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«Aunque no pudiera volver a caminar, puedo ser misionera»

Publicado: 08/10/2019: 18349

«Todo bautizado es un misionero» es el centro del mensaje del Papa para este Mes Misionero Extraordinario. Mª Carmen ha sido misionera en el Chad junto a su marido, y aunque una infección le impide ahora andar, no ha acabado con su vocación misionera.

Desde hace cinco años, el centro de acogida para niños “Charles Lwanga” en Bakaya (Chad), donde Mª Carmen y Pepe han estado de misioneros, es uno de los proyectos de cooperación internacional con mayor apoyo económico por parte de Cáritas Diocesana

Pepe Montes y Mª Carmen Martell tienen cuatro hijos y tres nietos, y han sido misioneros en África. «Nunca descartamos ir a las misiones» cuenta él, miembro junto a su mujer de la asociación Misioneros de la Esperanza (MIES), «pero la ocasión se presentó cuando cruzábamos ya la frontera de los sesenta años». Llevan 37 años casados, pero sus miradas mantienen la complicidad del principio. De hecho, Pepe lleva ahora a su mujer en brazos, “como novios”, para ayudarle a sentarse. Una septicemia nada más volver a España para sus vacaciones este verano ha provocado que Mª Carmen sufra la amputación parcial de sus piernas y de los dedos de las manos. «No sabemos si podremos volver», dice ella, soñando que sea posible algún día. Los médicos le han asegurado que volverá a caminar con la ayuda de prótesis, aunque quizás sea difícil regresar al Chad como misioneros. Sin embargo, tras el huracán vivido estos dos últimos meses, lo que tienen claro es que nunca olvidarán su tiempo en África.

Han pasado los últimos dos años en el Centro Educativo Charles Lwanga de asistencia directa a niños y niñas vulnerables en el Chad, el tercer país más pobre de la tierra. Este centro fue creado por el obispo de Laï, el zaragozano Mons. Miguel Ángel Sebastián, ante la realidad que viven allí los más pequeños. Según datos de Unicef, en 2007 existían, solo en la ciudad de Kélo, más de 3.800 huérfanos sin familia ni hogar que deambulaban por las calles tratando de sobrevivir, sin acceso a la educación, blanco fácil para el negocio de la trata de personas. En la actualidad, el centro está sostenido por Cáritas Española, Cáritas Diocesana de Málaga, MIES, Obras Misionales Pontificias, Cáritas de Laï y aportaciones particulares, y en él viven 56 niños y niñas a los que se ofrece un hogar, alimentación, formación integral, ocio, salud, espiritualidad, acompañamiento y cariño. «A nivel profesional, salen dominando la agricultura y la ganadería, ademas de carpintería o costura. Y cuando nos dejan, hay cooperativas donde pueden trabajar y se les hace un seguimiento», cuenta Pepe. «Compartimos la vida 24 horas al día durante todo el curso. Es una gran familia que completan los 23 trabajadores y los misioneros».

«Nos fuimos sabiendo el riesgo que supone dejar tu trabajo, tu patria y a tu familia para ir a un lugar pobre, sin recursos, donde la malaria y otras enfermedades son endémicas -añade-. Pero los riesgos que ves, allí se diluyen. Aquí nos quejamos porque no hay rampas ¡pero en África llevamos sin pisar una acera dos años!». Mª Carmen llegó sin saber francés. «No hablaba nada, sólo escuchaba a los niños y trataba de acompañarles. Pero ellos me entendían a la perfección», afirma. Y entre ella y los pequeños se ha establecido, con el tiempo, una relación muy especial. «Valoran mucho el consejo de los mayores, y cuando aprendí, dialogaba con ellos para ayudarles a superar las dificultades. Me llamaban Mamá Carmen y, al venirme a España, me preguntaban si volvería porque "les hacían bien mis consejos". Escuchar eso ha sido algo muy importante para mí», cuenta. Sin embargo, su aventura africana se ha visto interrumpida por la limitación a la que ahora tienen que hacer frente. «Duele el no poder volver», dice Pepe. «Ha sido una ruptura muy grande porque estamos muy “cogidos” por aquello. No lo podremos olvidar por muchos años que pasen». «No hay que olvidar -apostilla Mª Carmen-. Se trata de fortalecer ese sentimiento. Allí te sientes hermana de los ignorados de este mundo. Ellos son los protagonistas de esta historia. Nosotros, solo instrumentos». Y es que ambos coinciden en destacar la valía del pueblo africano: «la gente es extraordinaria, siempre cantando, sonriente y acogedora, inmensamente generosa en su extrema pobreza, y muy receptiva a aprender y crecer» cuentan. Su capacidad de vivir con alegría el sufrimiento ha sido un antídoto para ellos en estos momentos. «Estoy convencida de que me ha ayudado -afirma ella- aunque aún me pregunto qué quiere Dios con todo esto». «Nos tiene desconcertados. Es un misterio» añade Pepe. Estaremos llamados a una actividad más contemplativa ahora, como santa Teresa de Lisieux, patrona de las Misiones sin salir nunca de su convento». 

Este matrimonio malagueño tiene muy claro que, para ser misionero, hay que empezar por casa. «No te puedes ir a la misión si antes no te has sentido apóstol aquí, si no has sentido que se te necesita -explica Mª Carmen-. Esa ilusión apostólica hace que te atrevas y vayas allí, con los preferidos del Señor. Y es entonces cuando dices: “este es el lugar donde estaría Cristo, y donde está», afirma. «Yo siempre me he sentido misionera. Incluso ahora. Aunque no pudiera hacer nada, aunque ni pudiera volver a caminar, puedo ser misionera donde estoy».


Ana María Medina

Periodista de la diócesis de Málaga

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