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Visita Pastoral a la parroquia de Nuestra Señora del Rosario (Algatocín)

Publicado: 10/02/2013: 4536

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Visita Pastoral a la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, en Algatocín, el 10 de febrero de 2013.

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA

NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

(Algatocín, 10 febrero 2013)

 

Lecturas: Is 6, 1-8; Sal 137; 1 Co 15, 1-11; Lc 5, 1-11.

 

1.- San Pablo nos recuerda el “Evangelio” o “Buena Nueva”
Hemos escuchado en la Carta de san Pablo a los Corintios que él quiere recordarles lo más importante: «Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié» (1 Co 15, 1ª). Es decir, San Pablo les dice: acordaos de la Buena Noticia que recibisteis.

Del mismo modo, esta tarde en esta Visita Pastoral a la comunidad cristiana de Algatocín quiero recordaros el Evangelio, la Buena Noticia que recibió esta comunidad hace tiempo. Y la Buena Noticia es el anuncio de Cristo que se hizo hombre, se anonadó, murió por nosotros en la cruz, resucitó y ahora está sentado a la derecha del Padre. Este anuncio tan sintético, que después profesaremos al recitar el Credo, es lo más importante del anuncio cristiano, el kerigma, la síntesis de la fe cristiana.

Pues bien, esta Buena Noticia es la que quiero recordaros. Como san Pablo lo hizo a los cristianos de Corinto, lo recuerdo ahora a los cristianos que residís en Algatocín. Y, al mismo tiempo, os pido que esa Buena Noticia sigáis transmitiéndola a vuestros hijos, a vuestros nietos y a los vecinos de este querido pueblo.

Además, esto lo hacemos ahora en el contexto de la Eucaristía. Esta celebración es lo más importante de la Visita Pastoral porque la Eucaristía es el centro y el culmen de la vida cristiana.
2.- Las tres lecturas de este domingo coinciden en la misma reacción
Las lecturas de hoy, del V domingo del Tiempo Ordinario, en su ciclo C, nos presentan tres personajes con un denominador común: Isaías, Pablo de Tarso y Simón Pedro.
Los tres tienen conciencia de ser pecadores. Puesta ante el Señor, ante Dios, la criatura humana se siente infinitamente pequeña y pecadora.

Isaías reconoce que tiene labios impuros, una boca que no solamente sirve para bendecir, sino que a veces puede incluso maldecir o hablar mal: «¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey Señor Dios han visto mis ojos!» (Is 6, 5).

San Pablo reconoce que ha sido un perseguidor de los cristianos. Por tanto, se sabe pecador: «Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios» (1 Co 15, 9).

Y Simón Pedro, también le dice al Señor: «Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5, 8).

Esta condición de pecadores la tenemos todos nosotros. Hemos de reconocer ante la bondad y magnificencia de Dios que Él es lo más grande y santo, y que nosotros somos pecadores.
3.- En los tres casos, el poder del Señor supera la debilidad humana.
Hay otra coincidencia en los tres, que la gracia de Dios es más importante y más fuerte que el mismo pecado de los hombres. La gracia de Dios puede con todo.

En Isaías se acerca un ángel y le toca los labios con unas brasas ardiendo y los purifica. Se podría decir, por tanto, que la acción de Dios quema el pecado del hombre: «Mira, esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado» (Is 6, 7).

Por su parte, san Pablo dice que en él no se ha perdido la gracia y que la gracia lo puede todo: «Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy» (1 Co 15, 10).

Y en el caso de Simón Pedro, Jesús le dice que su pecado no es solamente perdonado, sino que le confía una misión, ser pescador de hombres: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5, 10).
4.- Sólo queda reaccionar como lo hicieron ellos
Estos tres personajes, tanto Isaías, como Pablo, y Simón, trasformados por la presencia de Dios y por su gracia, fueron capaces de dar testimonio de la fe que vivían.

Isaías fue un gran profeta; Pablo fue un gran predicador del Evangelio; y Simón Pedro, con los discípulos, pasó de ser un pescador de peces a ser un pescador de hombres.

En esta tarde vamos a pedirle al Señor que nos trasforme, que nos cambie, que perdone nuestros pecados porque todos somos pecadores. También me confieso, me confesé hace unos días y volveré a hacerlo dentro de la Cuaresma. Necesitamos pedir perdón al Señor y esperar que su gracia nos cambie por dentro.

Hoy este grupo que se ha levantado, que ha dicho sus nombres, va a recibir el sacramento de la confirmación, va a recibir el don del Espíritu. El don del Espíritu os va a trasformar por dentro y vais a salir renovados del templo parroquial, porque es el Espíritu el que nos trasforma, porque es como el fuego que quema lo que no vale, quema la ganga, quema la paja, quema lo que no sirve, y al oro, al purificarlo, lo aquilata más.

Así que, si entrasteis por la puerta siendo oro de unos quilates determinados, cuando salgáis del templo, después de haber recibido el Espíritu, habréis sido aquilatados por él, habréis sido purificados por su don, y saldréis siendo oro de más quilates, con lo cual, esto tiene que traslucirse después en vuestras acciones.

Vais a ser capaces, porque el Señor os envía a predicar el Evangelio, a ser testigos suyos de esta Buena Noticia, no sólo en el pueblo y la comunidad cristiana de Algatocín, sino allá donde estéis, en el trabajo, en los estudios, en la familia, en la sociedad… El Señor espera que vayáis transformando todos esos lugares y contextos en los que estáis.

El Señor os envía hoy como a Isaías, como a san Pablo y como a san Pedro, a anunciar la Buena Nueva, a anunciar el Evangelio. Pero no sólo lo hace a los confirmandos, lo hace a cada uno de nosotros. A todos nosotros el Señor nos envía a ser pregoneros y testigos de su Evangelio.
5.- Tarea de la comunidad cristiana parroquial.
Quiero felicitaros por la comunidad cristiana que formáis y quiero seguir animándoos a que asumáis las tareas propias de la comunidad. El párroco, D. Mariano, lleva cuatro comunidades y necesita una mayor ayuda. Hay cosas que podéis asumir vosotros: evangelizar, catequizar, etc. Se trata de asumir tareas para que la comunidad funcione. Os animo a que forméis con él una piña, un equipo de trabajo, de colaboradores, que entre todos llevéis la comunidad adelante.

Quiero agradecer a los que ya lo hacéis, a los que ya compartís la tarea de anunciar el evangelio, de educar en la fe a los demás y animar a los padres a que tomen en serio la educación de la fe de sus hijos. Padres, catequistas, párroco, entre todos tenéis que llevar adelante la comunidad y mantener esta fe.

Como san Pablo, os recuerdo el Evangelio que recibisteis. No lo perdáis, que no se apague el fuego de la fe y del amor en esta comunidad cristiana. Hay que mantener ese fuego que trasforma la sociedad. La presencia de los cristianos en la sociedad es necesaria porque el cristiano pone un poco de luz, un poco de alegría, una pizca de sal como ponéis en las comidas. Sabe mejor la comida con una pizca de sal. Sin esa pizca de sal, que somos los cristianos, este mundo estaría más corrompido de lo que está, y ya lo está bastante. Nosotros hemos de transformarlo.

Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a vivir con alegría la fe cristiana y a trasformar este mundo desde la fe, a anunciar la Buena Nueva de que Cristo nos ha salvado, de que ha muerto por nosotros y que ha resucitado; y unidos a Él podemos también nosotros resucitar.

Le pedimos a la Virgen María que nos acompañe en esta tarea, y que no la abandonemos nunca nosotros. Cuando van una madre y una hija de la mano, puede que la hija se suelte de la mano de la madre, y puede que la madre suelte la mano de su hija; pero en el caso de la Virgen tenemos la seguridad de que Ella nunca, nunca, nos deja de su mano. Si alguna vez nos hemos separado es porque nosotros nos hemos apartado y hemos dejado su mano. La Virgen nunca deja de tender su mano y nunca deja de acompañarnos. No abandonemos su mano. No nos soltemos de Ella. Que así sea.

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