NoticiaActualidad ¿Cómo condenan la guerra el Catecismo y Evangelli Gaudium? Publicado: 10/01/2014: 2072 «Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras» (CIC. 2308). Así, enseña el Catecismo de la Iglesia sobre la defensa de la paz y evitar la guerra. «La acumulación de armas es para muchos como una manera paradójica de apartar de la guerra a posibles adversarios. Ven en ella el más eficaz de los medios, para asegurar la paz entre las naciones. Este procedimiento de disuasión merece severas reservas morales. La carrera de armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar las causas de guerra, corre el riesgo de agravarlas» (CIC. 2315). Explica cuáles son las causas de la guerra: «Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se hace para superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la guerra» (CIC. 2317). EVANGELII GAUDIUM Por su parte, el papa Francisco, en la exhortación La alegría del Evangelio, lo sitúa en el capítulo segundo, dentro del segundo apartado: Las tentaciones de los agentes pastorales y lo titula como "No a la guerra" entre nosotros: "El mundo está lacerado por las guerras y la violencia, o herido por un difuso individualismo que divide a los seres humanos y los enfrenta unos contra otros en pos del propio bienestar. En diversos países resurgen enfrentamientos y viejas divisiones que se creían en parte superadas"»(EG. 99). Y concluye con una oración y una petición: «Pidamos al Señor que nos haga entender la ley del amor. ¡Qué bueno es tener esta ley! ¡Cuánto bien nos hace amarnos los unos a los otros en contra de todo! Sí, ¡en contra de todo! A cada uno de nosotros se dirige la exhortación paulina: «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rm 12,21). Y también: «¡No nos cansemos de hacer el bien!» (Ga 6,9). Todos tenemos simpatías y antipatías, y quizás ahora mismo estamos enojados con alguno. Al menos digamos al Señor: «Señor, yo estoy enojado con éste, con aquélla. Yo te pido por él y por ella». Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso en el amor, y es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!» (EG. 101). Autor: diocesismalaga.es