Liturgia propia D. Manuel González

Publicado: 13/04/2012: 2416

Del común de Pastores: Obispos

OFICIO DE LECTURA

Segunda lectura

De los escritos del Beato Manuel González, obispo. (“Aunque todos ... yo no”, Obras Completas I, Burgos 1998, pp. 16. 20-22. 24)

Mi primer Sagrario abandonado

Me ordené de sacerdote y pasado el primer cuarto de aquella espiritualmente sabrosa luna de miel, me mandaron los superiores a dar una misión a un pueblecito.

Fuíme derecho al Sagrario de la restaurada iglesia en busca de alas a mis casi caídos entusiasmos... y ¡qué Sagrario!

Un ventanuco como de un palmo cuadrado, con más telarañas que cristales, dejaba entrar trabajosamente la luz de la calle con cuyo auxilio pude distinguir un azul tétrico de añil, que cubría las paredes, dos velas que lo mismo podían ser de sebo que de tierra o de las dos cosas juntas, unos manteles con encajes de jirones y quemaduras y adornos de goterones negros, una lámpara mugrienta goteando aceite sobre unas baldosas pringosas, algunas más colgaduras de telarañas, ¡qué Sagrario, Dios mío! Y qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no volver a tomar el burro del sacristán que aún estaba amarrado a los aldabones de la puerta de la iglesia y salir corriendo para mi casa.

Pero no huí. Allí me quedé largo rato y allí encontré mi plan de misión y alientos para llevarlo a cabo: pero sobre todo encontré...

Allí de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades, mi fe veía a través de aquella puertecilla apolillada a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba... sí, parecíame que después de recorrer con su vista aquel desierto de almas, posaba su mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más, que me hacía llorar y guardar al mismo tiempo las lágrimas para no afligirlo más, una mirada en la que se reflejaban unas ganas infinitas de querer y una angustia infinita también por no encontrar quien quisiera ser querido....

De mí sé deciros que aquella tarde en aquel rato de Sagrario yo entreví para mi sacerdocio una ocupación en la que antes no había soñado y para mis entusiasmos otra poesía que antes me era desconocida.

Ser cura de un pueblo que no quisiera a Jesucristo, para quererlo yo por todo el pueblo, emplear mi sacerdocio en cuidar a Jesucristo en las necesidades que su vida de Sagrario le ha creado, alimentarlo con mi amor, calentarlo con mi presencia, entretenerlo con mi conversación, defenderlo contra el abandono y la ingratitud, proporcionar desahogos a su Corazón con mis santos Sacrificios, servirle de pies para llevarlo a donde lo desean, de manos para dar limosna en su nombre aun a los que no lo quieren, de boca para hablar de Él y consolar por Él y gritar a favor de Él cuando se empeñen en no oírlo... hasta que lo oigan y lo sigan... ¡qué hermoso sacerdocio!

Al poema pastoril en mis ensueños apostólicos del Seminario, había sucedido de pronto la visión de una tragedia.

Sobre aquel cuadro todo luz, todo expansión, todo alegría de los pueblos que yo creía cristianos y que por tanto tiempo había embelesado mi alma, acababa de caer una mancha roja como de sangre, que quitaba toda la alegría del cuadro y apagaba toda la luz.

¡La Sangre que al Corazón más bueno de todos los buenos corazones de padre le está haciendo brotar la herida más cruel y brutal de todos los malos hijos! ¡Ay! Abandono del Sagrario, como te quedaste pegado en mi alma!

¡Ay! ¡Qué claro me hiciste ver todo el mal que de ahí salía y todo el bien que por él dejaba de recibirse!

¡Ay! ¡Qué bien me diste a entender la definición de mi sacerdocio haciéndome ver que un Sacerdote no es ni más ni menos que un hombre elegido y consagrado por Dios para pelear contra el abandono del Sagrario!...

RESPONSORIO

Cf. Sal 63, 2. 4. 5. 6; Jn 6, 53. 55

R./ Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo; mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. Toda mi vida te bendeciré y alzaré mis manos invocándote. *Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos.

V./ Jesús les dijo: Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. * Me saciaré. .

ORACIÓN

Oh Dios, tú que concediste al beato Manuel, obispo, anunciar la muerte y resurrección de tu Hijo por medio de los sacramentos, concede a tu pueblo que, siguiendo su ejemplo, sea en el mundo fermento de santificación por la participación en el memorial de Cristo. Por nuestro Señor Jesucristo...
 

Autor: diocesismalaga.es

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