedicación de nuestra Catedral como Sede Apostólica es un reconocer con humildad que toda nuestra historia particular es un canto a Cristo que con su sangre derramada nos ha salvado y nos ha consagrado como piedras vivas y cada uno de nosotros hemos de ser infatigables constructores del Reino de Dios, viviendo unidos en una misma fe y por Cristo también nosotros integrándonos en la construcción de la Iglesia, para ser morada de Dios, por el Espíritu Santo (Ef 2, 19-22). Cada uno de nosotros desde nuestro bautismo somos templos y morada de la Santísima Trinidad, consagrados y ungidos para formar parte del pueblo santo de Dios y participar del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo. ¿Si este misterio insondable de Dios es realidad en nuestra existencia que decir de la Virgen María?, en ella reside la plenitud de la gracia. En el evangelio que hemos proclamado se nos invita a acoger que es creer en el Hijo de Dios Vivo y escuchar como miembros de su rebaño la voz del Buen Pastor que nos conoce a cada uno por nuestro nombre y nos da la vida eterna. En Cristo estamos seguros nada ni nadie nos arrebatara de sus manos. Desde ese abandono en las manos de Cristo y al estilo de cómo le amo la Virgen Madre, el año de la fe que estamos viviendo es para toda la iglesia, “una ocasión propicia para que todos los fieles comprendan con mayor profundidad que el fundamento de la fe cristiana es el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. Fundada en el encuentro con Jesucristo resucitado, la fe podrá ser redescubierta integralmente y en todo su esplendor. También en nuestros días la fe es un don que hay que volver a descubrir, cultivar y testimoniar” (Congregación para la Doctrina de la Fe 6-1-2012). En palabras de Benedicto XVI, en su Carta Apostólica Porta Fidei: “la puerta de la fe” (He 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Este empieza con el bautismo (Rom 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo- equivale a creer en un solo Dios que es Amor” (1Jn 4, 8, PF 1). Santa María de la Victoria es orgullo de nuestra raza, orgullo de nuestro pueblo, modelo de comunión perfecta con Dios, ella nos anima a entrar por la puerta siempre abierta que es Cristo, en la seguridad que nos da la fe de que Cristo es fiel en su amor y jamás nos defrauda, pues Cristo puerta de vida eterna es la esperanza para los hombres de todos los siglos, razas y lenguas. El año de la fe, por tanto, pretende ser un tiempo propicio para redescubrir con alegría desbordante el camino de la fe al estilo de María Santísima y por tanto infundir en nuestros corazones los deseos de un renovado encuentro con Cristo redentor. En un mundo secularizado e incrédulo hemos de avivar en el corazón del pueblo de Dios el don siempre nuevo y maravilloso de la fe como un encuentro de amistad con Jesucristo que nos da la vida. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz oculta, hemos de pedirle a la Virgen que infunda en nuestros corazones el deseo ardiente de la santidad, el deseo de vivir en comunión de amor con Cristo su Hijo, con Él y por Él. Hemos de aprender de Santa María a beber constantemente del manantial de la vida. Con otras palabras este Año de la Fe, es un deseo profundo que quisiera contribuir a una renovada conversión al Señor fuente de esperanza para la humanidad sedienta de felicidad y a la vez como hemos indicado un redescubrir la fe como camino de seguimiento, haciendo de todos los que formamos la Iglesia testigos gozosos y convincentes del Señor resucitado, capaces de señalar con nuestra voz y sobre todo con nuestra vida la “puerta de la fe que conduce a la vida plena y definitiva” y que tantos hombres buscan. Como nos indica la nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe, de la Congregación para la Doctrina de la Fe: “Esta puerta, abre los ojos del hombre para ver a Jesucristo presente entre nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Él nos enseña cómo el arte del vivir se aprende en una relación intensa con él. Al contemplar el misterio de María, que nos ayuda a edificar el templo de Dios, la Iglesia, recordamos lo que recientemente nos decía el Papa Francisco en la “Lumen Fidei”: “En la fe, don de Dios, virtud sobrenatural infusa por él, reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría. Fe, esperanza y caridad, en admirable urdimbre, constituyen el dinamismo de la existencia cristiana hacia la comunión plena con Dios” (LF 6). Queridos hermanos aprendamos el arte de vivir con Cristo, aprendamos a acoger el don de la fe en nuestra vida personal y comunitaria al estilo de la Virgen, aprendamos a seguir las huellas de Jesús como lo hicieron a lo largo de la historia tantos amigos de Dios como son los santos, para esta Iglesia particular el testimonio de San Patricio, los Santos Ciriaco y Paula, o más reciente en el tiempo D. Manuel Gonzalez, la Madre Petra, nuestro mártires… y tantos cristianos anónimos que construyeron esta Iglesia Malacitana desde el amor incondicional a Cristo y su Reino. “Caritas Chisti urget nos” (2Cor 5,14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar, María nos acompaña como Evangelio Vivido. Anunciemos a Cristo con María, proclamemos el nombre de Cristo con sencillez pero con valentía y fortaleza interior, llevemos la luz de Cristo hasta los confines de la tierra. Cristo es el verdadero sol de justicia y cuyos rayos dan la vida. Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce el ocaso (LF 1). “La palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1, 9). Cristo es la luz de los pueblos (LG 1), Aquel que da razón a nuestra existencia, “el que le sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Su acción iluminadora dimana de lo que él es en sí mismo: la palabra hecha carne, vida y luz de los hombres, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1, 4.9). La luz que resplandece en el rostro de Cristo es la de la gloria de Dios mismo (2Cor 4, 6), “Él es la luz, y en él no hay tinieblas” (1 Jn 1, 5). Por eso todo lo que es luz proviene de él, desde la luz natural, hasta la iluminación de nuestros corazones. Y todo lo que es extraño a esta luz pertenece al reino de las tinieblas, tinieblas de la noche, tinieblas del mal, tinieblas de la muerte, tinieblas de Satán. A la Virgen Santa María de la Victoria orgullo de nuestra raza y templo de la gloria de Dios, la invocamos hoy como fuente de luz y de vida, porque ella engendró a Cristo, luz del mundo (Jn 12, 46; 1Jn 12, 44 – 50), de ella salió el sol de justicia. Pidámosle a la Virgen Nazarena vivir como verdaderos hijos de la luz, pues quién vive así, hace irradiar entre los hombres la luz de Cristo. No olvidemos las palabras de Jesús, que constituyen un verdadero envío misionero: “vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 14 – 16). De nuevo os animo a edificar nuestra vida sobre Cristo la piedra angular, sobre Aquel que nos ha constituido en su viña amada, en pueblo de su propiedad, al edificar sobre la roca firme, no solamente vuestra vida será solida y estable, sino que contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad, mostrando una alternativa válida a tantos como se han venido abajo en la vida, porque los fundamentos de su existencia eran inconsistentes. A tantos que se contentan con seguir las corrientes de moda, se cobijan en el interés inmediato, olvidando la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos. Santa María la Virgen supo acoger la Palabra de la vida, es más vivió en plenitud bajo la Palabra, ella fue la tierra fecunda, la viña de frutos esplendidos llenos de amor, ella es modelo de fidelidad, ella cimentó su vida en Dios y por ello con su presencia nos anima hoy a nosotros a vivir también en Dios. Madre de la Victoria en este día de la Dedicación de este primer templo malagueño te pedimos que sigas protegiendo a esta Iglesia particular, acreciente en nosotros el amor a Cristo y su evangelio para seguir edificando la ciudad de Dios en medio del mundo actual. Amén. Autor: diocesismalaga.es