La luz de la corona de Adviento, que vamos encendiendo cada domingo, ilumina el camino del que viene. La cercanía de su llegada a nuestras vidas nos llena de alegría.

¿Quién es el que viene? ¿Quién es el que está por llegar? ¿Quién es el con su venida nos llenará de alegría? El testimonio de Juan Bautista en el evangelio de este domingo puede ayudarnos a descubrirlo.

Las expectativas que había suscitado en el pueblo de Israel la actividad profética de Juan Bautista hacen que los dirigentes de Jerusalén envíen un grupo de sacerdotes y levitas. Estos interrogan a Juan sobre su identidad. Éste da testimonio afirmando que él sólo ha sido enviado a preparar el camino a Aquel que viene detrás de él. Así Juan afirma que es la voz que clama en el desierto: “Allanad el camino al Señor”, es el encargado de abrir paso para la llegada de Jesús. Y lo hace con una invitación a la conversión, a que se quite de la vida todo lo que obstaculiza su llegada.

Juan es el testigo de la luz. Y lo hace tomando conciencia de su fragilidad humana, de sus propios límites. Frente a la arrogancia de creerse algo, reconoce su lugar, no es digno de desatarle la correa de la sandalia. El adviento es una oportunidad para reconocer nuestro lugar en medio del mundo, para descubrir nuestros propios límites y nuestra fragilidad. Sólo así podremos ser testigos de la Luz, que debe iluminar el mundo y llenarlo de alegría. Hoy es más necesario que nunca que los creyentes cumplamos nuestra misión de llevar esta luz: ser sembradores de esperanza.