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Santa María de la Victoria, patrona de la Diócesis (Catedral-Málaga)

La Virgen de la Victoria, en la Catedral de Málaga · Autor: S. FENOSA
Publicado: 08/09/2018: 2080

Homilía pronunciada por Don Jesús Catalá en la festividad de la Natividad de María, fiesta de la Patrona de la Diócesis de Málaga, Santa María de la Victoria, en la Catedral de Málaga.

SANTA MARÍA DE LA VICTORIA, PATRONA DE LA DIÓCESIS

(Catedral-Málaga, 8 septiembre 2018)

Lecturas: Miq 5,1-4a; Rm 8,28-30; Sal 12,6; Lc 1,39-56.

María, peregrina en la fe

1.- María, la peregrina en la fe

Os invito, queridos fieles y devotos, a contemplar a nuestra Madre y Patrona como la Virgen “Peregrina en la fe”. Hemos escuchado el pasaje bíblico de la Anunciación del ángel a María. Una vez que Ella concibe al Hijo de Dios se pone en camino para visitar a su prima Isabel. Lucas lo describe así: «En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá» (Lc 1,39).

Cualquier otra mujer en sus condiciones se hubiera quedado saboreando las palabras del ángel y acariciando la nueva creatura que llevaba en su seno; y tal vez imaginando un futuro próspero para su hijo.

Pero María no se queda en su casa, sino que sale presurosa para ayudar a otra mujer encinta, más anciana que ella: su prima Isabel. Contemplamos a la Madre del Señor “como peregrina en la fe. La hija de Sión se encamina, siguiendo las huellas de Abrahán, aquél que por la fe había obedecido «y salió para el lugar que había de recibir en herencia, partiendo sin saber a dónde iba» (Hb 1 1,8)” (Juan Pablo II, Audiencia general, 21.03.2001). La Virgen es hija de Abraham, hija de la fe.

María de Nazaret, a quien honramos bajo el título de Santa María de la Victoria, asumió el compromiso de la fe; renunció a sus propios planes, para aceptar los de Dios; salió de su tierra y emigró con su Hijo a otro país, Egipto; y presenció la muerte en cruz de su Hijo inocente. ¡Qué gran ejemplo de fe, de esperanza y de amor nos ofrece nuestra Madre y Patrona!

María es la creyente por excelencia, cuya peregrinación en la fe ilumina la historia de su vida. Como sugería el Concilio Vaticano II: «La bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58). Su respuesta a la llamada de Dios es una continua peregrinación en obediencia a la fe y en la fidelidad a la voluntad del Señor. Ella nos anima a nosotros a esa misma obediencia a la fe y a la fidelidad a la voluntad de Dios.

El papa Juan Pablo II nos recordaba que: “La anunciación «es el punto de partida del itinerario de María hacia Dios» (Redemptoris Mater, 14): un itinerario de fe que conoce el presagio de la espada que traspasa el alma (cf. Lc 2,35), pasa a través de los caminos tortuosos del exilio en Egipto y de la obscuridad interior, cuando María «no comprende la actitud de Jesús a los doce años en el templo y, sin embargo, conservaba «todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,5 l)” (Audiencia general, 1. Vaticano, 21.III.2001).

¡Cuántas veces no comprendemos lo que nos sucede en la peregrinación de nuestra vida! Pero hay una gran diferencia entre su actitud y la nuestra: Ella acogía, callaba e interiorizaba en su corazón; nosotros, en cambio, protestamos y nos rebelamos. Hemos de aprender de Ella.

2.- María, peregrina de amor

María es presentada también como “peregrina de amor”. Ser “peregrina en la fe” exige ser “peregrina de amor”. Ella va a visitar a su prima para servir, no para verificar la concepción de Juan Bautista. San Ambrosio comenta su generosa solicitud: “María fue a la montaña alegre por entregarse, piadosa por cumplir su deber, presurosa por el gozo. Llena de Dios, ¿cómo no alcanzar con prontitud las cimas más altas? Porque la gracia del Espíritu Santo ignora el mínimo retardo” (Expositio Evangelii secundum Lucam, Lib. II: PL 15).

La exigencia y el compromiso del amor no se detiene ante la dificultad; no se mece, no se espera; pide una actitud rápida, una respuesta generosa y pronta. Pensemos en nuestras respuestas ante las necesidades de nuestros hermanos. La caridad no admite demora; y el servicio debe ser realizado con prontitud y gozo. Tenemos problemas en nuestra sociedad de hermanos necesitados; y tal vez nos hacemos los remolones, pensando que ya lo resolverán los políticos o a quienes corresponda; pero zafándonos de nuestra responsabilidad y excusándonos con que no nos toca a nosotros. Pero siguen muriendo delante de nuestras narices personas sin recursos, o inmigrantes que vienen buscando una vida mejor; o tal vez ancianos solitarios en sus casas.

La Virgen María no se preocupa de sí misma, ni de su recién estrenada maternidad, sino que corre hacia las montañas de Judea para socorrer a una mujer anciana y encinta. Va impulsada por la piedad, el amor y la alegría, que hacen que sus pies, más que caminar pesada y lentamente, corran velozmente hacia su destino.

María «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo» (Lc 1,40-41). La Visitación de María a su prima Isabel es considerado un “misterio de gozo”, que la Iglesia ha meditado desde sus albores, encontrando un ejemplo de gran solicitud maternal de la Madre de Dios.

Isabel se sorprende ante la fe de María y pronuncia sobre ella la primera bienaventuranza de los Evangelios: «Bienaventurada la que ha creído». Esta expresión es “como una clave que nos abre a la realidad íntima de María” (Redemptoris Mater, 19). La peregrina en la fe es saludada por Isabel, que exclama: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1,42). ¡Ojalá se pueda decir de nosotros: ¡Bendito tú, bendita tú, por tu actitud generosa y pronta ante las necesidades de tu hermano!

3.- María, modelo de fe y signo de esperanza

“La bienaventurada Virgen María sigue «precediendo» al Pueblo de Dios. Su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia, para los individuos y comunidades, para los pueblos y naciones, y, en cierto modo, para toda la humanidad” (Redemptoris Mater, 6). María es modelo y Madre.

Nos dirigimos a ella para que siga guiándonos con Cristo hacia el Padre en la peregrinación de este mundo, en el que atravesamos momentos de gozo, de duda, de crisis y de sufrimiento.

“María se ha convertido en signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra, que se convierten en los primeros en el Reino de Dios. Ella vive fielmente la opción de Cristo, su Hijo, que repite a todos los afligidos de la historia: «Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28). La Iglesia sigue a María y al Señor Jesús caminando en los caminos tortuosos de la historia para aliviar, promover y valorar la inmensa procesión de mujeres y hombres pobres y hambrientos, humillados y ofendidos (cf. Lc 1, 52-53)” (Juan Pablo II, Audiencia general, 5. Vaticano, 21.III.2001).

Santa María de la Victoria nos enseña el camino de la fe obediente y del amor generoso. Proclamamos con ella el cántico del Magnificat y alabamos la grandeza del Señor (cf. Lc 1,46), porque el Poderoso ha hecho obras grandes en María (cf. Lc 1,49) y en cada uno de nosotros. ¡Descubramos también las maravillas que Dios ha hecho en nosotros!

Queridos fieles y devotos de la Virgen, deseo invitaros a que realicéis gestos de amor hacia nuestra Madre y Patrona. La piedad popular ha ido creando oraciones y gestos para expresar nuestro amor filial. La Iglesia nos anima al rezo del Santo Rosario, individual y comunitariamente. Podemos también ofrecerle flores a la Virgen como signo de agradecimiento y cariño, como vemos hoy las hermosas flores que llenan el presbiterio de la Catedral. Es hermoso, asimismo, encender alguna vela que simboliza nuestra oración y nuestro deseo de quemar nuestra vida por Dios y por los demás.

Y, de modo especial, os animo a visitar el Santuario de la Patrona con motivo de algún acontecimiento personal o familiar; así como en los momentos en que la liturgia celebra alguna fiesta mariana. Decía el papa Francisco: “Ir en peregrinación a los santuarios es una de las expresiones más elocuentes de la fe del pueblo de Dios... Esta religiosidad popular es una forma auténtica de evangelización, que necesita siempre ser promovida y valorizada sin minimizar su importancia'' (Discurso a los participantes en el jubileo de los responsables de las peregrinaciones y de los rectores de santuarios. Vaticano, 21.01.2016).

Pedimos a Santa María de la Victoria, nuestra Madre y Patrona, que nos acompañe en nuestra peregrinación en la fe en este mundo y sea para nosotros signo de esperanza. Amén.

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