NoticiaColaboración Ortotanasia cristiana Publicado: 01/12/2021: 8201 Opinión Los tratamientos para el cáncer son cada vez más efectivos, pero en algunas ocasiones, se agotan todos los abordajes terapéuticos y la patología no se resuelve. El enfermo, con un pronóstico infausto, recibe el alta hospitalaria y regresa a su casa para un seguimiento domiciliario controlado por el médico de cabecera y cuidados paliativos. Esta situación genera una reacción emocional de desaliento, condiciona una progresiva disminución de la calidad de vida, elabora pensamientos de desesperanza e inutilidad, y, con una sutil marginación del sistema sanitario que “ha hecho todo lo posible”, la expresión de enfermo terminal retumba en su mente. El problema ya no es el cáncer sino la limitación de su existencia que, ante la ausencia de alternativas, le hace perder el significado de su vida: ideas de autolisis ocupan sus pensamientos. ¿Qué hacer? En la dinámica hospitalaria, el objetivo de curar la enfermedad ha ocupado todos los recursos y preocupaciones de los profesionales y la persona ha sido una silenciosa y pasiva espectadora sin apenas protagonismo. Es ahora cuando, en el arte de aliviar el sufrir humano, el médico conoce la grandeza de su vocación y tiene la ocasión de contemplar y atender a la persona con sus mejores y más selectivos recursos porque, en la praxis médica, donde no llega la ciencia llega siempre el corazón. Es un tiempo de singular y decisiva importancia, en el que la letra M (misericordia) y la A (amor) con las que empieza y termina la palabra medicina, se deben de precribir con generosidad y sin miedo a sobredosis pues son, en todas las ocasiones, eficaces remedios sanadores. Atender a la persona es hacerle sentir que es reconocida, comprendida, escuchada y sus palabras respetadas. Es tiempo de sembrar semillas diarias de alegría y esperanzas consoladoras y de argumentar que su presencia es necesaria y útil para la convivencia familiar, y todo con una delicada ternura que alimenta una calidad de vida que no deja de aumentar. Recuperando su dignidad, también recupera las ganas de vivir y en sus ratos de soledad y silencio, empieza a consolidar un escenario interior en el que la paz y armonía son actores principales. En este discernimiento, es sorprendido por noticias que le llegan de su hondón de trascendencias e inmortalidades que le hacen descubrir que es algo más que una mera estructura física-mental. Y es que el hombre, aunque que fue hecho de la nada, no proviene de la nada o de nadie, sino que tiene un origen divino, pues Dios, cuando decidió su creación, en un acto de amor, se copió a sí mismo, y la imagen divina está presente en todo hombre: el deseo de Dios está inscrito en su corazón, porque ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará la verdad y la dicha que no cesa de buscar. Dotado de un alma espiritual e inmortal, es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma y, desde su concepción, destinado a la bienaventuranza eterna. Pero Dios, en su providencia, ha dispuesto que todos los acontecimientos que le suceden al hombre en su experiencia humana, no son dificultades sino significativas oportunidades para crecer en su amor y así, la muerte se troca en vida porque es la fiesta alegre y gozosa en la que el alma, abandonando su localización, se libera del cuerpo y pasa a la presencia de Dios que es su origen y definitiva meta.